Por María Victoria Olavarrieta.
Mi tía me pidió que me quedara en la puerta del almacén y que le avisara si veía venir a alguien. La panadería por cerrar, las luces apagadas y el eco fuerte de su voz me daban miedo. Tenía unos 9 ó 10 años y presentía que estábamos haciendo algo malo.
En la penumbra distinguí cómo Tita envolvía una lata de leche Pelargón en su delantal de trabajo, disimuló el bulto debajo del brazo y salimos volando de allí.
– Tita, ¿qué te cogiste del almacén?
– No tienen harina en el arzobispado para hacer las hostias. No hay donde comprarla. Mañana tenemos que levantarnos bien tempranito para ver si podemos subir al tren “lechero”, hay que llevar la harina para Camagüey.
Yo me quedé estupefacta, ¡Mi tía robando!. Ella que era “la sacristana” de nuestra iglesita en Gaspar, la que me había dado las primeras clases de catecismo en casa… No robar, no decir mentiras… Si la policía nos descubría nos iban a llevar presas.
-Tengo miedo, Tita; además, eso es robar. Esto último lo dije con pesar, no quería ofenderla, pero me sentía tan culpable. Me estaba preparando para hacer mi Primera Comunión, ¿cómo iba a hacer algo así?.
-Oyéme bien, Maryvito, me espetó ella con mucha firmeza: “ Ladrón que roba a otro ladrón tiene cien años de perdón”. Esta panadería la compró tu abuelo “El rubio” con el dinero que le prestó Pancho Llama. Papá llegó de Santander sin familia, con sólo 16 años y 14 pesetas ( en billetes) que su madre le cosió en el forro del saco. Trabajó noche y día para sacar adelante el negocio, a la gente pobre del pueblo que no podía pagar le daba el pan gratis, mamá siempre decía que jamás saldríamos de pobres.
Juanita Castro, la hermana de Fidel, envió desde el exilio una carga con harina de maíz, nadie quería recibirla. Cuando tu abuelo se enteró, se hizo cargo y la repartió entre los gaspareños. Había demasiada hambre en Gaspar, para dejar perder aquel envío. Después vino la policía queriendo llevárselo preso con el pretexto de que algunas personas se sentían mal del estómago. -La harina estaba envenenada – nos decían. Lograron que algunas personas devolvieran los cartuchos de harina y los tiraban en el portal de nuestra casa. Fue la primera vez que vi llorar a tu abuelo. Aquella gente tenía hambre, pero su miedo era más fuerte. Vivíamos justo frente al cuartel del pueblo y había que salir a baldear aquella cagazón. Pero empezó a llover y fue tanta el agua y todo quedó tan limpio que los milicianos se quedaron con las ganas de vernos limpiar.
-Escúchame bien lo que te voy a decir: _ en Cuba robarle al gobierno no es pecado. Ellos nos han obligado a esto.
Me encantaba la ciudad de Camagüey, ir con Tita significaba volver a caminar por las estrechas calles de adoquines, sentarme en el patio interior, con pozo y todo, de la casa del obispo, mirar a través de los enormes balaustres de madera de sus ventanas… pero este viaje estaba enredado. Era el propio monseñor Adolfo quien iba a celebrar la misa de mi Primera Comunión y con él me confesaría por primera vez. Si decía la verdad delataba a mi tía y callármela, era traicionar a mi Dios y a mi conciencia.
El tren llegó puntual a Gaspar, cosa rara. Cuquita Montejo, la operadora de la estación, nos consiguió montar ( “el que tiene amigos tiene un central“, sentenció Tita, airosa). Muchas personas quedaron en el andén . “El lechero” sólo admitió unos cuantos pasajeros. Observar el paisaje desde la ventanilla me hacia olvidar el dilema y disfrutaba.
La calle Cisneros, se abre la puerta de la casa del obispo y nos recibe Clara Ester, su madre. Vamos hasta la cocina, Tita abre las jabas, le lleva un queso, un pomito con Manteca, y llega el momento de la lata de la harina. Clara Ester abrió los ojos y casi en un grito dijo: _ ¡Adolfito no puede saber esto, Gladys!
_ Monseñor no se va a enterar, mujer. El pecado lo pongo yo. Turbación en los ojos de la anciana, firmeza en los de mi tía. Yo seguía muerta de miedo. Mejor salirme al patio que siempre permanecía tranquilo, fresco, con sombra. La puerta del dormitorio de monseñor estaba abierta, tenía aún el mosquitero puesto y me llamó mucho la atención que estaba cubierto con un hule, como el que teníamos en casa sobre la mesa del comedor.
Ya sabía yo que no se podían hacer preguntas indiscretas cuando se estaba de visita, pero aquel misterio tenía que averiguarlo.
