Medias

España en Eurovisión 2025: Cuando el Seleccionador también desafina

Por Carlos Manuel Estefanía.

Terminado el festival más afamado de la canción europea,  no tardaron en aparecer los influencers opositores y disidentes españoles, denunciando en redes que el Gobierno español había saboteado a su propia representante en Eurovisión. Según ellos, el mensaje de RTVE a favor de Palestina fue lo que provocó el desastre: ¡la politización de la gala y la “venganza” de Europa en forma de bajísimos votos!

Pero aquí está la verdad: quien realmente boicoteó a España fue el propio Estado español. Se presentó con una propuesta artística mediocre, una canción caduca y sin chispa. El fracaso no vino del exterior, sino de dentro. Y hay que decirlo claro: si el “sanchismo” —esa mezcla de propaganda, corrección política e infantilismo mediático— ha infectado la política, ahora también ha logrado empapar los espectáculos culturales. Eurovisión 2025 fue solo el último escenario donde el mensaje le ganó la partida al talento.

Una Canción Olvidable y un Discurso Previsible

Melody, con toda su simpatía y profesionalismo, fue lanzada al ruedo con «Esa diva», una canción sin alma, fuera de época y llena de clichés. No basta con tener voz ni moverse bien en el escenario; Eurovisión exige una propuesta artística que conecte, sorprenda o emocione. España no ofreció nada de eso. Se presentó con un producto de segunda, cubierto de lentejuelas, y esperaba milagros. Y los milagros no llegaron.

Mientras tanto, el aparato estatal hacía su jugada: RTVE lanzaba justo antes de la final un mensaje en pantalla que decía “Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Paz y justicia para Palestina”. Un gesto calculado que buscaba más un rédito político que ético. La respuesta del festival fue clara: ese tipo de mensajes violan las normas de neutralidad. Pero eso poco importó; RTVE quería aplausos internos, no respeto internacional.

El País: El Coro Mediático del Poder

Los tres artículos que El País dedicó a Eurovisión 2025 son un buen termómetro de cómo funciona el sanchismo cultural. En lugar de hacer autocrítica por el fracaso, el periódico construye una narrativa donde la culpa siempre es de otros: del festival, de Europa, de Israel, de los votantes… nunca de RTVE ni del Gobierno.

En el primero, titulado “Austria se impone a Israel en Eurovisión”, se celebra la valentía de RTVE por su mensaje solidario, se menciona la “agenda woke” del certamen y se ignora lo esencial: España presentó una mala canción.

En el segundo, “El coraje de Melody no puede con todo”, la prensa se viste de madre protectora. Se ensalza a Melody, se minimiza el desastre y se critica a Eurovisión por premiar “cantantes exhibicionistas” en lugar de “buenas canciones”, sin explicar por qué «Esa diva» debería contar entre estas últimas.

Y en el tercero, “Tensión entre Eurovisión y RTVE por los comentarios sobre Gaza”, se intenta hacer un relato más equilibrado, pero termina justificando a RTVE, mencionando que la cadena actuó “por motivos humanitarios”, como si el uso político de una retransmisión pública no mereciera una reflexión más crítica.

Una España que Se Aplaude a Sí Misma

Este es el síntoma más grave del sanchismo cultural: la incapacidad de aceptar errores y la tendencia a aplaudirse a sí mismo, aunque nadie más lo haga. Eurovisión no castigó a España por hablar de Palestina; la castigó por llevar una mala canción. No hay más. Pero la izquierda gobernante y su brazo mediático prefieren victimizarse antes que asumir responsabilidad.

Es fácil culpar al jurado, al sistema de votación o a un presunto sesgo político. Es más difícil mirar hacia adentro y preguntarse por qué, año tras año, España envía productos mediocres a competir en una de las vitrinas más importantes de la música popular.

Cuando el Relato Suplanta a la Realidad

Lo que ha pasado con Eurovisión no es muy distinto a lo que ocurre en otros ámbitos bajo el Gobierno de Sánchez: se prefiere construir el relato antes que mejorar el contenido. Se antepone el mensaje al mérito. Se confunde activismo con arte. Y mientras tanto, España sigue perdiendo credibilidad, votos y, lo que es más grave, respeto.

Eurovisión no es un campo de batalla moral; aunque se ha politizado, sigue siendo un concurso musical. Y para ganarlo, hace falta algo más que pancartas y titulares. Hace falta calidad.

Hasta que el Gobierno lo entienda y los medios dejen de actuar como su coro complaciente, y sobre todo los seleccionadores de artistas no cambien, los españoles seguirán desafinando en lo que a Eurovisión respecta. Y no habrá campaña ni eslogan que lo disimule.

Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.

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