Por Manuel C. Díaz.
Yo sabía que Lino Novas Calvo había escrito una novela, Pedro Blanco, el negrero (Espasa-Calpe, Madrid, 1933), y un libro de relatos titulado La luna nona y otros cuentos (Editorial Losada, Buenos Aires, 1942), con el que ganó el Premio Nacional de Literatura. Sabía también que ese mismo año había obtenido el Premio Hernández Catá (uno de los más prestigiosos de la Cuba republicana) por un cuento titulado, Un dedo encima.
Sin embargo, a pesar de conocerlos, no había leído ninguno de ellos. En realidad, nunca había leído nada escrito por él. Hasta que en 1993 el periodista Agustín Tamargo me regaló, una tarde que visitábamos la librería Universal, el libro Maneras de contar (Las Americas Publishing Company, 1970), en el que se recogían una veintena de sus cuentos, entre ellos La noche de Ramón Yendía, uno de los más famosos, y La noche que salieron los muertos, escrito en un estilo que podría considerarse, cuando aún el término no había sido acuñado, como puro “realismo mágico”.
Recuerdo que, al terminar de leer el libro, deslumbrado por su técnica narrativa y por una prosa que me resultó innovadora para su tiempo, comprendí por qué Guillermo Cabrera Infante siempre aseguró que Lino Novás Calvo debía estar entre los grandes maestros del cuento en América.
Veinte años más tarde tuve la suerte de que alguien me regalara otro de sus libros. Se trataba de España estremecida (Editorial Renacimiento, 2013), una recopilación de las crónicas y reportajes que escribió desde Galicia (de donde era oriundo) por encargo del semanario cubano Orbe.
Y por una de esas extrañas coincidencias resultó que, quien me lo regaló, Pedro Yánez, dueño de la famosa librería Las Américas de Nueva York, había sido precisamente el editor de Maneras de contar, aquel primer libro que leí de Lino y que me había abierto las puertas de su universo literario.
Cuando se lo comenté, Pedro se sonrió y me dijo: “Pues este te abrirá las de su quehacer periodístico”. Y así fue. Aquellos textos eran una muestra de cómo había sabido combinar en ellos las técnicas periodísticas con las de la ficción, y en particular, con las de su propio estilo de narrar, convirtiéndolos en un híbrido que podría catalogarse como “crónica-literaria”.
España estremecida abría con el primer trabajo que envió a La Habana y que muy apropiadamente se titulaba Buceando en la tercera, en alusión a su condición de “pasajero de tercera” en el barco “Cristóbal Colón”, en el que viajó de La Habana a La Coruña.
Aquella primera crónica comenzaba así: “Las compuertas del espigón me guillotinan, de una vez, aquel claro por donde mis ojos se empeñan todavía en llegar a mis amigos de Cuba. Entonces -y solo entonces- me siento desarraigado de esa Habana donde he creado intereses espirituales tan hondos. Noto que ya no es posible arrepentirse y comienzo a tomar en serio la partida”.
Los dos que le seguían, Hombres de mar y mujeres de orilla y Por la aldea de Galicia, habían sido escritos a partir de las impresiones que le produjeron el reencuentro con un mundo que ya no era el suyo. Eran crónicas duras; pero verdaderas. Sin embargo, a pesar de que describían crudamente la manera en que se vivía en las aldeas gallegas de aquellos años, era posible adivinar en ellas su amor por el terruño natal: “La aldea de Galicia -la suma de la región- es, sobre todo en este tiempo, de una exhuberancia casi inofensiva. Su verdor parcelado, sobre las ondas sucesivas e interminables del terreno, sus pequeñas y sólidas casas blancas anidadas como palomas en cuadrángulos de vegetación, y la variedad constante y breve de líneas, llena los ojos del viajero de un dolor especial”.
Ya en Madrid, el tono de los trabajos que envió a la revista cambió. Aunque sin abandonar su estilo, era posible advertir en ellos un afán por diversificar los temas. Fue así cómo, tanto en las crónicas como en las numerosas entrevistas que realizó, logró dibujar un extendido mural en el que escenificaba, desde los salones del poder político hasta los recovecos de la miseria, la vida española de aquella época.
Sus títulos, por sí solos, nos daban una idea de su abarcadora agenda: El Ateneo de Madrid, La prensa española, El estatuto catalán y el sentimiento de civilidad, Los intelectuales españoles, El toro, el puntillero y el monosabio, El jardín zoológico del Retiro, La porra y la benemérita, La expulsión de los jesuitas y La señorita española en 1933.
España estremecida era (nunca se lo agradecí suficiente al amigo Pedro) una estupenda y cuidadosa selección de los mejores trabajos periodísticos de Lino Novás Calvo. Y es que todos los que aparecían en ella, más que escritos, parecían cincelados. Así era de trabajada su prosa. No había uno solo de ellos en los que pudiera decirse dónde terminaba el periodismo y dónde comenzaba la literatura. O viceversa.
Lino Novas Calvo nació en Mañón, Galicia, el 24 de septiembre de 1903. Emigró a Cuba en 1912 siendo apenas un niño y como todos los emigrantes gallegos desempeñó, mientras estudiaba por las noches, diferentes oficios: dependiente de una fonda, chofer, carbonero y obrero de una fabrica de sombreros. En 1927 comenzó a colaborar en la Revista de Avance y también en Bohemia, de la que llegó a ser jefe de redacción.
En 1960 pidió asilo en la embajada de Colombia en La Habana. Viajó a Miami y más tarde a Nueva York, donde fue profesor de Literatura Hispánica en la Universidad Syracuse. Murió en esa ciudad el 24 de marzo de 1983 a los ochenta años.
Manuel C. Díaz es escritor, crítico de arte y literatura y cronista de viajes.