Cultura/Educación

La Aprendificación

Por Gloria Chávez Vásquez.

Sería hiperbólico afirmar que la enseñanza y los maestros están desapareciendo, ya que la “industria” en que se ha convertido la educación, se refleja en los millones de niños y jóvenes que asisten a la escuela, al colegio o a la universidad al igual que lo hacen millones de sus maestros. Pero esta desaparición se refiere al concepto y al respeto a la profesión del maestro y a la enseñanza en el mundo educativo.

Según el académico e investigador portugués Gert J.J. Biesta, el problema con el lenguaje progresista, extensivo a la “aprendificación” o corrupción de la enseñanza, es que imposibilita las preguntas decisivas acerca del contenido, propósito y relaciones en la verdadera educación. Este lenguaje, mal llamado “del aprendizaje” no solo ha erosionado la comprensión significativa del maestro y la enseñanza, sino que es instrumento de la destrucción de la democracia.

Una ilustración de lo que es “aprendificación” es el caso de dos escuelas primarias en Sheffield (Inglaterra) que tuvieron que unirse, para lo cual, no solo cambiaron de nombre, sino que, decidieron no llamarse más escuela, alegando que la palabra era ofensiva entre padres y alumnos. Ahora se llama Watercliff Meadow: un lugar para el aprendizaje.

Biesta analiza el papel deteriorador del lenguaje progresista, en su ensayo (2012) Devolver la enseñanza a la educación (Una respuesta a la desaparición del maestro). Su argumento es que ese lenguaje ha desapoderado al maestro actual, al tiempo que se le exigen títulos y “excelencia” en múltiples labores cada vez menos relacionadas con la enseñanza.

Esta perspectiva “progresista”, no es solo incongruente sino anti educativa, porque reemplaza la concepción de la educación centrada en el maestro por una centrada en el estudiante. La cuestión del aprendizaje es fundamentalmente diferente de la cuestión educativa, lo que significa que el lenguaje del aprendizaje es radicalmente opuesto al lenguaje de la educación.

La enseñanza parece haber desaparecido del radar para ser reemplazada por la “facilitación del aprendizaje”. La educación conlleva el sentido de propósito y eso, contrario al aprendizaje, significa que el maestro necesita hacer juicios acerca de la dirección y propósitos que enmarcan su práctica. El factor clave en el surgimiento del lenguaje del aprendizaje y su impacto en las prácticas educativas, ha sido la creación de teorías como los enfoques constructivistas que han cambiado el énfasis desde las actividades del maestro hacia las del estudiante.

Desde la perspectiva europea, la reconceptualización de los estudios curriculares se ha desplazado hacia los estudios culturales: Se ha dado prioridad a los asuntos de la identidad y de la justicia social antes que a la enseñanza. Se ha convertido a la escuela en diván de psiquiatría y al maestro en trabajador social. Esto ha resultado en una ruptura entre didáctica y currículo. Los maestros de literatura clásica en España, por ejemplo, se quejan de que no se puede hablar de La Celestina en el aula, sin despertar la obsesión por el “machismo”. La historia de la literatura ha perdido peso en los institutos. La reforma educativa, fomenta la lectura de los alumnos con textos más cercanos a sus intereses y da más importancia a lecturas contemporáneas. A cambio, sale perdiendo el estudio de El Quijote o El Lazarillo dentro de su época y movimiento histórico.

Gert J. J. Biesta

El “facilitador”

La emergencia del nuevo lenguaje sobre el aprendizaje se hizo evidente en la crítica a las formas autoritarias de la educación tradicional, percibida como el comienzo del fin de la educación. Otro efecto es el impacto en el campo de la educación de adultos, de la ideología neoliberal y la creencia de que el individuo puede tomar bajo su propia responsabilidad su aprendizaje, establecidos por el “nuevo orden educativo”.

Esas nuevas definiciones se notan en el discurso de décadas recientes, y la tendencia a referirse a los maestros como facilitadores del aprendizaje, a la enseñanza como la creación de oportunidades de aprendizaje, a las escuelas como ambientes de aprendizaje, a los estudiantes como aprendices, al campo de la educación de adultos como el aprendizaje a lo largo de la vida y a la educación en general como el proceso de aprendizaje.

No hay que olvidarse del impacto de la internet, y la accesibilidad instantánea a la información; esto nos hace ver en la escuela, una institución superflua y anticuada debido a que podemos encontrar y aprender cualquier cosa a través de la computadora o el celular.

