Cultura/Educación

María Asunción Mateo, esposa de Alberti: “Lo que es una vergüenza es hacer lo que ‘los viudos’ hacen con la cultura: como no seas amigo…”

Por El Debate.

Fragmentos de la entrevista…

–Estos «viudos eméritos», como los llama, más allá de las faltas de respeto, ¿cometieron actos y vertieron palabras que podrían acabar en los tribunales?
–Calumnias, mentiras, atentados contra el derecho al honor y la intimidad… Lo tengo todo guardado, como puede verse en el libro. Además, parece que Rafael, por tener 90 años, estaba idiotizado. Pero qué falta total de respeto. Y nadie ha comprobado nunca nada, porque en aquella época daba recitales en México, Cuba y Chile, y recitaba de memoria a Góngora y Lope, además de tener una claridad mental absoluta. Y lo más importante: ninguno de los «viudos» vio a Rafael desde que nos casamos. ¿Cómo sabían cómo era su relación conmigo o en qué estado se encontraba?
–Habla de los que califica «viudos eméritos», como Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, y su primo, Luisito Muñoz, además de otros destacados nombres de la cultura que la atacaron sin piedad. ¿Se creían con total impunidad?
–Sí, y la han tenido, durante años. Han publicado lo que han querido, les han dado premios y puestos de poder, y eminentes periódicos que se dicen objetivos les han dado voz. Y nadie ha dicho nada. Incluso en el caso de que Rafael hubiera perdido el juicio, ¿acaso no tenía derecho él a hacerse viejo? ¿Por qué en este país es una vergüenza envejecer? Lo que es una vergüenza es hacer lo que los viudos hacen con la cultura: como no seas amigo, no te dan un premio; y si no eres una chica guapa y consientes ciertas actitudes… no tienes sitio cerca de ellos. Hay tantas cosas que sé y no he querido contar…
–¿Cómo ha podido aguantar tanto, y sin defenderse?
–Por amor. Por el amor hacia Rafael y el suyo hacia mí. Es lo único que me ha mantenido viva. No me quería levantar de la cama, ni salir a la calle, ni saber nada del mundo. Cómo se podían decir tantas barbaridades de un ser como Rafael, un poeta genial y un ser tan maravilloso como persona, tan generoso, tan bueno, tan tierno… Es una persona difícil de encontrar. Yo estaba enamoradísima de él, y sigo estándolo. No me he vuelto a tomar un café con un señor desde hace 23 años, no he podido rehacer mi vida.
–Un amor de los que ya no se estilan.
–El amor no se busca, se encuentra. Yo de hecho iba buscando a Dámaso Alonso, y apareció aquella maravilla de melena blanca… Quería hablar con Dámaso, que era para mí la luz de la erudición, y acabé conociendo a Rafael. Y compartí con él los mejores años de su vida, y eso no me lo han perdonado. Él decía: «El ser feliz no es un pecado. Hoy mi vida es más azul que nunca». Por otro lado, yo siento un respeto reverencial hacia la figura de María Teresa León y hacia las mujeres que han pasado por la vida de Rafael. No me he metido con nadie. No he reñido ni con [Luis García] Montero, ni con Benjamín Prado, ni con nadie de la familia; todo ha sido soterrado. Ha sido envidia, envidia, envidia. Te doy mi palabra. Pero además es que yo puedo demostrar todo. ¡Lo han dejado todo por escrito! ¡Han escrito que hice de él «un pelele y moneda de cambio»! Qué insulto para él, y qué insulto para mí, que parece que llegué con la ropa interior en la mano.
–Incluso si así hubiera sido, ¿por qué esa inquina contra la mujer que Alberti, su maestro, escogió como compañera?
–Por envidia. También digo en el libro que espero que a ellos no les toque perder a la persona que aman. Y no quiero entrar en la vida privada de nadie, pero hay quien va de viudo leyendo poemas y llorando con la amante al lado. Y su mujer se murió sabiendo que él se la pegaba con otras… Pero a mí eso me da igual. Lo que yo me pregunto es, incluso aunque yo hubiera sido mala persona, ¿a quién le importaba, si hacía feliz a Rafael? Pero no le querían, sólo querían salir en la foto. A veces pienso si todo esto realmente me ha ocurrido a mí…
–En el libro relata también cómo cree que fue la «heredera» de problemas y dinámicas que no tenían que ver con usted, sino que fueron previas a su llegada.
–En algunas yo ni siquiera había nacido. Nos llevábamos 42 años… Su hija nació antes que yo. Por respeto a Rafael, y por respeto a María Teresa, no me he ensañado más; él mismo tuvo que escribir una nota, que aparece en el libro, defendiéndose de su hija Aitana. Es un texto durísimo. Yo no tengo nada más que añadir.
–Y ahora, ¿teme las represalias, que puedan verter más odio?
–No me ha llegado ningún eco de nadie. Dirán que escribo muy mal, que no tengo ni idea, que digo mentiras… Ellos solos se desprestigian. Pensaban que ya no iba a abrir la boca porque en 23 años no lo he hecho. Quizá creían que estaba arrugada en una silla de ruedas, pero están muy equivocados: estoy más fuerte que nunca, y eso que voy a cumplir 80 años. Pero el silencio protege el intercambio de premios y honores… Y quien da los premios (que ya están dados), un señor colocado a dedo, tiene un cerco numantino a su alrededor. Los tentáculos del periódico El País, las editoriales (¡no ha sido nada fácil publicar este libro!), los advenedizos… tienen a todo el mundo asustado. Pero ahora que estamos hablando, espero que salgan muchas cosas a la luz.
–¿Cómo ha afectado toda esta doble cara, esta hipocresía que señala, a su visión de la izquierda?
–Estos son socialistas de salón. Por supuesto que yo estoy defraudada con determinada izquierda, y por descontado que no me han apoyado en nada. Muchos se han creído a estos tipos, que han contado lo que han querido, y me han desilusionado mucho, igual que a Rafael le defraudaron en su momento. Pero él se mantuvo fiel a sus ideas, y lo demostró, entre otras cosas, donando todo lo que tenía, gratis, sin quedarse ni un duro, y viviendo de su trabajo. Hay una frase de Rafael que me conmueve: «Un carnet de partido no es un carné de conducta». Es lo más sabio que ha dicho…
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