Por Manuel C. Díaz.
«El tremendo juez, de la tremenda corte, ¡va a resolver un tremendo caso…!» Así comenzaba, noche a noche, uno de los programas cómicos de la radio cubana de más éxito en la historia de la radiodifusión latinoamericana. Sí, latinoamericana. Y es que la Tremenda Corte llegó a escucharse también en varios países del continente.
El programa comenzó a transmitirse en 1942, primero a través de la RHC Cadena Azul y posteriormente a través de CMQ Radio, desde la que estuvo saliendo al aire hasta 1961, cuando fue cancelado por las autoridades revolucionarias.
Algunos de sus principales actores, como Leopoldo Fernández, (José Candelario Tres Patines), Aníbal de Mar (El Tremendo Juez), Mimi Cal (Luz María Nana Nina), Miguel Ángel Herrera (El Secretario) y Wilfredo Fernández (Perico Jovellanos y Campoflorido) debieron marchar al exilio; otros, como Adolfo Otero (Rudesindo Calveiro y Escobiña), Julito Díaz (en ocasiones reemplazaba al Secretario), y Edwin Fernández, que interpretaba a Simplicio Bobadilla y Comejaibas, murieron en Cuba; los dos primeros en 1958, y el tercero, en 1997. También murió Reynaldo Miravalles, quien en el papel de Leoncio Garrotín y Rompecocos, aparecía frecuentemente en el programa.
Ochenta años después de haber salido al aire por primera vez, y gracias a que más de trescientos episodios fueron sacados de Cuba, todavía La Tremenda Corte se escucha no solo en la radio de Miami, sino también en la de países como México, Perú, Panamá, Costa Rica y República Dominicana.
Y uno no puede dejar de preguntarse: ¿cuáles son las causas de un éxito tan perdurable?; ¿cómo es posible que un programa hecho en los albores de la radio y cuyos argumentos se basaban en la realidad cubana de aquella época, pueda gustarles a jóvenes latinoamericanos cuyos padres no habían nacido cuando éste se transmitía desde la Isla en los años cuarenta y cincuenta?
Las respuestas a esas preguntas habría que buscarlas, primero, en la calidad de los libretos. Y segundo, en el profesionalismo de sus actores. No hay más que escuchar los programas para comprobar que sus libretos estaban adelantados a su tiempo. En ellos están presentes todos los elementos de las más sofisticadas comedias modernas: personajes interesantes; diálogos cortos, incisivos e inteligentes; tramas simples, pero con enredos; y finales con resolución de los conflictos.
Su autor, Castor Vispo, era un español nacido en La Coruña que a los 18 años llegó a Cuba para reunirse con sus familiares. Su primer trabajo fue en las oficinas de un almacén. Para cuando Vispo comenzó a escribir (un poco al estilo culto e irreverente de Jardiel Poncela) en el semanario La Semana (más tarde se incorporaría a la revista humorística Zig Zag), ya se sentía identificado con la esencia de la cultura popular criolla.
De ahí pasó a la radio, donde creó una serie humorística cuyo personaje principal era un detective gallego con el americanizado nombre de Rudy Rod. Algún tiempo después produjo un programa cómico llamado El Precinto Competidora, que terminaría por convertirse en La Tremenda Corte.
En cuanto a los actores habría que decir que todos, desde los principales, Leopoldo Fernández y Aníbal de Mar, hasta sus contrapartes, Mimí Cal y Adolfo Otero, procedían del teatro vernáculo (aquel del Negrito, el Gallego y la Mulata), en el que habían adquirido una gran experiencia.
En el caso de Leopoldo Fernández, haciendo temporadas en las provincias con su propia compañía teatral, la cual fundó en su ciudad natal de Jagüey Grande, en1926. Y ya en La Habana, trabajando con otros artistas del género, como Candita Quintana, Federico Piñero, Alberto Garrido y Mimi Cal, quien fue su esposa durante dieciséis años. También trabajó en comedias en el Teatro Martí (en las que hacía uso de sus legendarias «morcillas») y con la compañía de Revistas y Zarzuelas, de Robreño, en el teatro Payret.
Aníbal de Mar fue otro artista que trabajó en casi todos los teatros de la isla, hasta que pasó a la radio haciendo el papel (antes de que se incorporara a la Tremenda Corte) de Chan Li Po, personaje que lo catapultó a la fama nacional.
Mimí Cal y Adolfo Otero también provenían del teatro, ella con la compañía de Arquímedes Pous y la de Lecuona, con las que, además de actuar, también bailaba. Y él, con la compañía de Garrido y Piñero, presentándose en el Teatro Martí. También trabajó en las películas Hitler soy yo y Siete muertes a plazos fijos, ambas del realizador Manuel Alonso.
Como quiera que haya sido, lo cierto es que La Tremenda Corte fue, es y será, un clásico de la radio cubana. Un genuino representante del verdadero humor cubano, ese humor que, sin necesidad de recurrir a la vulgaridad, podía ser criollo y popular a la vez.
Sus personajes eran gente de pueblo; y sus ocurrentes historias, siempre llenas de enredos y malentendidos, eran una imagen de la cotidianeidad ciudadana de aquellos años.
En cierta forma, La Tremenda Corte es una versión radial de la Cuba de ayer. El símil, no por manido, es menos válido. Escuchar sus episodios es como regresar a ella; aunque sólo sea por media hora.
Hasta el día en que el Tremendo Juez, de la Tremenda Corte, al fin, dicte sentencia.
Manuel C. Díaz es escritor, crítico de arte y literatura y cronista de viajes.
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En mi álbum familiar guardo muchas fotos de Evaristo (Aníbal) jugando al dominó con mi padre y unos amigos durante largos domingos de sobremesa y café. Muchos domingos venía a casa y era muy divertido oírlo cantar junto a mi madre, escuchar sus amenas anécdotas mientras otro amigo tocaba al piano nuestra música entrañable. Evaristo fue un gran amigo y una gran persona, gran actor lleno de simpatía y humildad (él decía que la «arrogancia, petulancia y prepotencia» de algún «famosillo» era la cosa más idiota que se podía dar en un actor, porque la vida te «atropella» y cuando quieres darte cuenta, la «fama» se va por el retrete y sólo la «gente de verdad» queda en la memoria). Fue un hombre amable, sencillo, risueño, bienhumorado, un gran amigo y, aunque parezca insólito, fue un hombre tímido y muy respetuoso. A pesar de la enorme confianza, el trato familiar y lo mucho que nos divertíamos con su ingenio, solía pedir permiso para todo (tenía una exquisita educación familiar basada en el respeto y las buenas maneras).
Qué anécdota tan interesante! Gracias por compartirla.
Miravalles me conto, en el velorio de mi padre, que Leopoldo Fernadez fue el artista mejor pagado de su epoca, con un salario de 2,400 pesos al mes, si no re ecuerdo mal y que Castor Vispo era un señor muy austero y serio que al pasar por los pasillos de los estudios saludaba escuetamente y no se reia con nadie.
Qué anécdota tan interesante! Gracias por compartirla.