Por Fidel Vilanova.
Uno que ya tiene sus años…
y si bien la edad, al menos en mi caso, no me hace más sabio, pero creo que tampoco más tonto, llega un momento en el cual la reflexión te da un toque y se pone a indagar sobre ciertos temas y personas.
Los temas, salvo los literarios, cada vez me aburren más…
En cuanto a las personas, para vivir en paz conmigo mismo y sacudirme a los gilipollas de encima he optado por ser sumamente simplista.
A saber:
Detesto a los pedantes y a los señores que se creen “Perfectos”.
A los pedantes se les cala a la segunda frase.
Saben y opinan de todo, hasta el punto de discutir de medicina con un doctor, de patatas con un agricultor y de la FE con el mismo Papa.
En cuanto a los perfectos, naturalmente tienen que ser atractivos fisicamente, y si no lo son, se lo creen.
Deben ser altos, y si no lo son, usan zapatos con tacón.
Les gusta sonreír y que les miren, porque necesitan ser el centro de atención para alimentar su vanidad. Y una vez solos, cuando se quitan el maquillaje de su impostura y en sus oídos ya no suenan las frases engoladas de los admiradores, se derrumban bajo el peso de su insignificancia.
Admiro a la gente sencilla.
Al hombre que sabe más por viejo que por ladrón y embustero.
Al que se conforma con poco porque su vida interior está plena
de dicha y sosiego.
Y sobre todo admiro a los que rien…
La risa, para mi, es un sonido tan dulce y seductor como la música.
Por eso tengo debilidad por las personas que ríen por cualquier cosa o motivo, abierta y sonoramente. A carcajadas y hasta las lágrimas.
Esa risa contagiosa que nos envuelve y convulsiona en unos segundos incontrolables de alegría.
Esa risa tan aburrida para los “pedantes” y los “perfectos” es la que yo saco a pasear cuando me encuentro con uno de ellos.
Simplemente, me río en su cara.
Jejeje…