Por Regis Iglesias Ramírez.
Hace un tiempo en Oslo, durante la conferencia que di en el Parlamento noruego. “¿Qué puede hacer Occidente para ayudar a mejorar la situación de los derechos humanos en Cuba?”, recordé las muchas veces que releímos en prisión el libro de Thor Heyerdahl, “La expedición de la Kon Tiki.”
Omar Rodríguez Saludes, Ricardo González, Jose Miguel Martínez Hernández y yo en Kilo 8 siempre hacíamos un paralelismo entre la situación de aislamiento en que nos encontrábamos en nuestras celdas y el hecho de navegar en una pequeña balsa de madera en medio de la inmensidad del océano Pacífico.
Pese a la equivocada simpatía que pudiera tener alguno de los expedicionarios de la célebre aventura científica por lo que se dio en llamar en su día “la revolución cubana” y degeneró en la tiranía de un grupo de gangsters, nos admiramos de aquellos hombres valientes que intentaban probar su tenaz punto de vista sobre los supuestos viajes al continente sudamericano de navegantes provenientes de las islas del pacífico y su influencia en las civilizaciones precolombinas de América.
Nos veíamos a nosotros mismos, salvando las distancias, como aquellos navegantes del pasado, sabedores de que pese al aislamiento y la inmensidad del horizonte, que para nosotros era solo una imaginada referencia en los estrechos límites de nuestras celdas, llegaríamos tarde o temprano a nuestro destino, inexorablemente.
Y es que en la soledad de una celda, nosotros nos hallábamos en el área de celdas “incrementadas” de la infame cárcel Kilo 8, en Camagüey, hay cierto paralelismo con la situación extraña de navegar sobre las corrientes en medio de la inmensidad del mar esperando llegar a una meta preconcebida sobre una balsa de troncos de madera.
Los de la Kon Tiki finalmente, luego de mil avatares, fueron llevados por las corrientes sobre las olas 101 días a lo largo de casi 7000 km al atolón de Raroia en las islas Tuamotu. Nosotros aún no lo hemos conseguido pasados 18 años del inicio de nuestro confinamiento y destierro, aún no hemos logrado concluir nuestra travesía hacia el puerto de libertad que soñamos para Cuba, pero sabemos que el hogar cubano que anhelamos está próximo y pronto nuestra certeza de liberación se hará realidad.
Un tiempo después, cuando ya estaba yo en la prisión del Combinado del Este y me encontraba menos aislado, pude, con la ayuda de un preso común, amigo, construir a escala, partiendo de los datos sobre las dimensiones que aparecen en el libro, mi propia versión de la Kon Tiki en miniatura que obsequié a mis padres y aún conservan. De todas las artesanías en madera que para regalar a mis padres y amigos hice, en colaboración con mi compañero en prisión, sancionado a 20 años por hurtar unos plátanos en un mercado, la pequeña balsa es la que más me gusta. Hace mucho tiempo que no la veo, aún para mí nuestra Itaca me es esquiva, aún el puerto de libertad de mi isla no está a la vista pero sé que tras el horizonte y la noche espera por nosotros.
En aquellos días en Oslo, tuvimos mi compañero de viaje, Manolo Boudet y yo el privilegio de visitar el museo de la Kon Tiki. Frente a la balsa, que se conserva en perfecto estado restaurada, quedamos maravillados. Yo pensé en ese momento en la proeza de esos cinco hombres que solos, en medio de la nada, navegando en mar rizo de peligros y orientándose solo por el cielo y las estrellas consiguieron llegar a su destino.
Nosotros también lo lograremos, no me caben dudas, aunque de mi conferencia en Oslo solo queden algunas fotos y quizás mis palabras como el viento soplando perdidas, pero seguras de encontrar la costa de mi isla, hallar la palmera que le inspira, y besarla .
Grandioso testimonio en un excelente texto…
L🇨🇺L
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¡Muy bueno! Llegaremos, no hay que perder la esperanza.