EDITO

Los cubanos y la Transición Española

Por Víctor A. Fernández Calzadilla.

La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados orgánicos infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios.

Antonio Gramsci.

La Transición española (el paso de dictadura a democracia) fue una filigrana para repartirse el poder por parte de distintos agentes. Si alguna vez tuvo algo de admirar, probablemente haya durado alrededor de sus dos primeras décadas. Fue un proceso pacífico en el que -en mi opinión- todos los grupos de poder implicados salieron de la mesa de negociación satisfechos, pensando que habían engañado a los demás, y que se estaban saliendo con la suya. Todo se ha de juzgar por sus resultados, como en la ciencia: experimentar, observar, concluir.  El resultado de la Transición española como se hizo, sin catarsis, es la España de hoy: dividida, enfrentada, con un lastre administrativo de características feudales inmenso. El Sistema de Autonomías, producto de la Transición, es una división político-administrativa que convirtió a España en 17 países, cada uno con su presidente, parlamento, y diputación, lo que triplica de facto el tamaño -burocrático- del estado. España es el país de Europa con más políticos en cargos públicos. Duplica por mucho a los de Alemania y Francia. En España hay partidos políticos (subvencionados por el estado) nacionalistas, cuyo principal objetivo es destruir España. Todo esto es herencia de la Transición, pero ni siquiera es el mal mayor, sino lo siguiente: Quien ha sabido usar la Transición con más inteligencia es la izquierda, que se ha dedicado todos estos años, mediante el método gramscista, a hacerse con la educación, la cultura, y los medios de prensa, mientras que la derecha se durmió en la parra y no ha dado la batalla cultural. España es estructural y administrativamente un país socialista (como lo era la URSS y lo sigue siendo Cuba), donde se permiten -de momento- ciertas libertades tipo: pluripartidismo, elecciones, y monarquía (refrendada y aprobada por la mayoría en 1978). El sistema electoral español, otra de las herencias de la Transición, es un disparate que reparte el valor de los votos porcentualmente, y consigue que partidos con menor número de votos tengan más escaños en el parlamento que otros más votados, estableciendo una especie de “dictadura” de minorías. Algunos políticos han hablado de cambiarlo, pero nadie se atreve a dar el primer paso, y es que la clase política tiene mucho en juego: altísimos salarios, pensiones vitalicias, y prebendas varias. Los políticos son una especie de clase feudal con derechos particulares (incluida la excención de impuestos de un porciento de sus salarios) a quienes se les permite, en el colmo de la ignominia, que juren sus cargos en el parlamento y en los ministerios usando un subterfugio verbal que no los vincula legalmente con la responsabilidad adquirida, sobre todo los de partidos de ultraizquierda y los separatistas, que suelen decir: “Prometo por imperativo legal”, en vez de “Juro” o “Prometo”, como de hecho establece la ley. Es todo de arcada y vómito.

¿Qué tuvo de admirable la Transición? Que los grupos de poder político no estimularon la violencia que, probablemente, habría conducido a otra guerra civil, y que optaron por conservar ciertos beneficios sociales que la dictadura franquista le había dado al país (Seguridad Social -creada durante la república y potenciada por la dictadura-, vacaciones pagadas, derecho a la jubilación, etc…). Su mayor fracaso, en resumen, es que mientras la derecha se dedicó a olvidar, la izquierda se dedicó a recordar, en el mejor de los casos. Muestra de ello es la llamada “Ley de la memoria democrática”, que impone una revisión y una versión de la historia completamente permeada por las ideas más radicales -y emocionales-, de la izquierda. ¿Qué les faltó? Una catarsis, es decir, un juicio estilo el de Nuremberg, en que se hubieran depurado y juzgado responsabilidades de ambos bandos (izquierda y derecha), desde la Guerra Civil.

Existe un grupo cada vez más grande de emigrantes cubanos (la emigración cubana se puede diferenciar nítidamente en dos grupos: exiliados, que son quienes mantienen una posición firme frente a la dictadura castrista, y los emigrantes económicos, o “emigrantes de barriga”, como les llaman sus compatriotas, que son aquellos que se confiesan apolíticos, emigrantes por razones económicas, o que no buscan enfrentamientos con la dictadura, sino negociación, algo que la dictadura ha demostrado a lo largo de 64 años que no va a hacer), que sueñan con y promueven, desde distintas plataformas, una especie de Transición española para Cuba. Hay un grupo de cubanos filosocialistas en Madrid que quiere proponerle a la dictadura una especie de amnistía: a cambio de la libertad de los presos políticos, y de que abandonen el poder progresiva y pacíficamente, y permitirles que se retiren de la isla, o en la isla, a cambio de nada, ni responder ante la ley por los crímenes que han cometido a lo largo de 64 años, ni devolver nada de cuanto han expoliado al pueblo y a la República de Cuba.

