Por Carlos M. Estefanía.
Hay días en que caminar por Botkyrka, mi rincón semiurbano al suroeste de Estocolmo, se siente como recorrer un atlas espiritual. A un lado, el minarete de Fittja llama al rezo con un eco profundo; al otro, la cúpula dorada de la iglesia ortodoxa en Hallunda atrapa la luz que se resiste a irse. Hace años, en un apartamento de Alby, descubrí a monjes budistas Theravāda llegados de Sri Lanka. Entonces impartía un curso de religiones al norte de la capital y visitaba a estos personajes para beber de su sabiduría, que luego compartía con mis alumnos.
Más allá, la carretera hacia Södertälje me lleva a la iglesia medieval de San Botvid, piedra y memoria que susurra historias del siglo XII. Botkyrka debe su nombre a aquel misionero, que aparece en el escudo con un hacha y un pez, emblema de fe y trabajo. Camino hasta ella a veces, como un peregrino improvisado, y pienso que, aunque luterana desde la Reforma, conserva un eco de lo sagrado. Mientras tanto, en Fittja, la iglesia católica acoge a la comunidad polaca y a creyentes de orígenes diversos, conviviendo con la presencia tranquila de los Testigos de Jehová y sus folletos. Aquí todo convive: lo islámico, lo bizantino, lo católico, lo nórdico, lo evangélico. Nunca he visto conflicto entre religiones distintas; los problemas surgen dentro de la misma comunidad humana, no de la fe.
Esta semana, las vitrinas de la pastelería Tegners en Tullinge parecían escapar de la realidad. Los pasteles Trompe l’oeil —imitaciones comestibles de mangos, limones y frambuesas— se vendían como arte, a cien coronas cada uno. Mil piezas se agotaban cada fin de semana. La gente los fotografiaba, los subía a Instagram, convertía la dulzura en espectáculo, la realidad en apariencia.
En paralelo, Botkyrka debatía dinero y bienestar: el gobierno local propone bajar los impuestos municipales para 2026. Los Moderados aplauden; los Socialdemócratas advierten que habrá menos recursos para escuelas y salud. Sesenta coronas mensuales para un salario medio pueden parecer poco, pero son el hilo que conecta el ideal con la vida cotidiana.
A pocos kilómetros, en Salem, un maestro resultó herido al separar a dos alumnos que peleaban. Pasará semanas de baja. Me conmueve. El aula debería ser refugio, no campo de batalla. Sin embargo, hay motivos para esperanza: el 85,6 % de los estudiantes de secundaria de Botkyrka alcanzaron el bachillerato, superando la media nacional. En un país cansado, ese dato es un respiro, sobre todo cuando buena parte de esos chicos tiene origen extranjero y, por tanto, una lengua materna distinta al sueco.
La política tampoco descansa. Jimmy Naief Baker, nacido el 20 de octubre de 1975 en Visby, es un político sueco del partido Moderado. Ha sido miembro del consejo municipal de Botkyrka desde 2006 y fue suplente en el Parlamento sueco entre 2010 y 2014. También fue concejal de la oposición y líder del grupo Moderado en Botkyrka. Baker ocupa varios cargos locales, incluyendo la presidencia del grupo del consejo y participa en juntas de empresas municipales como SRV Återvinning (Reciclaje) y Upplev Botkyrka AB. Se mudó a Tumba siendo adolescente y comenzó su carrera política en el Moderata Ungdomsförbundet, sección juvenil del partido, a principios de los años 90. En 1994 trabajó para organizar las elecciones municipales y luego obtuvo su primer cargo político en la comisión de Niños e Individuos.
A veces se le considera controvertido, por ir en contra de la línea oficial de su partido, como cuando defendió que la Convención sobre los Derechos del Niño se convirtiera en ley sueca o cuando pintó un logotipo del partido en un muro legal de grafiti. La última noticia sobre él es que abandona su partido y se une a la Medborgerlig Samling (Asamblea Ciudadana), denunciando “traición a los votantes conservadores”. Fundado en 2014, este partido combina una visión liberal sobre derechos individuales y economía con un enfoque conservador sobre sociedad, cultura y sostenibilidad. Así, si no estás de acuerdo con la línea de tu partido, puedes fundar o unirte a otro que te parezca más coherente, como hizo Baker.
