Por Dámaso Barraza.
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La celebración de los fieles difuntos, el 2 de noviembre, siempre trae tantos sentimientos encontrados. Es que, cuando hablamos de los fieles difuntos, surge la muerte biológica, que es el tema que muchas veces monopoliza la jornada, y que se puede explicar de tantas formas.
Una de ellas es la teológica, a través de lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Allí se aborda el tema de la muerte biológica, que se explica como una cesación natural de la vida corporal. Al mismo tiempo, la persona creyente la ve desde su fe como una transición hacia la vida eterna en Cristo. El Catecismo la llama también la llegada a la plenitud de la existencia del hombre.
Y así, a partir de esta realidad, la Iglesia ha enseñado que la vida humana debe ser protegida desde la concepción hasta la muerte natural. Esta es una de las causas por las que la enseñanza de la Iglesia rechaza cualquier acción que intencionalmente provoque la muerte, por ejemplo, la eutanasia (los argumentos se encuentran en los números 2278, 2279 y 2324 del Catecismo). En consecuencia, reconoce la muerte natural o biológica como parte de la condición humana, lo que no significa un fin absoluto, ya que la fe cristiana se fundamenta en la resurrección y la vida eterna (Catecismo, números 1005-1007, 1020). Entonces, si bien la muerte natural o biológica se entiende en la Iglesia como el fin de la vida terrenal, por su valor frente a Dios debe ser respetada y afrontada con serenidad y esperanza en la vida eterna.
En contraposición a esta realidad que la Iglesia llama revelada por Dios, se extiende por doquier la festividad de Halloween, que tiene sus raíces en una festividad pagana celta adaptada a nuestros tiempos. Coincide con la víspera de la solemnidad de Todos los Santos, el 31 de octubre, que a simple vista parece una festividad sincrética, con elementos paganos y cristianos, enfocándose en lo cultural y festivo mediante disfraces y bromas. A simple vista parecería una festividad inocente, pero una mirada más cercana y crítica permite encontrar en Halloween la presencia de ideas y conceptos sobre la muerte. Se trata de una visión que, en gran medida, trivializa, exterioriza y relaciona la idea y el concepto de la muerte con elementos de entretenimiento, miedo y lo macabro. Si bien en sus raíces históricas tiene un trasfondo espiritual y de respeto hacia los muertos, en su forma moderna ha evolucionado hacia un evento cultural y comercial que ensombrece y desenfoca la idea de la muerte con símbolos de miedo y diversión.

Desde la mirada de la fe de la Iglesia, la realidad de la muerte se asume de manera muy diferente, y se hace más claro cómo los zombis, monstruos y espectros de Halloween refuerzan una visión de la muerte que se puede llamar irracional, porque, sin ningún fundamento, propaga una percepción aterradora y fantasmal.
En el cristianismo, ya que la muerte se entiende como una transición hacia la vida eterna, un acto en el que el alma inmortal deja el cuerpo para encontrarse con Dios, en un momento de juicio y redención, debería tener un fundamento racional. Y es que, así como lo entiende el mismo cristianismo, el fenómeno de la muerte no es otra cosa que un misterio sagrado, que invita a la reflexión, la oración y el respeto por la dignidad humana.
Desde la posición de la Iglesia, se enseña con profundidad y coherencia la santidad de la muerte, como misterio que conecta al ser humano con una vida en la esperanza más allá de esta, es decir, la resurrección. Se reitera siempre que la muerte adquiere sentido en la revelación de Jesucristo y su redención, a la luz del sufrimiento de la cruz imbuida de amor divino. Es un planteamiento teológico y filosófico al mismo tiempo: que Jesucristo, con su gracia redentora, ha transformado la tragedia humana causada por la muerte, y que la festividad moderna de Halloween banaliza y convierte en algo terrorífico.
Dámaso Barraza es un opositor cubano radicado en Suecia.















