Por Oscar Elías Biscet / WSJ / Trad. ZoePost.
En 2010, el régimen de Castro de Cuba comenzó a liberar a periodistas y activistas de derechos humanos, la mayoría de los cuales había encarcelado siete años antes durante la represión de la Primavera Negra contra la disidencia política. Una vez puestos en libertad, la mayoría de los prisioneros fueron exiliados a España. Pero me negué a aceptar el exilio como precio de la libertad. Mi negativa me costó un año más en prisión, pero desde entonces me ha permitido presenciar el coraje y la esperanza echando raíces en una nación sumida en el miedo y la desesperación durante mucho tiempo.
En Cuba no hay libertad de expresión ni de reunión. Aquellos que se atreven a denunciar los abusos del gobierno corren el riesgo de ser detenidos y cosas peores.
Por eso fue tan inspirador ver las protestas antigubernamentales que estallaron espontáneamente este verano en toda Cuba. Participaron decenas de miles de mis compatriotas en más de 60 ciudades y pueblos. La mayoría no eran defensores de los derechos humanos ni activistas por la democracia. Eran cubanos corrientes: hombres y mujeres; blanco, negro y mestizo; joven y viejo; rural y urbano.
Todo el mundo parece conocer a alguien que protestó: un familiar, vecino, amigo o compañero de trabajo. Esto ha ayudado a exponer la ridícula mentira del gobierno de que los manifestantes eran mercenarios financiados por Estados Unidos.
El gobierno cubano respondió como lo hacen los estados policiales autoritarios e inseguros: con violencia. Miguel Díaz-Canel, el jefe del gobierno de Cuba, emitió órdenes para que los ciudadanos “luchen” contra los manifestantes e instó a los comunistas leales a “defender” violentamente la revolución. “Hacemos un llamado a todos los revolucionarios del país, a todos los comunistas, a tomar las calles”, dijo en un discurso televisado a nivel nacional. “Se ha dado la orden de combate”.
Las fuerzas de seguridad cubanas y los comunistas civiles golpearon a muchos manifestantes con palos y palos. Según una estimación, el gobierno sigue deteniendo a más de 700 personas, y quizás decenas de las detenidas siguen desaparecidas.
Pregunté a amigos de toda Cuba sobre sus experiencias con las protestas. Varios describieron haber visto tropas fuertemente armadas y vestidas de negro del Ministerio del Interior allanar sus vecindarios como si estuvieran luchando contra una insurgencia militar.
Un amigo de San Antonio de Los Baños, la ciudad al sur de La Habana donde comenzaron las protestas, describió caminar por las calles para protestar solo, y luego encontrarse con un amigo que se unió a él para gritar “¡Libertad!” y otros lemas antigubernamentales. Al acercarse a un parque en el centro de la ciudad, se animaron a encontrar “una multitud rebelde gritando contra el régimen”.
Un amigo de Bauta, un pequeño pueblo al oeste de La Habana, dijo que al principio dudaba en unirse porque uno de sus tres hijos tenía Covid-19 y no quería contagiar a nadie. Pero los pensamientos sobre el futuro de sus hijos lo hicieron reconsiderar. “Me sentí satisfecho conmigo mismo [por participar]”, dijo, y agregó con pesar: “Ahora puedo morir”.
¿Qué están protestando exactamente los cubanos? Muchos medios de comunicación se han centrado en la mala respuesta del gobierno a la pandemia de Covid-19, el pésimo estado de la economía cubana y la falta de medicinas y alimentos básicos. Pero esto es engañoso. Las protestas tienen que ver fundamentalmente con la represión. Los manifestantes exigen responsabilidad y transparencia de un gobierno autocrático y reservado. Exigen libertad de prensa y religión de un régimen basado en la propaganda y el ateísmo intolerante. En pocas palabras, las protestas son una manifestación de la determinación del pueblo cubano de poner fin a la dictadura comunista de 62 años. Según un estudio, el 74% de las protestas se relacionaron principalmente con los derechos políticos y civiles, mientras que el 26% restante tuvo que ver con la economía.
El régimen de Castro modeló al gobierno cubano en la Unión Soviética, y fue subsidiado por esta última hasta su desaparición. Al igual que la URSS, La Habana intenta controlar todos los aspectos de la vida de sus súbditos. Es un estado orwelliano donde los ciudadanos han sido condicionados a desconfiar unos de otros. La desesperación flota pesadamente en el aire. Incluso un susurro contra el gobierno puede provocar hostigamiento, golpizas, detenciones y la pérdida del trabajo, como me sucedió a mí, un médico, y a mi esposa, Elsa, una enfermera, después de que comenzamos a denunciar los abusos del régimen hace décadas.
En un país donde las paredes tienen oídos, es fácil perder la voz. Pero eso está cambiando. El régimen es débil y la gente lo siente. Dos cánticos que se escuchaban a menudo durante las protestas eran “¡No tenemos miedo!” y “¡Ya no tenemos miedo!” Durante décadas, lo mejor que podían esperar muchos cubanos era escapar. Pero ahora, cada vez más de nosotros asumimos la responsabilidad de remodelar nuestra patria.
Las protestas se han calmado por ahora, pero la determinación de lograr una vida mejor se ha encendido en los corazones del pueblo cubano. No volveremos atrás. Vamos por buen camino y los vientos nos favorecen.
El Dr. Oscar Elías Biscet es médico y defensor de los derechos humanos. Ex preso político, creador del Proyecto Emilia, entre otros.
Un placer leer a OEB andava como retirado no? en cambio reaparecer es significativo la oposicion aun vive
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Un escrito muy sentido. Pero moderado, como los que a mí me gusta leer.