Por Antonio Marrero.
“Yo estoy contigo, y te bendeciré adonde quiera que vayas, y volveré a traerte a esta tierra, y no te abandonare hasta cumplir lo que te digo.” (Gn. 28,18)
Ante la creencia popular de los coterráneos de Jesús, de que quienes sufren de manera violenta es porque es un castigo divino, el Señor deja bien claro que no, pero al mismo tiempo hace un llamado a iniciar un camino de conversión. Aun en nuestro tiempo existe, sobre todo en el mundo de las religiones, la creencia en un Dios vengativo, un Dios que castiga y hay quienes llegan a marcar la diferencia entre el Dios del antiguo testamento (violento y sanguinario) con el Dios del nuevo testamento (amoroso y misericordioso), llegar a tal conclusión sería hacer una muy mala hermenéutica de la escritura sagrada, y desconocer totalmente al Único y verdadero Dios. Al ser humano de hoy, como al de ayer, nos cuesta mucho aceptar que Dios no castiga, que no es un Dios de muerte, que las leyes naturales suceden tanto para buenos como para malos. Hemos llegado incluso, ante el misterio de la muerte, el dolor que deja en los familiares que lloran la pérdida de un ser amado, aceptación y hasta conformidad, lo cual casi sería una blasfemia contra el misterio de la vida; no, no hablemos de conformad ni de aceptación, hablemos de consolación, Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn. 11, 35), su dolor manifestado en llanto hizo exclamar a los judíos: “Miren cuanto lo amaba” (11, 36). Solo el consuelo enjuga nuestras lágrimas y disipa el dolor en el corazón.
“Si no os convertís pereceréis todos de la misma manera.” (Lc. 13, 5)
La llamada de Jesús es radical: “Convertíos” y el signo de conversión es dar frutos, en la parábola de la higuera estéril, nos muestra el verdadero rostro de Dios, un Dios paciente y misericordioso, que día a día nos brinda la oportunidad de cambiar de mentalidad, acoger su bondad y ponerla en práctica. Pero para que haya una conversión sincera, hay que partir de un verdadero arrepentimiento de nuestras malas acciones, apartarnos del mal y acoger el bien que Él nos proporciona a través de su palabra, de toda palabra que sale de su boca. Por lo tanto, la invitación inicial es conocerle a Él.
Nadie ama lo que no conoce, dice el refranero popular, en este sentido, ¿cómo amar a Dios? Si carecemos de conocimiento de Él. En la primera lectura de este domingo tomada del libro del éxodo 3, 1-15, es uno de los textos más rico y revelador que encontramos en toda la escritura y que amerita una especial atención por su importancia ya que es el punto de partida para llegar a conocer y amar al Dios Único. Moisés pastoreando el rebaño de su suegro Jetro, a través del desierto hasta el monte Horeb, el monte de Dios, tiene su primer encuentro con la divinidad, quien desde la zarza encendida le llama por su nombre: Moisés, Moisés, hay que notar que la zarza envuelta en llamas que no se consume, fuego abrazador, signo de la presencia de Dios, que purifica, libera, renueva la vida, le da más vitalidad, fuerza; Moisés responderá Heme aquí. Dios siempre nos llama por nuestros nombres, y ante la llamada del Creador, la criatura responderá con disponibilidad. Dios le dirá que no se acerque, ¡descálzate! Porque el terreno que pisas es sagrado, descalzarse significa despojarse de todo aquello que pueda ser un obstáculo para el encuentro, es el misterio que sobrepasa todo entendimiento: “Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo.” (San Juan de la Cruz). Pero también nos sitúa en el sexto día de la creación: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre, según nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.” (Gn. 1, 26). Adán fue creado del polvo de la tierra, pero no tenía vida, la imagen bíblica es impresionante, rebosa la hermosura, Dios que se inclina sobre Adán y sopla en su nariz aliento de vida: “Y fue Adán un ser viviente.” (Gn 2, 7). El encuentro de Moisés con Dios simboliza un nuevo comienzo, una nueva creación. Dios se revela como el Dios de Abraham, Isaac, y Jacob, Dios de vivos no de muertos, el miedo se apodera de Moisés y se cubre la cara. Ante la presencia de lo divino, no nos queda otra cosa que inclinarnos en adoración, hacer silencio y abrir nuestro corazón. “He visto la opresión de mi pueblo… he escuchado sus plegarias… soy consciente de su aflicción.” (Ex, 3, 7) Dios no es indiferente a los sufrimientos del pueblo, toma partido por los que sufren la opresión de los faraones de este mundo. “He descendido para su liberación.” (3, 8). Dios se revela como el Dios libertador. En este sentido podríamos preguntarnos, ante los sufrimientos de los pueblos oprimidos, ¿porque que Dios permanece indiferente? La respuesta está tal vez este en que dios o dioses invocan esos pueblos “Este pueblo, perece, no avanza porque no tiene entendimiento” (Os. 4, 6), la idolatría es lo que lleva a los pueblos enteros a caer en el atraso y la opresión, nada en el alienta el progreso, desconocen la verdad, luego entonces carecen de libertad. Cuando la violencia verbal y física es ejercida contra del prójimo a favor de los tiranos, cuando la opción más fácil es marcharte de tu tierra, entonces es una sociedad cainita, a la que Dios le reclama constantemente: “¿Dónde esta tu hermano?” (Gn. 4, 9). Se equivocan los que creen que la solución esta en abandonar su patria, donde quieran que vayan llevaran la misma actitud de Caín, siempre contra el hermano. Dios escuchaba al pueblo hebreo porque le invocaba a Él, no a los dioses egipcios, y le invocaban por su Nombre. Conocer el Nombre Santo de Dios e invocarlo es conocer y ponerse en la disponibilidad del encuentro. Dios nos revela su Nombre. Es bueno aclarar que Dios es el nombre que se usamos para referirnos a la unidad de todas las cosas.
