Hace ya quince años, viviendo todavía en mi patria, en una de las numerosas ocasiones en las que fui secuestrado o detenido arbitrariamente por el Departamento de Seguridad del Estado, fui interrogado, entre otros, por el Jefe de Enfrentamiento de Cienfuegos, ciudad en la que yo residía, y un psicólogo, oficial del DSE, enviado especialmente desde La Habana a Cienfuegos para interrogarme. Al final del secuestro-interrogatorio, llevado a cabo en una “casa de visitas” ubicada en las afueras de la ciudad, tras las típicas amenazas que daban por concluido el mismo, les advertí a los oficiales que cuando la dictadura cayera, ellos no cabrían en el avión donde huirían sus jefes. Se quedaron perplejos, helados, sin saber qué responder. No estaban acostumbrados a que en esas circunstancias les dijeran ese tipo de cosas en su propia cara. Y aunque no lo pudieran admitir, sabían que yo tenía razón. Por eso su silencio.
Las recientes imágenes de personeros del régimen de Bashar al-Assad en el aeropuerto de Damasco, tratando desesperadamente de alcanzar un avión para escapar del país, mientras su amado y bravo líder ya había huído cobardemente rumbo a Rusia, son la mejor evidencia de ello.
Los ejecutores, verdugos y perpetradores de crímenes de lesa humanidad, violaciones de derechos humanos, y actos represivos de todas las dictaduras (especialmente las de Cuba, Venezuela y Nicaragua), deberían mirarse en el espejo de Siria.
No importa cuán fuerte o sólido aparente ser el régimen, no importa cuántas potencias igualmente dictatoriales supuestamente le apoyen y sostengan, no importa cuánta impunidad eterna crean tener; cuando a los dictadores les llega su día, ellos (los del grupúsculo de la más alta esfera del poder) quizás podrán tener los medios para huir, pero sus subordinados quedarán abandonados a su suerte y no podrán escapar. Y tendrán que enfrentar la justicia por sus crímenes.
¡No hay avión para todos!
Minervo L. Chil Siret
Miembro del Secretariado Ejecutivo del Movimiento Cristiano Liberación.