Los sindicatos Ledarna y Vision demandan al municipio por despidos que consideran injustos. Magdalena Andersson advierte sobre vínculos de socialdemócratas locales con el crimen organizado. Botkyrka demuestra que la política nórdica, silenciosa y pulcra, también tiene tormentas. Los sindicatos no siempre luchan con fuerza, pero a veces lo hacen, o al menos lo aparentan.
La vida cotidiana, en cambio, se refugia en lo pequeño y lo sencillo. En las bibliotecas, los sábados creativos en Tullinge y los talleres abiertos de Tumba llenan de color el tiempo. Fittja ofrece cafés de idiomas donde sueco, árabe, somalí y español se mezclan como melodías. Hallunda deja que los jóvenes exploren sus “superpoderes” en juegos de rol. Octubre aquí no es solo estación; es cultura que se respira, se toca y se comparte: tejido, poesía, lectura, café y conversación.
La educación sigue siendo un faro. Botkyrka abre caminos hacia la universidad para adultos e impulsa formación técnica en seguridad en Xenter. Abrir puertas y protegerlas son dos caras de la misma moneda: ofrecer sentido y futuro en un mundo incierto.
Suecia entera reflexiona sobre la protección de los niños en redes sociales. Expertos viajarán a Bruselas para cooperar en una estrategia europea. “Queremos escuelas libres de móviles”, dice el ministro Forssmed. La libertad, como la infancia, también necesita límites. Por cierto, conocimos personalmente a Forssmed cuando era una joven promesa del partido democristiano, en un comité multipartidista que creamos un grupo de exiliados para abogar por el Premio Nobel de la Paz a Oswaldo Payá, comité que fue boicoteado desde ciertas instancias del poder en Suecia. Tiempo al tiempo para conocer los culpables de esa falta imperdonable de solidaridad.
El Ministerio de Justicia endurece criterios migratorios: la buena conducta será exigida incluso a quienes ya residen en el país. Un equilibrio delicado entre hospitalidad y orden, compasión y responsabilidad.
Una encuesta de DN/Ipsos muestra que los suecos priorizan sanidad, seguridad y educación, mientras la inmigración queda más abajo. Pero lo que más inquieta no es el orden de los temas, sino la fatiga silenciosa: largas colas, atención médica lenta, desconfianza creciente.
Gotemburgo vive la violencia en las aulas: alumnos prohibidos de ingresar, maestros “rotos” de cansancio y frustración. Al otro lado del país, la policía celebra la captura del criminal Mikael “Greken” (El Griego) Tenezos, extraditado desde Cancún, mientras el primer ministro promete “no dejar escondite seguro para los delincuentes suecos”. La ministra de Igualdad advierte sobre el “strypsex”, práctica que puede ser mortal. Igualdad y protección: un dilema constante.
Uppsala debate la autonomía de los partos domiciliarios, suspendiendo comadronas en casos de riesgo. Libertad y seguridad, otra tensión escandinava. Ni la tecnología escapa: un ciberataque a Verisure expuso datos de más de 35.000 clientes. Ni siquiera la empresa que vende seguridad está segura.
En el Parlamento, el gobierno presume de reducir emisiones, aunque la disminución equivale apenas a unas horas de tráfico. El arte, en cambio, sí sigue transformando: Madame Bovary renace en Dramaten bajo la dirección de Oliver Frljić, y los suecos despiden al actor Jacob Ericksson, recordando la fragilidad de la vida y de la cultura.
Al caer la tarde, disfruto desde mi balcón del lago Alby, que separa mi municipio de Huddinge. Veo cómo el cielo ilumina millones de árboles dorados por la estación, entre los que se levantan en paz y convivencia realmente ecuménica: la media luna del minarete, la cúpula ortodoxa, la cruz luterana. En ese paisaje, todo cabe: fe y duda, tradición y búsqueda. Botkyrka es espejo de Suecia, y Suecia, espejo del mundo.
Y mientras escribo, pienso en Cuba, en los cubanos dispersos por el planeta: quienes aprendieron a sobrevivir, a construir, a soñar lejos de la isla. Cada uno lleva un fragmento de su tierra en la biografía. El día que reconstruyamos la patria, no bastarán discursos ni ideologías: necesitaremos relatos. Que cada cubano, desde Estocolmo, Madrid, Miami, Buenos Aires o París, cuente cómo ha sido su vida, qué aprendió del dolor, del trabajo, del encuentro con otras culturas. Solo así podremos levantar un país nuevo, hecho no de consignas, sino de experiencias. Reconstruir Cuba será, en esencia, volver a contarnos con verdad.
Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.