Por Lucimey Lima Pérez.
La pornografía tiene una larga historia, ilustrada en petroglifos de 3,000 años AC e incluso en aborígenes de Australasia hace 30,000 años. ¿Qué hay de nuevo? Pues lo más destacado se relaciona con los medios de comunicación. O podrían imaginarse la distribución de piedras y rocas en esos días. La cosa fue creciendo, pasando por pinturas, fotografías, películas, videos, y el maravilloso e innegable Internet, así como peligroso. Realmente un fenómeno explosivo para muchos temas, que incluyen los de la controversial pornografía.
Es controversial como tantos temas relacionados con la conducta, aunque algunos son más penados que otros. La posición ante la pornografía varía entre positiva estimulante para la vida sexual y destructora de la misma. De acuerdo con las estadísticas internacionales, dudo que sean significativas, el 7% de la población considera que es perjudicial. Sin embargo, existen muchas evidencias sobe el deterioro que el uso y el abuso de la pornografía producen en términos biológicos, relacionales y sociales. Luego, debemos dedicarnos a trabajar en el impacto de esta a varios niveles. Me parece que existe una alerta contundente y una respuesta endeble. Mucho camino por recorrer, en evaluación, en investigación, en tratamiento.
En salud, incluyendo obviamente la salud mental, la detección temprana del agente aversivo, la evaluación de su uso, y el tratamiento son cruciales.
El incremento en los medios de comunicación virtual ha sido un disparador para el consumo masivo y para el acceso temprano. El contenido de las comunicaciones es accesible a jóvenes y a adultos, además, ha crecido vertiginosamente, lo que incluye más y más violencia en las transmisiones. ¿Qué hacer, nos quedamos incólumes? Nuestra responsabilidad social es un reto, diría, más bien, un deber.
La distribución de la pornografía en todas sus variantes es problema de salud pública en el mundo. Muchos expertos sugieren ejecutar más investigación al respecto, la posición es que tenemos escasos datos, probablemente no completamente caracterizados y escasamente reportados.
Sin embargo, un aporte poderoso ligado a la estadística y a la investigación, nos alertan sobre los efectos negativos en las relaciones interpersonales, la productividad, el bienestar, y funcionamiento social. Seamos claros, un adicto a la pornografía es una persona que necesita atención individual y una tremenda carga social. Este costo social abarca al individuo, a la familia y a la sociedad.
Nuestro deber es claro, expedito y arduo.
Lucimey Lima Pérez. Psiquiatra, Psicoterapeuta, Neurocientífico. Investigador Titular Emérito del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Clínico en Salud Mental, Circular Head, Smithton, Tasmania, Australia.