Por Dámaso Barraza.
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En Cuba nacen ambos: Carlos Alberto Montaner en La Habana y Reinaldo Arenas en Holguín, en el mismo año, 1943. Ellos comparten, junto a otros intelectuales cubanos, aunque distintos en forma y trayectoria, la crítica al régimen cubano y la defensa de la libertad individual. Ambos representan la pluralidad de voces cubanas disidentes: Arenas, con una obra literaria profundamente personal y poética, que denuncia la violencia y clama por la libertad desde la experiencia vivida; Montaner, con un activismo político y periodístico que lucha por los derechos y la democracia. Juntos dejan un legado que enriquece la historia intelectual cubana y el mosaico de la resistencia cultural y política; destacan la importancia de la autonomía personal, la expresión libre y la dignidad humana ante el autoritarismo. Brillan los dos por la denuncia y resistencia frente al régimen cubano y por la defensa de la libertad. Libertad que llevaron hasta la decisión de terminar voluntariamente con sus vidas.
Vale bien la pregunta: si poner fin a sus vidas fue el resultado de alguna rebelión existencial frente a una realidad cuya asunción era considerada inaceptable. Ambos, Carlos Alberto Montaner[1] y Reinaldo Arenas[2], enfrentarían la inminente pérdida de lo que daba sentido a sus vidas, y sus elecciones, aunque diferentes en sus motivaciones, serían un último y radical acto de afirmación de la propia voluntad. Ambos intelectuales cubanos compartieron la angustia de perder su esencia, lo que los llevó a un acto final y radical de afirmación de su propia voluntad. Aunque sus caminos y motivaciones difirieron, ambos enfrentaron el profundo temor a la degradación intelectual y a la pérdida de su identidad como escritores. Para ellos, la vida no debía prolongarse más allá del punto en que el intelecto dejara de funcionar. Así, la muerte se convirtió en un acto de dignidad y liberación, una forma de preservar su ser antes que una vida desprovista de su intelecto.
Cuánto sufrimiento, cuánto dolor, experiencia desagradable. Es innegable que el sufrimiento lo siente quien lleva la enfermedad. No podemos esconder que se trata de algo complejo y enigmático, intangible, y que se debe tratar con todo respeto, con toda compasión y aun con temor. Lo vemos escapar más allá de la enfermedad: invade el físico, abraza fríamente el espíritu. Traspasa los límites y las fronteras de los individuos, llega a los demás. Muchos han seguido a estos grandes intelectuales cubanos, Montaner y Arenas, y sienten seguramente, en alguna medida, conmoción por el final tan dramático y doloroso que han tenido sus vidas. No ha sido solo doloroso conocer la enfermedad terrible con la que debieron luchar, ha sido doloroso ver cómo se adueñaban de su propia muerte.
La comprensión de lo incomprensible, qué comprensible se hace en la incomprensión. Es decir, afirmamos comprensible lo incomprensible. Es crucial ahondar en la compleja dualidad que representa el acto de la eutanasia o el suicidio. Aunque es imposible para un tercero juzgar la profundidad del dolor que lleva a una persona a tomar una decisión de tal magnitud, el hecho en sí mismo merece una mirada profunda y seria. La tradición judeocristiana[3] es clara en su postura: la vida, incluso en sus momentos más frágiles y deteriorados, posee un valor incuestionable que no nos pertenece. En esta visión, la vida es un don divino y, por ende, ponerle fin es un acto que se equipara al asesinato. A pesar de que no se condena personalmente a quienes, abrumados por un sufrimiento insoportable, actúan de esta forma, tampoco se aprueba ni se alienta, ya que la preservación de la vida se erige como un valor fundamental e inalienable.
Este es uno de los temas más reiterativos en las discusiones éticas en las denominaciones cristianas, y no menos en la Iglesia Católica. El tema está muy bien discutido en la encíclica Evangelium Vitae[4], del papa Juan Pablo II, que aparece el 25 de marzo de 1995. A partir de dicha encíclica, la Iglesia Católica aborda la defensa de la vida humana como un tema ético central, destacando su carácter sagrado e inviolable. El documento subraya que la dignidad de la persona reside en su participación en la vida eterna de Dios, lo que exige una protección incondicional desde el inicio hasta el fin natural de la vida. De esta manera, se contrapone la «cultura de la vida» a la «cultura de la muerte», poniendo en evidencia cómo esta última promueve el aborto y la eutanasia. En este contexto, la defensa de la vida en la Tierra adquiere un profundo sentido trascendente, ya que se considera un paso decisivo hacia la vocación cristiana y la vida eterna con Dios.
