Por Miriam Gómez.
Se repiten y repiten los errores acerca de la gran tragedia de la persecución de homosexuales en Cuba y siempre borran y dejan fuera a Julio Matas, una víctima silenciada que, del susto, se largó y se refugió en USA. Él, que no concebía una vida fuera de La Habana, con los nervios destrozados hasta el final de sus días.
Después de «las conversaciones en la biblioteca», ese monólogo infame, Guillermo estaba en la casa, con Lunes liquidado y sin trabajo -GRACIAS A LOS DIOSES, ese castigo lo convirtió en UN OFICIO DEL SIGLO VEINTE, ARCADIA Y TTT…
En aquel escenario, desde la prisión, en la estación de policía en que estaba Virgilio a la entrada del río Guanabo, le dejaron hacer una sola llamada. Llamó al único que sabía que lo ayudaría: a Guillermo, que a su vez llamó a Carlos Franqui, quien se negó, contestándole que él ya no pintaba nada y que Lunes le había traído muchos problemas, que ahora la Cultura la dirigía La Buchaca (Edith García Buchaca).
Entonces Guillermo pasó la gran humillación de llamar a la persona que acababa de juzgarlo a él y a todo Lunes, donde Virgilio era, nunca mejor dicho, «la gran pluma», tomando como pretexto un documental, (ella al final de su vida dijo que fue Alfredo Guevara, quien la hizo hacerlo). Esta señora siempre fue llevada por el mal, pero hay que admitir que tenía eso que le falta a esos dirigentes que controlan en Cuba a esa chusma diligente, tenía clase. La Buchaca fue la que insistió en que Guillermo se sentara entre ella y Carlos Rafael Rodríguez como muestra de que estaba acorralado, incluso antes del juicio. A Guillermo vinieron a decirle que tenía que estar allá arriba, él estaba sentado al lado mío entre el público, la mayoría -verdaderas ‘tricoteuses’-. Todos sin saberlo, estaban tejiendo su destino.
Por suerte La Buchaca se espantó con lo que le contó Guillermo y dijo que lo llamaría en media hora. Lo llamó en menos de diez minutos, para que fuera a recoger a Virgilio al que ya habían trasladado a la Prisión del Príncipe. Nos fuimos corriendo Guillermo y yo en La Guillermita, que era como le decían al carrito de Guillermo (el nombre se lo puso Rene Jordán).
Virgilio, tan valiente, en medio de su miedo se negó a salir de la prisión si no liberaban también a sus dos huéspedes en la casa de Guanabo que detuvieron cuando lo apresaron a él. Ahí fue que Guillermo se enteró de que Julio Matas y su amigo estaban presos.
Guillermo llamó desde la cárcel otra vez a La Buchaca, y sólo así pudo sacarlos a los tres. Yo, que los esperaba en La Guillermita, en la que solamente cabían cuatro personas, le di el asiento del frente a Virgilio que se había desmadejado del terror. Me senté detrás entre Julio Matas y su amigo, un desconocido que durmió esa noche en mi casa con Julio Matas y varios más, tirados en el suelo de granito, que siempre recuerdo negruzco, de nuestro apartamento del piso veintitrés del Retiro Médico, refugiados del terror que reinaba en La Habana tras la Operación de las tres P: Prostitutas, Proxenetas y Pederastas; una especie de Noche de los Cristales Rotos del sexo, que hizo de nuestra sala un refugio, sólo por esa noche del horror que ya llegaba.
Miriam Gómez es actriz, viuda de Guillermo Cabrera Infante
¡Qué testimonio!
Gracias a ZoePost y a Zoé Valdés por difundir este valiosísimo testimonio de Miriam Gómez. Un texto evocativo y recio. Coincide su lectura con la de un texto de Guillermo Cabrera Infante , su introducción al libro de Ángeles López «Trastorno Afectivo Bipolar». ¡Cuán admirables son ambos- MIriam y Guillermo,quise decir-, tan solidarios entre ellos como pareja y con sus amigos en las malas. Va un saludo desde Bogotá.
Gracias, querido Ibsen.
Ese testimonio recordatorio de Miriam, muestra una vez más el matiz dictatorial de aquella revolución «verde como las palmas» que desde su inicio se mancho de rojo sangre…
Aunque ya conocía el relato de la anécdota, el volverlo a leer me hace hervir la sangre.
Gracias Zoé por mantenerlo presente y recordárcelo a las mentes desmemoriadas…!