Por Mario Vargas Llosa/Letras Libras.
Fui a la manifestación por la clausura de los cines Ideal, en la Plaza de Jacinto Benavente y, apenas acababa de comenzar, me sobrevino uno de esos vientos intempestivos que ahora me asaltan con frecuencia. Pero nadie se dio cuenta a mi alrededor. Lamenté haber ido porque éramos apenas cuatro gatos y casi todos unas ruinas humanas como yo. A ningún joven madrileño le importa que desaparezcan los últimos cines de Madrid; jamás ponían los pies en ellos, se habían acostumbrado desde niños a ver las películas que ordenaban –si se puede llamar películas a esas imágenes que divierten a las nuevas generaciones– en las pantallas de sus ordenadores, sus tabletas electrónicas y móviles.
Osorio, posando de optimista, dice que ahora que han desaparecido los cines tendré que habituarme a ver películas en las pantallas pequeñas. Pero no lo haré; también en esto seguiré fiel a mis viejas aficiones. He vivido demasiado para importarme que me digan fósil, ludita o, como me llama Osorio haciendo ascos, “irredento conservador”. Lo soy y lo seguiré siendo mientras el cuerpo aguante (no creo, dicho sea de paso, que por mucho tiempo más). Vaya, otro viento; pero tampoco nadie lo ha notado, a juzgar por la indiferencia de las caras que me rodean.
Osorio debe de ser el último amigo que me queda. Nos llamamos todos los días, a ver si seguimos vivos. “Buenos días. ¿Qué tal? ¿En pie, todavía?” “Por lo visto, sí, me parece al menos.” “¿Nos vemos más tarde, para el cafecito?” “Oqui doqui.” No sé cuándo nos conocimos; no, en todo caso, desde la juventud. Esa legañosa ciénaga que es mi memoria me dice que hace solo unos veinte o treinta años. Yo sé que fui periodista de joven; Osorio dice que enseñó filosofía en los colegios, pero no estoy nada seguro de que haya sido profesor y menos de filosofía, porque sabe muy poco de esos temas. Por ejemplo, nunca leyó a Pascal, que a mí me gusta mucho. Tal vez se haya olvidado qué cosa fue en la vida y tiene la memoria tan en ruinas como yo; que trate de engañarme y engañarse inventándose un pasado. Le asiste todo el derecho del mundo, por lo demás. Nuestro acuerdo es llamarnos todas las mañanas para saber si alguno de los dos se despidió de este mundo en el sueño y dar parte a la autoridad a fin de que nos incineren y desaparezcamos del todo.
“Se cerraron los últimos cines, pero han abierto una nueva librería”, me levantó el ánimo Osorio cuando terminó la triste manifestación de despedida a los Ideal. “Ya hay cuatro, ahora, en Madrid. No te quejarás. ¡Cuatro librerías! ¡Más que en París y en Londres, te lo aseguro! ¡Créeme! ¡Todo un lujo!”
Un cuento más, producto del patológico optimismo de Osorio. Lo que él llama “librería” es uno de esos simulacros que nos rodean, una de esas luciérnagas que en la noche se prenden y se apagan casi al mismo tiempo. La supuesta librería –ayer o antes de ayer fuimos a verla– era la biblioteca de un vejete de Malasaña que ha puesto en venta sus existencias antes de partir al otro mundo, una colección variopinta de libracos mal conservados que el puñado de personas que estaba allí cuando Osorio y yo entramos a echar un vistazo hojeaba y manoseaba antes de devolverlos a los polvorientos estantes. Solo compré un librito de Azorín que no conocía, una recopilación de artículos sobre literatura argentina, el Martín Fierro principalmente, que me costó pocos centavos. Y, por supuesto, en la librería del vejete tuve un viento que no pude disimular. Nadie le dio importancia, salvo Osorio, por supuesto, que sonrió con una de sus sonrisas luciferinas y movió por un instante, disgustado, las aletas de su nariz…
Mario eres increible. Que Dios te bendiga y sigas con nosotros por unos años mas.
Qué clase de cuento. Una maravilla.
Me gustó el cuento.
Me cuesta comprender lo que trata de transmitir Vargas Llosa con este cuento. Por un lado, me temo que nos anuncia su final: sus últimos días están llegando. Y es precisamente por eso que nos ilustra lo que, de un modo u otro, él cree pasará. Nos avecina sus pensamientos del futuro y da la sensación de que este será el último espacio en que los pueda dar. Sigue una estructura desconcertante que, personalmente he de analizar con más calma, pues esto son relfexiones que estoy haciendo nada más acabar de leerlo. Pero si con algo me quedo, es que es el último buen escritor en castellano que queda.
Sin dudas, para leerlo más de una vez.
Pero, no pude despegar mis ojos hasta conocer el final(que no me lo esperaba).