Para asumir la carga ética y aceptarla, como viene propuesta anteriormente, se necesitaría ser una persona de fe. No es posible medir ni juzgar hasta qué punto Montaner y Arenas pudieron creer en Dios. Los hechos que acontecieron señalan una ética secular: en lugar de una rebelión contra los mandatos de Dios, sería un acto de libertad y autonomía personal. Estas ideas emergen del ideario liberal, por ejemplo, en John Locke[5], que desarrolla un concepto: la autopropiedad, es decir, la propiedad de uno mismo, base de la teoría sobre la propiedad privada y fundamento del liberalismo. Es así que la autonomía del hombre, apoyada en su capacidad racional, lo capacita para darse a sí mismo sus propias leyes a través de la razón, convirtiéndose esto en la base de la dignidad humana. De consecuencia, los hechos que envolvieron a estos intelectuales, Montaner y Arenas, se pueden explicar desde el principio racional de soberanía individual, donde nadie puede quitar a otro sus derechos naturales sin su consentimiento, además del principio de soberanía moral donde la persona es un fin en sí misma. Es decir, el individuo es autónomo, principio fundamental e inalienable.
Si bien el argumento religioso no se sostiene frente al principio de soberanía individual, porque no todos creen en Dios, hay otra posibilidad de mirar los hechos que encarnaron Montaner y Arenas desde la razón. Así, Aristóteles[6], en su reflexión filosófica, afirmaba que la vida no es solo un bien personal, sino social. A partir de ese razonamiento, quitarse la vida sería visto como un acto que atenta contra las responsabilidades que la persona tiene hacia la comunidad e iría contra su propia naturaleza racional. En consecuencia, el ser humano, siendo un ser social (zoon politikon) por naturaleza, solo en sociedad puede desarrollarse plenamente, ser sí mismo. La felicidad y el bien humano alcanzan su más alto nivel en la práctica de la virtud y la vida en comunidad; así, la vida individual adquiere sentido y se completa dentro del bienestar y la armonía social. Y si miramos a la autonomía individual de sí mismo, vemos que no se sostiene sola; es decir, para alcanzar la justa medida del hombre debe armonizarse la autonomía y la libertad con el bien común.
El final de estos dos gigantes de las letras cubanas no encuentra concilio, deja un silencioso debate abierto en lo profundo de las conciencias: parece resonar todavía el eco de las plumas que chocaban contra el papel, que suscitaran el enfrentamiento entre Erasmo[7] y Lutero[8] sobre el libre albedrío, enfrentamiento que no parece haber terminado aún. Hoy más aún, cuando avanzan las legislaciones que favorecen la muerte asistida, y que representan un fenómeno global. Fenómeno que se puede interpretar como una mayor aceptación legal y social del derecho a una muerte asistida bajo ciertas condiciones, sobre todo en las culturas de mayor secularización. Aunque no es menos cierto que existe una resistencia contra la muerte asistida, sobre todo desde las tradiciones religiosas que parten de la sacralidad de la vida. Y es así que algo de coherencia le falta a estos finales: tantos motivos para debatir, y para estar tristes. Carlos Alberto Montaner y Reinaldo Arenas, ambos no murieron en Miami.
Dámaso Barraza es un opositor cubano radicado en Suecia.
NOTAS
[1] Leibovich, F. (2023) La carta póstuma de Carlos Alberto Montaner, Perfil. Available at: https://www.perfil.com/noticias/actualidad/la-carta-postuma-de-carlos-alberto-montanercuando-usted-e-lea-este-articulo-yo-estare-muerto.phtml (Accessed: August 26, 2025).
[2] Perfil, V.T. mi (no date) Cartas en la noche, Blogspot.com. Available at: https://cartasenlanoche.blogspot.com/2012/01/la-ultima-carta-de-reinaldo-arenas.html (Accessed: August 26, 2025).
[3] Breitowitz, R.D.I. (2022) El judaísmo y el suicidio, Aishlatino.com. Available at: https://aishlatino.com/el-judaismo-y-el-suicidio/ (Accessed: August 29, 2025).
[4] Evangelium Vitae (25 de marzo de 1995) (no date) Vatican.va. Available at: https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html (Accessed: August 29, 2025).
[5] Vista de ¿Qué dijo John Locke sobre la propiedad? (no date) Edu.co. Available at: https://revistas.udea.edu.co/index.php/derypol/article/view/18275/20793439 (Accessed: August 29, 2025).
[6] Aristóteles. (n.d.). Política. Gredos Editorial S.A. Madrid 1988
[7] Erasmo de Róterdam. Discusión sobre el libre albedrío: Respuesta a Martín Lutero. Prólogo, traducción y notas de Ezequiel Rivas. Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2012.
[8] Lutero, Martin. Il servo arbitrio: risposta a Erasmo (1525). A cura di Fiorella De Michelis Pintacuda. Turín: Claudiana, 2017.
Aclaración ZoePost: Carlos Alberto Montaner no murió en Miami. Murió en España donde pidió a su hija que lo ayudara en el proceso de la eutanasia. Lo que está permitido por Ley desde el gobierno de Pedro Sánchez. Reinaldo Arenas se suicidó en Nueva York, y le pidió a su amigo Lázaro que lo ayudara a terminar de morir si las pastillas demoraban en surtir efecto. Lázaro le envolvió la cabeza con un nylon con el letrero I Love New York y lo ayudó a morir. Lo de Montaner lo contó su hija en un libro. Lo de Reinaldo lo contó Lázaro y aparece en la película de Julian Schnabel ‘Antes que anochezca’, en la que Lázaro fue co-guionista y consejero. También se lo contó a Margarita y Jorge Camacho, albaceas de la obra de Reinaldo.