Por Zoé Valdés/ El Debate.
Algunos políticos debieran contar con un espacio en las páginas web de sus partidos respectivos, para que cada vez que se les antoje hablar de sus rivales ir allí y vomitar sus furias por escrito, o mediante podcasts. De tal modo nos evitarían el espectáculo lamentable de reconocer lo que en verdad son: chusmas; y les haría mucho bien individualmente lavarse sus fealdades en privado. Donde digo los políticos también pudiera ubicar a algunos piriodistas. Acabaríamos más pronto y mitigados del cansancio –sobre todo ellos.
El otro día, esta xiquita vieja, ay, disculpen, es que no me acuerdo cómo se llama, estatúniña, ésa misma, la del golondrino en el sobaco. Sí, la que la noche en la que su partido, después de cometer adulteración de urnas (prefiero ahorrarme la palabra exacta) creyendo que habían ganado, salió desbocada a la tarima, empapelada de rojo y extremadamente entusiasta enseñó esa cajetilla de dientes encaramillados, levantó el brazo, entonces afloró el golondrino que, desde ese día, al menos para mí, ya la ha definido. Yo es verle la cara y enseguida entre el brillo empercudido de su cutis y yo se impone el furúnculo.
Un golondrino no es rasgo excepcionalmente concluyente, no, qué va, de un golondrino también se sale, o sea, se sale más pronto de un golondrino que de un comunista. Pues sí, parafraseando a Francisco de Quevedo: érase un golondrino a una comunista pegada, y el golondrino creyó haber ganado las elecciones porque así le habían predestinado que sucedería con todo el beneficio para este otro insufrible…
Ay, por favor, cómo es que se llama este otro siquitraque, es que hoy tengo la memoria fatal, sí, el de la cara de concreto, que la tenía cundida de barros y de huecos, el que cambia de opinión, como Pinocho; claro, recórcholis, pero que se los ha ido rellenando con los favores de los impuestos de los españoles… Sí, ese mismo que no ganó las elecciones, pero ahí está, de usurpador; oye, que no hay manera de que me acuerde de su nombre, ¿tú tampoco?
Cómo que no, este señor al que se le caen los pantalones delante de los Reyes, y a él no le importa y sigue como si nada, se arregla la camisa y se ajusta el cinturón al ajuar de chulito caribeño, como el vulgar que es… Sí, chicos, el consorte de, por favor, aclárense, la de las patas gigantes que habla como si estuviera leyendo en voz alta La Rama Dorada, de James George Frazer, pero al revés y en arameo. A la que nadie entiende, aunque todos le dan cargos y trabajos muy bien remunerados, porque este otro gordito marroquí los ha atrapado a ambos por los… ¡salva sea la parte!…