Paradigmas educativos

Un estudio de los educadores ingleses Robert B. Barr y John Tagg (1995) advierte, que lo que está en juego es el paso del “paradigma de la instrucción” hacia el “paradigma del aprendizaje”. El punto central de esas aseveraciones es que el paradigma de la instrucción está centrado en la transmisión del contenido del maestro hacia el estudiante, mientras que en el paradigma del aprendizaje el foco es el modo en el que el maestro puede apoyar y facilitar el aprendizaje del estudiante.

El lenguaje del aprendizaje, en su forma constructivista, ha reposicionado al maestro, quien estaba en el corazón del proceso educativo, como alguien que literalmente se hace a un lado para facilitar el aprendizaje de sus “aprendices”. El salón de clases es ahora un taller o un laboratorio de experimentación.

Pero el lenguaje del aprendizaje se queda corto como lenguaje educativo. El asunto de la educación no es que los estudiantes aprendan, sino que aprendan algo, para determinados propósitos, y que lo aprendan de alguien. El lenguaje del aprendizaje es incapaz de capturar estas dimensiones.

¿Para qué es la educación?

La mejor manera de expresar lo que sucede en la educación es a través de la experiencia de “ser enseñado” antes que por la idea de “aprender de”. La educación es un proceso, de descubrimiento, de creatividad o de emergencia y el lenguaje del aprendizaje opera como una ideología, que niega o desestima la realidad.

Gert J. Biesta identifica tres tipos de propósitos educativos: de cualificación (conocimientos y habilidades); de socialización (el encuentro educativo con culturas y tradiciones); de subjetivación (orientación educativa hacia el niño y los estudiantes como sujetos de acción y responsabilidad, no objetos de intervención e influencia). Si se acepta que la educación funciona siempre en relación con estos tres tipos de dominios —siempre hay algo para aprender, siempre están presentes las tradiciones y las formas de ser, y siempre está el tema de la persona.

El mantra político es que el sistema educativo es una inversión en la producción de una fuerza laboral flexible. Pero este argumento es totalmente inútil en el encuentro con un estudiante o situación particulares. Cualquier juicio acerca de los propósitos educativos es primero y fundamentalmente ‘del’ maestro. Negar este rol al maestro, como tiende a hacerse en currículos altamente prescriptivos de arriba hacia abajo y en estrategias de enseñanza que han sido populares en los países industrializados, lleva a perder el foco sobre lo que en realidad es la enseñanza. Los maestros no funcionan como robots insensibles.

Es un grave error pensar la educación como una intervención. Este lenguaje —que es predominante entre investigadores que intentan establecer las intervenciones más efectivas para producir ciertos resultados— empieza con la creencia de que los estudiantes son “objetos” y no seres humanos.  Es una tergiversación que ha contribuido de manera significativa a la erosión y desaparición de la enseñanza y del maestro, especialmente porque los maestros mismos han comenzado a hablar de esa manera de su propio trabajo.

— La enseñanza debe ser entendida como un don —, nos recuerda Biesta. — Este obsequio es precisamente el punto nodal de la escuela, tanto que en lugar de pensarla como un lugar para aprender —como lo hicieron Watercliffe Meadow o Ellswoth (2004)— deberíamos pensar en un lugar para enseñar. Después de todo, uno puede aprender en cualquier parte, pero el don de la enseñanza solo está “disponible” en un número muy reducido de lugares, y la escuela es definitivamente uno de ellos.

Cuando aprendemos de nuestros maestros, nos aproximamos y los utilizamos como fuentes. El maestro está al mismo nivel que un libro, la internet o cualquier otra “fuente de aprendizaje” a la que acudimos con nuestras preguntas con el fin de encontrar respuestas. Cuando aprendemos de nuestros maestros, tenemos claramente el control de nuestro aprendizaje y de nuestro compromiso con nuestros recursos de manera general.

Concluye el profesor Biesta, que, para que el maestro sea capaz de enseñar, debe ser capaz de realizar juicios sobre lo que es necesario desde el punto de vista educativo, y el hecho de que lo que está en juego en tales juicios es la cuestión de la conveniencia. El maestro debe, además, tener el coraje de enseñar para poder devolver la enseñanza a la educación y reclamar un lugar apropiado para la enseñanza.

 

Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en Estados Unidos. Su más reciente novela Mariposa Mentalis acaba de ser publicada por Editorial Verbum en España.

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