Por Pedro C. von Eyken.
Cuando escribo estas líneas han transcurrido poco más de 48 horas desde que se conoció el asesinato del presidente constitucional de Haití, Jovenel Moïse, en la madrugada del 8 de julio de 2021, a manos de un comando de sicarios en su residencia de Pelerin, barrio de Pétion Ville, cerca de la que fue mi residencia oficial en ese país. Me había mudado en febrero de 2019 de Bourdon a Laboule 10 y todos los días pasaba en auto por las puertas de su residencia, cuando iba al centro de Pétion Ville, a 9 km de Port-au -Prince, donde se halla la mayoría de los bancos y embajadas extranjeras. Aún me hallo en estado de shock y con una gran tristeza. Son muchos los recuerdos positivos del Presidente del país que fue mi último puesto diplomático y el único como embajador.
En 2019 ingresé a la casa del Presidente para reunirme con su esposa, Martine Moïse y un amigo haitiano común, a fin de conversar sobre un proyecto de cooperación bilateral que favorecería a la primera infancia de Haití. Martine, la esposa de Moïse estaba muy preocupada por mejorar la educación y las condiciones de los niños de su país. El posible programa bilateral incluía en las escuelas del país caribeño la copa de leche que se brinda a los escolares en la Argentina. Para eso, primeramente, debía desarrollarse la industria láctea local, en la que el propio Presidente estaba muy interesado. Tanto que en mi audiencia de despedida en el Palacio Nacional, a principios de septiembre de ese año, Jovenel Moïse, reunido con dos asesores, me solicitó asistencia argentina para la inseminación artificial de razas bovinas lecheras que condujeran a la creación de una industria láctea de la que, como ya precisé, el país carece. Me comprometí a trasladar ese requerimiento a las autoridades argentinas y lo hice por cable a la Cancillería antes de partir. No sé qué habrá sucedido con mi requerimiento ya que perdí contacto con la embajada desde septiembre de 2019 pero no con mis amigos haitianos ni con la realidad de esa sufrida pero entrañable nación.
Veintidós meses antes, a mediados de noviembre de 2017, cuando presenté a Moïse mis cartas credenciales como embajador y mantuvimos la conversación de rigor que muestra la foto en el Palacio Nacional, ese Jefe de Estado me había solicitado becas para estudiantes universitarios haitianos. Lo solicité a la Cancillería Argentina pero también fui yo mismo, en marzo de 2019, durante mis vacaciones en Buenos Aires, a visitar a cinco rectores de universidades privadas de la capital, entre ellas la mía, la Católica Argentina (UCA). Cuatro de esas cinco casas de altos estudios me dijeron que eximirían de aranceles a los estudiantes haitianos, a condición de que conocieran el idioma castellano para poder seguir las clases. Entre los rectores que aceptaron mi solicitud, además del rector de la UCA, el titular de la Universidad del Salvador, institución laica de origen jesuita, me aseguró su cooperación y además relató el caso de una egresada haitiana que se había destacado en sus estudios. Cuando regresé a Haití subí la información a las redes sociales de la embajada. Sin embargo la mayoría de los estudiantes haitianos que residen en Argentina cursan estudios en universidades estatales, que son gratuitas también para los extranjeros.
