Por Carlos Manuel Estefanía.
El 21 de abril de 2025, Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, nos dejó a los 88 años en la Domus Sanctae Marthae. Su partida cierra un capítulo marcado por una tensión constante entre lo antiguo y lo nuevo, dejando a la Iglesia Católica en un estado de profunda división.
Nacido en Buenos Aires en 1936, su formación jesuita, con esa impronta de la teología de la liberación, moldeó su visión y sus decisiones como Papa. Su elección en 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, despertó esperanzas de renovación, pero pronto se convirtió en un periodo de desconcierto para muchos, que vieron con inquietud cómo se erosionaban las bases de la doctrina tradicional.
Su estilo sencillo, alejado de la pompa vaticana, y su insistencia en la «opción preferencial por los pobres» resonaron en algunos corazones. Sin embargo, su ambigüedad doctrinal y su apertura a ideas heterodoxas generaron honda preocupación entre los católicos tradicionales. Su insistencia en el diálogo interreligioso, a menudo a expensas de la claridad doctrinal, parecía diluir la fe católica en un sincretismo peligroso.
Amoris Laetitia, en particular, provocó un cisma virtual, al abrir la puerta a la comunión para los divorciados vueltos a casar sin reafirmar la indisolubilidad del matrimonio, sembrando confusión entre los fieles. Su manejo de los escándalos de abusos sexuales, con gestos simbólicos pero sin sanciones contundentes, dejó a muchas víctimas sintiéndose traicionadas y a la Iglesia con su credibilidad dañada. La designación de figuras como el cardenal Godfried Danneels, conocido por encubrir abusos, profundizó la desconfianza.
Su reforma de la curia romana, anunciada como una revolución, se diluyó en la burocracia vaticana, sin cambios estructurales significativos contra la corrupción y la ineficiencia. Nombramientos controvertidos, como el del cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, acusado de corrupción, y su centralización del poder, marginando a cardenales y obispos, generaron desconfianza y resentimiento. La salida del cardenal Gerhard Müller de la Doctrina de la Fe, un defensor de la ortodoxia, fue vista como un ataque a la tradición.
Su pasado como provincial jesuita durante la dictadura argentina sigue siendo doloroso. Las acusaciones de inacción ante la desaparición de sacerdotes, aunque negadas, empañaron su imagen. Muchos cuestionaron su silencio en esos años oscuros, dividiendo aún más a los fieles. Su cercanía a regímenes de izquierda en América Latina generó controversia y acusaciones de parcialidad ideológica.
La figura del Papa Francisco desató un intenso debate sobre su enfoque en temas sociales y religiosos, especialmente en Latinoamérica. Su visión sobre las religiones indígenas, el adulterio y la homosexualidad fue objeto de crítica desde una postura conservadora.
Religiones Indígenas: Su apertura al diálogo interreligioso y la valoración de tradiciones indígenas fueron interpretadas por algunos como un debilitamiento de la doctrina católica. La aceptación de prácticas no cristianas podría confundir a los fieles y diluir la fe. Para los conservadores, la Iglesia debe reafirmar la verdad, no buscar una conciliación que comprometa principios fundamentales.
Adulterio: Su pastoral más comprensiva hacia situaciones irregulares fue vista por algunos como minimizar la gravedad del pecado. Desde una perspectiva conservadora, la Iglesia debe ser clara y firme en la fidelidad matrimonial y la necesidad de arrepentimiento, sin dar la impresión de aceptar lo inaceptable.
Homosexualidad: Su actitud hacia la comunidad LGBT generó controversia. Si bien abogó por el respeto, algunos cuestionaron si esto no socavaba la enseñanza tradicional sobre la homosexualidad, llevando a una reinterpretación de la sexualidad que muchos consideran esencial para la identidad católica.
En conclusión, su enfoque hacia estas cuestiones refleja un intento de modernizar la Iglesia, pero desde una visión conservadora, esto se percibe como una erosión de principios fundamentales. Es crucial que la Iglesia mantenga su compromiso con la doctrina y la verdad, sin relativizar enseñanzas que han guiado a los fieles durante siglos.
Su insistencia en la misericordia, a menudo interpretada como laxitud doctrinal, y su crítica al «rigorismo» de los fieles tradicionales, tildándolos de «pelagianos», crearon una atmósfera de confusión y división. Su legado es un mosaico de gestos y decisiones controvertidas, dejando a la Iglesia en una encrucijada, debatiéndose entre tradición y modernidad sin comprometer la fe. Su partida deja una Iglesia herida, donde la claridad doctrinal y la fidelidad a la tradición son más necesarias que nunca, una Iglesia que debe reconstruir la unidad perdida y reafirmar las verdades eternas en un mundo cambiante.
Carlos M. Estefanía es disidente cubano radicado en Suecia.
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”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
Redacción de Cuba Nuestra
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