Dr. Lucimey Lima Pérez.
El miedo es una respuesta auténtica ante una amenaza inminente. La ansiedad es la anticipación a la futura y posible amenaza, que puede ser verdadera o no.
Los miedos universales, destacados por culturas como la Tolteca, Méjico, o por clínicos calificados en el campo de la salud mental son: la soledad, la enfermedad, la escasez, la muerte, las catástrofes, la incertidumbre, la locura, la falta de control. El temor a Dios también se manifiesta, pero no es considerado como un sentimiento extendido, si no solo en los creyentes, ni siquiera practicantes.
Veamos, entonces, la ansiedad como una emoción universal y considerada dentro de la salud mental como ¨normal¨ o como problema. Es verdaderamente una gran dificultad cuando no podemos controlarla; cuando excede los límites de tolerancia, luego es intensa y persistente; cuando repercute sobre nuestra salud integral y nuestro bienestar. Claro y evidente, es entonces un trastorno.
La ansiedad se origina por factores externos o internos. El gran centro es el sistema límbico o de las emociones, la región más primitiva de nuestros cerebros. Por ser de origen temprano evolutivamente, el sistema límbico nos afecta enormemente si la ansiedad es hiperactiva, exagerada, extrema, y si no es fácilmente controlable. El disparo límbico desencadena muchas respuestas que activan a los sistemas de catecolaminas, la adrenalina es una de las principales, pero no la única. También el eje endocrino, con aumento en cortisol, que es un marcador del estrés endocrino. Quiero decir el alto cortisol indica una actividad aumentada del cerebro hacia la glándula pituitaria y de ahí a todo el organismo, lo que llamamos la ¨periferia¨. La repercusión es general, afecta a todo el organismo y es muy deletérea. Se revela por una constelación de sistemas, tales como el cardiovascular, el gastrointestinal, el genitourinario, entre otros, que acarrean síntomas intolerables que limitan el devenir cotidiano. Es preciso identificar el sistema que es más afectado, me refiero, es palpitaciones; es colon irritable con diarrea; o podemos trabajar sobre otro sistema. Lo relevante es intervenir a la persona afectada en su específica forma de manifestación.
Dentro de los trastornos de ansiedad, las fobias específicas (miedo a arañas, a las alturas, al encierro, son ejemplos) y la ansiedad social, esto es, a no sentirse bien en grupos, son las más frecuentes. Sin embargo, las crisis de pánico ocupan el 3% de prevalencia (casos acumulados por año), consisten en una tormenta aterradora de desamparo con sensación de muerte inminente. Además, la ansiedad generalizada, que se caracteriza por preocupaciones continuas y anticipadas, exacerbadas con o sin fundamento, ocupan el 3.6%.
Una vez hecho el diagnóstico de un trastorno de ansiedad es preciso considerar las consecuencias en: todos los sistemas del organismo, la gran posibilidad de adicciones de varios tipos, las relaciones interpersonales disfuncionales, la incapacidad e incluso el suicidio.
Recibir atención especializada es imperativo, pero así como lo destaco, es también voluntario, el primer paso es el reconocimiento de que algo está pasando y que la ayuda profesional facilitará la propia y única fuerza para el cambio, el yo mismo.
En mi práctica, además del trabajo intenso en remodelar las visiones, sugiero: i) Reducir el tiempo de estrés en la medida de lo posible, y no es imposible, es un aprendizaje; ii) Programar las preocupaciones entre reales o no, solucionables o no; iii) Ejercicios físicos y de respiración abdominal con frecuencia. Los físicos al menos 30 min 3 veces por semana, los respiratorios al menos cuatro veces por día e incrementar el entrenamiento.
La ansiedad consume y deteriora, pero tiene solución si la atendemos oportuna y eficientemente, con Psicoterapia y/con Psicofarmacología. ¿Qué puede recidivar? Cierto, por eso el tratamiento continuo es inminente. Sí, sí se puede…
Lucimey Lima Pérez es Psiquiatra, Psicoterapeuta, Máster y PhD en Neuroquímica.