Con esa introducción quise expresar un rasgo del Presidente asesinado que pude confirmar en varias oportunidades durante mi estadía: su focalización casi obsesiva en el progreso de su país, en todos los ámbitos posibles. Una vez, regresando por vía terrestre con mi escolta de gendarmes desde Cap Haïtien, segunda ciudad del país ubicada a 140 km al norte de la capital pero a unas seis horas de camioneta todo terreno por rutas muy accidentadas, debimos detenernos por un buen rato en la ruta 1, antes de llegar a un puente en construcción: el presidente Moïse había llegado hace poco, en sentido contrario, para verificar el estado de esa ruta que se construía, si mal no recuerdo, con la cooperación de la Unión Europea. Todo el tiempo recorría el país el Presidente, de sur a norte y de oeste a este. No pudo llevar a cabo todos sus proyectos, centrados, en especial, en el ámbito rural de donde él mismo procedía, aunque inauguró varias obras públicas en cuatro años. También recuerdo otra oportunidad que muestra su atención y memoria. Durante el tórrido agosto de 2018, al salir de un evento oficial en el salón de actos del Palacio Nacional, Moïse saludaba uno por uno a todos los invitados, desde los 21 integrantes del Cuerpo Diplomático hasta los altos representantes del culto vudú. Cuando llegó mi turno, luego de darme la mano, me agradeció la celebración, el día anterior en la Corte de Casación, de un proyecto de cooperación bilateral en derechos humanos con foco en la asistencia a la Justicia. El proyecto constaba de dos semanas anuales de reuniones con referentes de ese ámbito, un año en Puerto Príncipe durante el verano boreal, como parte del programa de la Universidad de Verano del Instituto Haitiano de los Derechos del Hombre con sus similares argentinos, y otro en Buenos Aires. El evento había salido en la prensa local al día siguiente y el Presidente lo había leído o se lo habían informado, porque me agradeció el rol argentino en ese proyecto.
A pesar de todos sus esfuerzos y de su comprobado compromiso con la mejora de la situación de sus connacionales, que me tocó presenciar, era mucho lo que había que hacer para mejorar Haití y era mucho, también, lo que jugaba en contra del exitoso empresario devenido presidente. Había muchos intereses creados, tantos como enemigos del Presidente –no sólo políticos–, dentro y fuera de Haití, que pueden haber conducido al brutal atentado que ahora comienza a aclararse con la detención de los autores materiales que ingresaron a la residencia y “hablan inglés y español”. En medio de su extrema vulnerabilidad política, Haití se halla asediado hace muchos años por bandas armadas que siembran el terror con asesinatos, violaciones y secuestros, además de estar vinculadas con fuerzas políticas. Es algo que, evidentemente, la fuerza de paz MINUSTAH de la ONU, que involucró entre 2004 y 2017 a miles de soldados, no pudo erradicar. El propio Moïse había solicitado otra fuerza de paz de la ONU y, luego del atentado, México solicitó una reunión del Consejo de Seguridad para analizar la situación. Muy larga seria la enunciación de los problemas, además de los mencionados. No es el motivo de esta nota. Lo cierto es que este asesinato ha sumido al país en un vacío de poder en medio de la máxima incertidumbre.
Pese a la larga secuencia de desgracias y turbulencias políticas que atraviesa Haití, prácticamente desde su independencia en 1804, cuando venció para ello a fuerzas de Napoleón Bonaparte y luego en el siglo XX, cuando debió soportar la ocupación estadounidense entre 1915 y 1934, todavía no se sabe si los haitianos podrán acudir a las elecciones legislativas y presidenciales previstas para septiembre próximo. Moïse quería combinar esas elecciones con una asamblea constituyente para reformar la Carta Magna que introdujera importantes reformas políticas de fondo. La oposición, desde ya, adelantaba que el Presidente deseaba modificar la Constitución “para incluir la reelección inmediata”, que actualmente no está prevista, y “perpetuarse en el poder”. Es algo que no se puede saber con antelación. El Primer Ministro Claude Joseph, en ejercicio de la presidencia interina según el artículo 149 de la Ley Fundamental, es un diplomático de carrera que antes fue Canciller de Moïse y se comprometió realizar esos comicios como salida a esta enésima crisis, iniciada en junio de 2018 cuando me encontraba en un Haití pendiente del Campeonato Mundial de Fútbol. Recuerdo puntualmente que en medio de ese torneo, cuando Brasil perdió ante Bélgica, el gobierno anunció un fuerte aumento de los combustibles que detonó la violencia.
La legislación establece la convocatoria en 90 días de nuevas elecciones para renovar el Parlamento y la presidencia. Aunque todo parece indicar que el plazo sería posterior a la fecha revista, aumentan las dudas de que los comicios puedan celebrarse pues no hay un padrón ni un Tribunal Electoral para controlarlo. Una de las reformas que se comentaban cuando yo estaba allí incluían un poder legislativo unicameral. Doy fe que los senadores haitianos, hasta fines de 2019, gozaban de una enorme influencia que hasta les permitía, de hecho, elegir a los ministros.
