Por Sor Nadieska.
Mientras estamos viviendo la experiencia de celebrar cada noche con las familias la novena a la Virgen de la Caridad y nos vamos preparando para tan significativa fiesta, voy repitiéndome la misma pregunta, quizás con otras variantes:
¿A quién le importa tanto dolor, desgarro, indolencia, tristeza, impotencia, llanto, soledades?
¿A quién le sigue importando este vacío en el que ha caído de forma vertiginosa y sigue cayendo con más profundidad este país?
¿A quién le duele el alma cuando escuchas tantos y tan estremecedores sufrimientos?
¿Quién se hace responsable de tanta desidia, de que tantas personas no tengan una mirada feliz y ni siquiera las fuerzas para soportar lo cotidiano?
¿A dónde se dirige la mirada cuando lo que nos rodea es hambre, abandono, huida permanente de un país en el que cada vez cuesta más respirar?
¿Cómo permanecer aquí por opción, cómo encontrar sentido a este sinsentido?
Estas interrogantes laten al ritmo de mi corazón, y por ellas tengo el alma lacerada al escuchar y ver tanto… Tengo un dolor que el corazón no puede contener más, y no es falta de fe como algunos se atreven a decirme. NO, no es falta de Fe. Es cansancio, es agotamiento interno, es tristeza de ver vivir a un pueblo que más bien muere, deseando oportunidades de vida y un sentido para enfrentar lo cotidiano. Y me encuentro con que yo no puedo ofrecer más solución que un oído atento, una mirada acogedora, una palmada de apoyo y una palabra de aliento.
Estoy triste, sí, y comparto mi tristeza. Y no quiero consejos espiritualistas; quiero poder expresar lo que llevo dentro, quiero buscar con otros alternativas y soluciones a esta realidad de muerte que lucha con el deseo de vida que todos llevamos dentro. Quiero escuchar de otros, de quienes tienen posibilidad directa de solucionar estas situaciones dolorosas; de ellos quiero escuchar verdades de frente. Quiero oportunidades y no más circos de fiestas que se organizan en los pueblos durante tres días y lo que logran es emborrachar el cerebro y entorpecer más la cotidianidad. Y no quiero escuchar que este no es tema para una religiosa; lo es, claro que lo es, porque basta que haya sufrimiento, dolor, angustia, para que a TODOS deba interesarnos y decidamos, desde lo que somos cada uno, aportar y ofrecer alguna propuesta, más allá de que sea o no escuchada y acogida.
Quiero un pueblo libre. Quiero un gobierno dialogando. Quiero inclusión en esta casa Cuba. Quiero posibilidades para todos. Quiero volver a soñar. Quiero sentir la alegría propia de mi gente. Quiero escuchar a los jóvenes con opciones dentro de esta hermosa isla. Quiero que los ancianos estén acompañados y sin hambre, con acceso a medicinas y sin preocupaciones de un hoy para sobrevivir, sino con aliento para vivir. Quiero familias que se sienten a la mesa a comer dignamente aquello que se han ganado con su propio esfuerzo. Quiero… ¿Es mucho pedir, esto que quiero y, que tantos también quieren como yo?
Vuelvo otra vez la mirada y el corazón a la Madre, a la Cachita de los cubanos, a la Virgen morena, mambisa, marinera…a esa que conserva en su corazón cada palabra dicha ante su altar, allí donde cada quien la venera con cariño y devoción. ¿A quién mejor se puede volver el corazón de un hijo si no es al de la madre? Porque ella en su regazo ha tenido este ser en lucha, porque ella ha acompañado tantas veces este grito suplicante. Ella ha sido testigo, desde los mambises hasta hoy, del sueño y deseo de cada uno de sus hijos. Ella ha sido el lugar donde tú y yo levantamos la mirada confiada.
A Ella, tan cerca ya de su fiesta, una vez más le pido: Danos la libertad, danos el valor que precisamos para luchar por lo que nos merecemos. Regálanos, María, la fidelidad a la verdad que necesitamos para no seguir callando tanta injusticia, danos el amor por la patria de nuestros próceres para que nuestra conciencia cubana no sea apagada, sino que busquemos juntos caminos liberadores para todos.
Madre nuestra, alcánzanos de Jesús el regalo de la esperanza. Concédenos a todos los cubanos ser unos para otros, ser para este pueblo instrumentos de paz. Que esta hora difícil, oscura y tan crítica no arranque de nosotros la confianza. Que podamos vislumbrar un nuevo horizonte, que nada ni nadie nos quite el deseo profundo de vivir.
Escucha, Madre, a tu pueblo. Vuelve a nosotros, una vez más, tus ojos cargados de ternura, y regálanos a todos la bendición para que, cobijados bajo tu manto, nos sintamos hermanos, sin rencores; para que luchemos incansablemente por el bien. Especialmente, Madre, coloca en el corazón de cada cubano, de los que gobiernan a todos los niveles, el don del entendimiento para que reconozcamos que todo cubano se opone y no quiere más sometimiento a un sistema decadente, que rechazamos que se denigre a cada uno de sus hijos con la falta de respeto a la dignidad propia, que es un don recibido de las manos de Dios Padre.
Finalmente, Madre de la eterna compañía, Madre de cada caminante, Madre de todo consuelo, concede a cada cubano el valor de reconocer sus derechos, y alienta la esperanza que tímida se asoma con el clarear de cada amanecer. En tu corazón, Madre, coloco todo lo que alberga el mío, el de todos. A ti acudo una vez más con confianza, porque sé que a ti también te duele el alma, y tú derramarás una vez más la serenidad que nos trajiste sobre aquella tabla en medio de tanta tormenta, dejándonos saber que tú eres la Virgen de la Caridad, y así te veneramos para siempre. Bendícenos, tierna Madre, y convócanos como siempre a la esperanza. Amén.
S.Nadieska Almeida Miguel. H.C.