_ ¿ Y todavía no han podido arreglar esa gotera que cae encima de la cama? escuché a Tita preguntar en tono autoritario.
_ Adolfito dice que no podemos ocuparnos de eso ahora – contestó Clara Ester con tristeza. Quién va a pensar en goteras si tenemos varios templos que reparar en los pueblos de la diócesis. La fachada de uno se había derrumbado, el techo de otro estaba a punto de desplomarse… estaban celebrando misas en casas particulares.
Unos veinte años después, en San Fernando de Maspalomas, Gran Canaria, cerrando ya la academia privada donde daba clases de español, me sorprendí llevándome a casa un paquete de hojas… _ ¿qué estoy haciendo, Dios mío? . Ya no necesitaba robar. Al día siguiente me informé y entré a mi primera papelería en el mundo libre, había cartulinas de todos los colores.
Hace más de 40 años de aquella tarde en la ciudad de los tinajones, como un pirata atrapado en el laberinto del trazado de sus calles que no puede encontrar el puerto para regresar al barco, me pregunto: ¿ Cómo estarán resolviendo ahora la harina mis hermanos camagüeyanos ?
María Victoria Olavarrieta es Profesora de Español y Literatura.
Miami. Fl.
¡Ay! Usted me ha conmovido con este relato. Soy de Majagua y hasta Jatibonico pertenecíamos a la Diócesis de Camagüey entonces. Cogía el lechero con mi abuela para visitas familiares y retiros en Camagüey.
Monseñor Adolfo me confirmó unos años antes de su retiro ( Un ser maravilloso).
En fin… muchísimas gracias por traerme estos recuerdos tan vívidos.Un Abrazo
Querida amiga! Qué belleza. Y conste que si no lo sintiera no lo diría, por más amigas que fuésemos. Very touching, nada como el inglés para sintetizar emociones. Bendiciones para ti y Tita, donde quiera que esté.
Hermoso y conmovedor. Dios bendiga a Cuba y a los cubanos.
Que belleza de historia! Podía ver las imágenes pasar por mi mente, sentí su miedo, la sombra de los árboles del patio, la belleza de mis paisajes en el tren… todo desde esos ojos limpios y bondadosos, admirando y teniendo, aprendiendo que es el bien….. nos ayuda a vivir la inhumana realidad de este pueblo oprimido. Que esto nos ayude a rezar más , a pedir por su libertad y a ser más agradecidos por lo que tenemos!
Eres admirable por tus escritos y la manera de educar a tus alumnos y padres, por eso te quiero tanto y respeto tu compromiso cristiano.
Magistral tu escrito, Mavi. Viví el relato y los lugares. Es un deleite leerte.
Que conmovedor! Que nervios debiste sentir en esos momentos pensando que estabas cometiendo un delito, pero era lo correcto! Era un compromiso ante Dios y la Iglesia. Pido a Dios termine esa opresión en países donde la gente vive en constante miedo
Que bello siempre lo que escribes. Muy orgullosa de tenerte como maestra de mi hijo con esa moral y principios que hacen tanta falta hoy en día .
Gracias por compartir tan conmovedora historia.
Siempre Dios de tu lado, Vicky. Las memorias que te explican y te engrandecen. Gracias por compartirlo!
Ando con el corazón que se me sale, y ese nudo que se nos hace en la garganta cada vez que vivimos un episodio de aquel cruel lugar de los mil infiernos. Siento que hasta llevo el pomo escondido bajo el brazo y voy dando pasos apresurados a la par de tu relato. Ese olor a Patria en cada cuento y peripecia contada en la diaspora, desprendidas de sustos, incertidumbres, cuestionamiento hasta ese Dios que nos ha perdonado a tantos. Ya casi se cumplen los 100 años de perdón y Tita todavía pasa por las calles diariamente en su mente, ahora desde acá donde Uds todavía la acompañan en sus sueños. Tita, Manita, Laury tendríamos que preguntarnos si ese otro dicho “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista” también se pondrá a prueba. Mientras seguimos comulgando desde esta otra orilla. Mis hostias de ahora en lo adelante sabrán a harina de Tita y me correrá una lagrima mientras rezo porque mi pueblo un día comulgue sin pecados. Gracias Amiga por tan bello relato.
Yo no tuve que robar harina para hostias( lo hubiera hecho sin remordimiento alguno) pero si llevaba las hostias desde las Carmelitas del Vedado hasta mi Parroquia de Mariel en una caja de un reloj ruso y un día en la ruta 98 (creo) se desfondo la caja ante la .mirada atónita de las gentes que me ayudó a recogerlas, por supuesto el Párroco nunca se enteró
Me gusto el articulo mucho! Yo creo que se debe realizar problemas como estos en el mundo.