¿Es esto factible? No. Como he dicho antes la dictadura no ha cedido un ápice su posición monolítica todas las veces que se les han propuesto negociaciones. Es hasta infantil pensar o esperar que una dictadura se desmonte así. ¿Qué quieren estos cubanos emigrantes, que no exiliados? Algo que a lo que los exiliados llaman (el término fue acuñado por Oswaldo Payá, líder del Movimiento Cristiano Liberación): Cambio fraude. Es decir, la continuación del régimen. Con ello conseguirían en todo caso un cambio estilo soviético, de ninguna manera una Transición española.

Los cubanos del cambio fraude buscan un “borrón y cuenta nueva” completamente irreal, dadas las características emocionales del pueblo cubano, y lo saben. Basta recordar las atrocidades cometidas en los primeros años de la dictadura castrista, cuando se celebraron juicios sumarios sin ninguna garantía legal, donde las masas enardecidas por la propaganda castrista explayaban sus sentimientos rugiendo desde las gradas de los estadios y centros deportivos donde celebraban los juicios: ¡Paredón!¡Paredón! Miles fueron fusilados. Más acá en el tiempo tuvimos los infames Actos de repudio, orquestados por la dictadura contra los cubanos que se querían ir del país cuando el Éxodo del Mariel. Tiraron piedras, huevos, dieron golpes, sometieron a humillaciones a otros ciudadanos, todo ello estimulado por la dictadura conocedora de la emocionalidad del pueblo. Los cubanos del cambio fraude buscan perpetuar el régimen, pero quitándole el férreo carácter militar a la dictadura, lo que es, sería, privarla de su esencia, algo imposible. Varios de esos cubanos del cambio fraude están preocupados porque sus abuelos fueron torturadores, o miembros de pelotones de fusilamiento, y no quieren que se les juzgue. Es decir, esos cubanos esperan que crímenes de lesa humanidad tan atroces como los campos de concentración conocidos por las siglas UMAP, la masacre de río Canímar, el hundimiento del remolcador 13 de Marzo, los asesinatos de Osvaldo Payá y Harold Cepero, el encarcelamiento de casi mil jóvenes que participaron en las protestas del 11 de julio de 2021, entre ellos varios menores de edad, condenados entre todos a más de mil años de prisión, queden impunes, que la dictadura y sus agentes se vayan a casa, con el dinero expoliado a los cubanos, sin rendir ningún tipo de cuenta. Si en vez de un cambio a la rusa, consiguieran la fantaseada Transición española, en menos de 10 años estarían otra vez bajo un régimen dictatorial. En cualquier caso, -en mi opinión-, olvidar crímenes como los cometidos por la dictadura castrista es humillar doblemente a las víctimas.

Como se dice en Cuba, “El dominó se trancó”. No habrá cambio mientras exista la dictadura, como el tiempo y la evidencia ha demostrado y, de haberlo, este no puede ser sin que se celebre en La Habana un juicio estilo el de Nuremberg, con todas las garantías legales nacionales e internacionales, donde se restituya de alguna manera el honor a las víctimas, y los victimarios, es decir, la dictadura castrista y todos sus agentes, sean juzgados y condenados, aunque sea In memoriam.

Víctor A. Fernández Calzadilla es escenógrafo y director de escena, historiador de la ópera, y galerista.

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5 Comments

  1. Noel Ferrer Pita

    Estupendo artículo, no le sobra ni le falta nada.

  2. María Caridad Sepúlveda

    Producto de esa TE es que estamos como estamos en España. Un artículo importante para entenderlo.

  3. Máxima.

    ¡Suscribo! La TE fue un señuelo, su “exhibicionismo” en todos los foros fue la mejor pista para desconfiar y nunca imitar.

  4. Nina G. Estrabado

    Pero alguna vía tendrá que tomarse, porque peor que el que hay no puede haber, digo yo, que no soy muy de estas cosas.

  5. Zoe Valdes

    Con permiso, la vía está propuesta en el artículo, un Nüremberg.

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