Por Gloria Chávez Vásquez.
“La libertad es, en la filosofía, la razón; en el arte, la inspiración; en la política, el derecho”.
Víctor Hugo (1802-1885). Novelista francés.
¿Sabía usted que la política, (como la religión y los deportes), está íntimamente ligada a su inteligencia emocional? ¿Y que por tanto nuestra inteligencia política depende del apoyo de nuestra madurez emocional?
Un bajo coeficiente político, como en el emocional, se refleja en la evasión o negación de la realidad, la inflexibilidad, el fanatismo o apego a creencias poco lógicas; la falta de respeto a las ideas ajenas; el temor al rechazo, poca o ninguna estima personal.
Las actitudes positivas demuestran la madurez emocional de un individuo, entre ellas la empatía, el respeto a la opinión ajena, un refinado sentido del humor y su habilidad de controlar sus sentimientos.
En una sociedad con valores y principios morales, la política opera como un juego en el que se respetan las reglas y sus contendores aceptan las opciones: ganar, perder, empatar o retirarse.
En un torneo de ajedrez, los participantes mantienen la calma y ante todo hacen uso de la lógica. Los ajedrecistas conocen y respetan las reglas, su objetivo es preciso y ambos están en pleno control de sus inteligencias racional y emocional durante el juego.
En el juego de la política, el país es el tablero en el que un contrincante asume las ideas conservadoras y el otro las liberales, uno las fichas blancas y el otro las negras. El político que apuesta por la estabilidad de un país, resiste el jaque del radical y viceversa. Las decisiones se toman para eliminar las del opositor y defender las fichas propias.
Contrario al ajedrez, la política es más subjetiva y por tanto no es ciencia exacta, Este hecho da pie a la duda: ¿Están dichos políticos calificados para liderar? ¿Manejan bien sus fichas, conocen el tablero y los problemas de la nación? Y en cuyo caso, ¿respetan las reglas del juego? (derechos, justicia, libertad de expresión, etc.)
La fragmentación o división de los partidos complica las cosas y convierte la política en un juego de futbol en el que dos equipos, cada uno con once jugadores quiere meter un gol. Como aquí hay una multitud de emociones envueltas, en momentos decisivos los jugadores tienden a violar más las reglas y los espectadores reaccionan de manera visceral y a veces violenta a cualquier situación anormal. Hemos visto las tragedias causadas por el fanatismo del futbol a nivel internacional.
No ayuda para nada, el desinterés crónico de los votantes y los peligros a los que someten al país por su enajenamiento. Muchos no tienen la habilidad de conversar o comunicarse sin alterarse y toda crítica a un partido o candidato la toman de manera personal o agresiva.
Esa inflexibilidad ante la diferencia de opinión, polariza al país y divide igualmente a las familias. La causa innegable es el temor a un escenario cuyo juego no se entiende. La raíz está en el complejo de inferioridad latente, en gran parte, de una ciudadanía insegura, desinformada o ignorante.
El votante inmaduro no le encuentra uso a la razón ni a la lógica: descarta a un candidato por sus percepciones físicas; proyecta sus males en los personajes que le son contrarios; es inmune a la educación e impermeable a la experiencia y a la sabiduría popular. Paradójicamente, es un ser influenciable por aquellos a quienes sigue y terreno abonado para el adoctrinamiento. Su lema más trillado es “todos los políticos son corruptos, por tanto, la política es corrupta”.
El votante inteligente se mantiene bien informado; se cuestiona, investiga, se informa, hacer preguntas y busca respuestas, en lugar de asumir e interpretar sus deseos o predilecciones como la exclusiva verdad. Sabe además la diferencia entre causa y efecto. No generaliza ni acusa al mensajero de una noticia.
El ciudadano consciente evalúa objetivamente las opciones. No se deja guiar por la antipatía ni el odio, ni las proyecciones. Le huye al fanatismo. Conoce los problemas y sabe que la responsabilidad para resolverlos es de todos y no de uno solo.
Sabe además que el juego no es el culpable de lo que hacen los jugadores. Así como la iglesia no es culpable de lo que hacen sus curas ni sus monjas, o la ciencia, no lo es de los experimentos de científicos sin ética, la política no es la causa de la corrupción de sus miembros. La corrupción, es posible debido a la falta de ética y moral de los seres humanos que se infiltran en las instituciones.
Es por tanto un deber del votante, considerar todos estos elementos antes de emitir su voto. En el caso del votante que se presta al fraude, es importante razonar que “la corrupción de su país comienza en casa”.
Gloria Chavez Vásquez es escritora, periodista y educadora residente en Estados Unidos
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