Por María Victoria Olavarrieta.
A veces los padres de familia son capaces de hacer cualquier sacrificio por los hijos, excepto el amarse. La religiosa del Sagrado Corazón, Hna. Carmina Roselló, profesora y teóloga, nos contaba en sus clases que uno de los recuerdos más entrañables de su infancia era la visión de sus padres jugando ajedrez en las tardes. Ellos se amaban de verdad, nos decía, y la fuerza de ese amor me dio a mí mucha seguridad, mucho valor para enfrentar la vida. No es que siempre estuvieran de acuerdo, pero había un respeto muy grande entre ellos… la hora de la partida de ajedrez era sagrada, se hacían bromas, se reían juntos…
–No sé cuántos días de vida me quedan – le decía mamá, coqueteando con la excusa para besarlo y abrazarlo muchas veces al día. Murieron muy viejecitos los dos. Lo dijo Honorato de Balzac: “Los hombres no dejan de jugar porque envejezcan, envejecen porque dejan de jugar”.
Sus discípulos nos quedábamos encantados cuando esta monja hablaba de cómo se trataban sus padres, es tan poco frecuente encontrar parejas así. Yo tenía veinte años y fantaseaba con la idea de encontrar un hombre, como aquel caballero de Mayorca.
“El hombre es el rey de la casa y la esposa su corona”, repetía Carmina. Estamos hechos para amarnos, y mientras no aprendamos eso, seguiremos malgastando la vida haciendo cosas, buscando la felicidad donde no se puede encontrar. Si tuviéramos conciencia de lo corta que es la vida, cuánta pelea inútil nos ahorraríamos.
En mis años de magisterio he visto sufrir tanto a algunos de mis estudiantes a causa de sus padres… Me abren sus corazoncitos, me cuentan sus problemas y yo me quedo buscando la manera de ayudarlos. Creo que si esos padres fueran conscientes del sufrimiento que causan a sus hijos, algo harían.
Cuando animo a mis alumnos a que hablen con sus padres y les digan lo que me están contando a mí, recibo respuestas como éstas:
–Usted no entiende, maestra, que a mis padres no les importa que yo sufra cuando ellos están discutiendo.
–Yo los quiero a los dos, pero ellos no se quieren.
–No va a servir de nada que hable, mis padres no van a cambiar.
–Mi mamá siempre está ordenando la casa, ella siempre está apurada, no tiene tiempo para hablar conmigo y mi papá se pasa todo el día en su oficina.
–Mi papá no quiere a mi abuelita (materna) y yo sí la quiero.
–Mi mamá no soporta a la familia de mi papá y ellos son buenos conmigo.
–Yo sé que voy a extrañar mucho a mis padres cuando yo viva solo, pero mis padres me ahogan, en cuanto sea mayor de edad me alquilaré un apartamento. Prefiero estar solo y extrañarlos que vivir ahogado.
–Mi mamá y mi papá se quisieron cuando se casaron, pero ya no se quieren.
–¿Cómo sabes que se amaban? –le pregunté.
–Porque lo vi en una fotografía.
–¿Qué te hace pensar que se han dejado de amar?
–Ya no se miran como en la fotografía.
Los sufrimientos más grandes de los niños se los provocan sus padres y adultos a cargo. Es muy doloroso para los críos ver esto. Y los padres, tratando de darles una vida digna (en los mejores casos) se olvidan de lo esencial: amarse entre ellos.
–¡Qué no me compren más juguetes! –me dijo una niña en la isla de Gran Canaria–, lo que yo quiero es que no peleen más entre ellos y jueguen conmigo. Cuando me dijo esto se echó a llorar.
Llevo en mi corazón los rostros tristes de tanto niño sufriendo por la mala relación entre sus padres. No puedo traicionar la confianza de mis alumnos, ni violar la intimidad de los hogares, pero algo tengo que hacer con este dolor que llevo dentro.
El padre Luis Vela, sacerdote español, otro de esos maestros que te tocan para siempre, nos dejó un día esta frase para meditar como tarea:
“Ningún ismo va a salvar a la humanidad: ni el socialismo, ni el comunismo, ni el capitalismo… si no hay un cambio de conciencia, ni los sistemas, ni las religiones como las hemos practicado hasta ahora, podrán salvar a la humanidad de sí misma”.
Yo sueño con salvar a los niños de tanto desamor.
Como cristiana católica que soy, me duele que ni siquiera nosotros que tenemos un ejemplo de amor y perdón tan arrollador como el de Jesús, no hayamos podido crear hogares más al estilo del hogar de Nazaret.
María Victoria Olavarrieta es Profesora de español y ética.
Pingback: No hagas sufrir a tus hijos – – Zoé Valdés
Excelente artículo, Marivito.
Que el Señor nos ayude a hacer más felices a nuestros hijos.
Gracias por este artículo que nos ayuda a recordar que es en realidad lo más importante.
Dios nos ayude.
Yo creo que esto es un muy bien articulo porque Maria Olvarrieta esta correcta en que deberian parar de hacer tus hijos sufrir. Yo tambien creo que esto es unos de sus mejores articulos que eya a echo