Dios nos revela su nombre: יהוה (yod hei vav hei) (el idioma hebreo se escribe de derecha a izquierda y el hebreo antiguo carece de vocales). Las consonantes serían YHVH, se traduce por Yahvé, y significa: el que será, el que fue, el que es. Yo soy… En el apocalipsis Jesús nos dirá: “Yo soy el alfa y la omega (en el alefato hebreo la primera y última letra, el Alef y la Tau) el que es, él era y el que ha de venir, el Todopoderoso.” (Apoc. 1, 8). Dijo Dios a Moisés: “Este es mi Nombre eterno, y este es mi memorial por todas las generaciones.” (Ex. 3, 15). Invocar a Dios por su nombre, conocerlo y es ya estar en la apertura de la sabiduría que me lleva a llegar amarle. Pero no nos confundamos este Nombre Santo, es impronunciable e inefable, el segundo mandamiento de la ley mosaica nos dice: “No tomarás el nombre de Dios en vano” los labios humanos son labios impuros, por lo que no son dignos de nombrar lo innombrable, pero si pueden meditar en cada una de esas consonantes hebreas que conforman el Nombre del Santo, Bendito Sea. Para el místico y entendido en la escritura sagrada estas letras no son solo símbolos, son Sagradas ya que fueron usadas por el Creador para crear el universo, lo visible y lo invisible, en cada una de las letras hebreas hay mundos, hay almas y hay divinidad. A prender a meditarlas es llenarse de la energía divina que nos llevan al verdadero conocimiento de la divinidad, es recibir respuesta de lo alto, es ponerse en camino hacia la verdadera liberación, es conectarse con lo profundo, con lo sagrado que habita en nosotros. Dios suscita un libertador, Moisés, pero cada libertador de cada pueblo debe tener claro que es solo alguien que lleva sobre sus hombros una misión y que en esa misión esta en juego, la vida de los inocentes, los llamados pobres de Yahvé o Anawines de Dios.
El poder del Nombre de Dios se manifiesta en nuestra lucha diaria contra el llamado enemigo de la humanidad que en la biblia aparece con la imagen de la serpiente en el Jardín del Edén, con el nombre del satán (que significa el que separa) que es un ser espiritual y que provoca tres conceptos en la mente de los humanos que son dañinos para nuestra vida, lo primero es alejarnos del conocimiento de los secretos divinos, lo segundo es que intenta generar enemistad entre los seres humanos, creando un corazón duro, y lo tercero es inculcarnos la idea de no conformarnos con lo bueno, sino siempre ir a más, creando rivalidad con nuestro prójimo. Es ese no contentarnos con lo bueno, con lo que tenemos, es lo que hace que la humanidad tropiece, llenándose de envida por lo que el otro tiene, esto es lo genera las guerras en este mundo, la violencia, la muerte son consecuencias de alejarse de la misericordia que viene de lo alto. En una metáfora la biblia dice que hay que matar al infiel, el infiel no es como piensan los musulmanes el ateo o los que practican otras religiones que no sea el islam, el infiel es el que nos aparta de la verdad, y al caer en la ignorancia, perdemos nuestra libertad, luego entonces nos entregamos a la esclavitud, ese infiel que nos aparta de conocer a Dios es el satán.
La manera que tenemos de derrotar, el infiel es con el Nombre santo de Dios, utilizándolo como espada de doble filo, esto quiere decir que con el Nombre de Dios anulamos todas las energías negativas tantos las de satán como la de sus seguidores. Ya en el primer domingo de adviento, en el pasaje de las tentaciones Jesús nos daba las herramientas o la herramienta para vencer al tentador y el autor de la carta a los hebreos nos dice: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, y mas cortante que espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las coyunturas y la medula; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” (Hb. 4, 12).
Antonio Marrero, es teólogo y biblista.
Gracias por tan bello escrito
Hermoso escrito… Gracias !!!