Por Manuel C. Díaz.
Cuando el 19 de marzo de 1895 los hermanos Lumière filmaron La salida de los obreros de la fábrica, no necesitaron un libreto. ¿Cómo iban a necesitarlo si eran apenas 46 segundos de imágenes sin sonido que aparecían y desaparecían fugaces en la pantalla?
Para ellos esa cinta, que sería la primera en la historia del cine, no era más que una manera de probar que su invento funcionaba. Sin embargo, pronto necesitarían guiones. No ellos, Auguste y Louis Lumière (que sus películas siempre tuvieron un tono documental), sino los que les siguieron, como Georges Méliès, que les incorporó a las suyas, a pesar de que eran mudas, una historia.
Una de las más famosas de ellas, Viaje a la luna, quizás fue la primera adaptación cinematográfica de una novela. En realidad, de dos novelas: De la tierra a la luna, de Julio Verne y Los primeros hombres en la luna, de H.G. Wells.
Pero fue la llegada del cine sonoro la que en realidad propició la conversión de textos literarios en guiones. Por ejemplo, el libreto de El cantor de jazz, que, aunque mantenía partes mudas en su metraje es considerada todavía como la primera película hablada, fue escrito por Alfred A. Cohen, pero estaba basado en una obra teatral homónima de Samson Raphaelson.
Una prueba de la relación entre la literatura y el cine es la lista de grandes novelas que, no siempre con igual fortuna, fueron llevadas a la pantalla: Ana Karenina, de León Tolstoi; Romeo y Julieta, de William Shakespeare; Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; Los miserables, de Víctor Hugo; Orgullo y Prejuicio, de Jane Austin; Madame Bovary, de Gustave Flaubert; Moby Dick, de Herman Melville; Doctor Zhivago, de Boris Pasternak; Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas; Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell; El viejo y el mar, de Ernest Hemingway y Lolita, de Vladimir Nabokov, por solo citar algunas.
El cine cubano no fue la excepción. Fueron pocas las películas basadas en textos literarios; pero las hubo. Algunas pasaron sin pena ni gloria; otras fueron relativamente exitosas, como Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, una adaptación de la novela del mismo nombre de Edmundo Desnoes. O como Cecilia, de Humberto Solás, basada en la famosa novela Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde. O La bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet, inspirada en la novela Canción de Rachel, de Miguel Barnet.
Desde luego, no todas las películas -ni las del cine internacional ni las del cubano– están basadas en textos literarios. La mayoría de ellas son historias originales escritas en forma de guiones. Pero aun éstos, en su brevedad narrativa, contienen elementos literarios tales como argumentos, escenas, descripciones y diálogos.
Esa similitud refuerza todavía más la relación existente entre la literatura y el cine. No en balde muchos escritores famosos se aventuraron a escribir guiones originales para los grandes estudios de Hollywood. Algunos, es cierto, no por el reto artístico que significaba enfrentar un nuevo medio, sino porque ganaban más dinero que con sus novelas, como pasó con William Faulkner, F. Scott Fitzgeraldy John Steinbeck.
Otros, por el contrario, aunque ganaron algún dinero, debieron sortear múltiples dificultades, como le pasó a nuestro Guillermo Cabrera Infante quien, ya exiliado en Inglaterra, escribió los guiones de Wonderwall, una película dirigida por Joe Massot e interpretada por Jack McGowran; el de Vanishing Point, dirigida por Richard Sarafian y el de Under theVolcano, una adaptación de la novela de MalcolmLowry, para el director Joseph Losey y que nunca llegó a realizarse, pero que le ocasionó un nervous breakdown del que solo pudo salir después de recibir tratamiento. Y, por último, el guion de The Lost City, para Andy García.
Desde que los hermanos Lumière filmaron aquella primera cinta de apenas un minuto de duración han pasado más de ciento veinte años y las películas que hoy día arrasan en las taquillas son las superproducciones repletas de efectos especiales. Pocos diálogos y muchas explosiones. Pero aun ésas necesitan un argumento que sustente la acción; original o basado en una novela, pero argumento al fin.
Por eso, a pesar de las nuevas tecnologías, la relación entre la literatura y el cine en lugar de desaparecer se ha fortalecido. Y es que, como dijo alguna vez el famoso director Howard Hawks: “para hacer una buena película hacen falta tres cosas: una buena historia, una buena historia y una buena historia” .
Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario.
Primera película de los Hermanos Lumière, La salida de la fábrica (1895):
Viaje a la Luna (1902), Georges Méliès:
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Gran artículo. Muy interesante. Reciente vi una película de los años 40 basado en un cuento corto llamado La Veguerita. Se llama Embrujo Antillano. Sale María Antonieta Pons.
Un buen guión en el cine es como el dibujo en la pintura.