Una de las tantas acusaciones de la oposición a Moïse era que desde el cierre del Parlamento, dispuesto a fines de 2019 por la finalización de los mandatos legislativos, él era “un presidente de facto que gobierna por decreto”. Sobre esto me comentaba una politóloga haitiana residente en Buenos Aires, donde estudió, que, en primer lugar, “el gobierno debe seguir funcionando aunque no haya Parlamento” y luego que había al menos tres razones que pueden haber coadyuvado para la cancelación de esas elecciones: 1) el escándalo de corrupción de PetroCaribe, que enfurecía a la población y en el que estaban involucrados funcionarios haitianos y venezolanos, b) la baja de productividad del país, que restaba el dinero necesario para la realización de esos comicios, y c) la falta de un Consejo Electoral que lo habilitara y controlara. A esas razones puede sumarse el caos en el que se encontraba Haití con manifestaciones violentas y cortes de rutas.
Una nota editorial del periódico argentino La Nación, decano de la prensa escrita de mi país, fechado el 8 de julio último y bajo el título Haití, sumido en la barbarie, se expresó críticamente sobre el ejercicio del poder por parte de Moïse. Para La Nación, desde que asumió, el Presidente “enfrentó numerosas acusaciones de corrupción y de complicidad con actos violentos, en lugar de garantizar la seguridad de los habitantes de su país. Se lo ha cuestionado también por la manera en que reprimió las movilizaciones realizadas en su contra y por no haber podido detener la creciente ola de crímenes y secuestros padecida por la población”.[1]
Respecto de los cargos de corrupción, como se podrá comprender, mi conocimiento de fondo no me permite confirmarlos ni negarlos. Pero en cuanto a la represión de las violentas manifestaciones para derribarlo, de las que tengo fotos y grabaciones, además de haber convivido con ellas, si puedo tomar partido como politólogo, por el conocimiento de la historia de Haití y otros países de la región. Aquellos haitianos que en su país y fuera de él se atreven a denominar “dictador” a Jovenel Moïse por su “violencia” y “usurpación del poder”, parecieran no tener una somera idea de lo que realmente significa vivir en verdaderas dictaduras, aunque muchos son personas mayores. Si nos quedamos, para comparar, sólo en Haití, los muchachos más jóvenes carecen de edad suficiente como para haber oído, siquiera, de sus abuelos, lo que era vivir bajo la dictadura de François y Jean Claude Duvalier y sus Tonton Macoutes, entre 1957 y 1986 (29 años). No obstante, conocí en Haití a muchos nostálgicos de los Duvalier. Si nos alejamos de las fronteras de Haití, pero no mucho, tenemos dos casos emblemáticos que no pueden eludirse: primero, la sangrienta y dilatada dictadura de Rafael Leónidas Trujillo del otro lado de su frontera terrestre, en la República Dominicana, entre 1930 y 1961 (31 años). Un país que, más allá de la retórica diplomática, digámoslo claro, nunca se llevó bien con Haití. Y en el mar Caribe, a 320 kilómetros en línea recta hacia el noroeste, tenemos aún la sangrienta y mucho más extensa dictadura comunista cubana, iniciada en 1959 (más de 62 años). Objetivamente y dejando de lado ideologías políticas, ambas no resisten el menor análisis comparativo con los cuatro años de Jovenel Moïse.
El Presidente asesinado cometió, seguramente, muchos errores. Pero me consta personalmente que gobernaba una república democrática pluralista con libertades individuales, economía de mercado y mandatos acotados. Era criticado a diario por la prensa y acosado por manifestaciones violentas, impensables, siquiera, en las dictaduras mencionadas más arriba. Yo viví siete años bajo una dictadura militar sangrienta en Argentina y, ya como diplomático, residí tres años en Cuba (2006-2009). Así que a mí no me hablen de la “dictadura de Moïse”, mucho menos quienes tienen edad suficiente como para haber vivido durante uno o los dos Duvalier.
¡Que Dios guarde a Haití y a sus habitantes!
El autor es diplomático argentino retirado