Por Sarah Moreno/El Nuevo Herald.
En su libro más reciente, De las palabras y el silencio, la escritora cubana Zoé Valdés aborda un tema que nunca defrauda, el exilio, con la ganancia de que inserta la experiencia de los cubanos en el contexto del mundo, y la comparación con otros pueblos desventurados, como el judío, resulta catártica para los que cargan el peso del destierro. Entre el éxodo –“el vagabundeo o marcha infinitos… un esperar errabundo”, así lo define– y el exilio –que indica “que se ha llegado a alguna parte donde uno se piensa quedar” – hay un proceso de aprendizaje y aceptación, un conócete a ti mismo que resulta provechoso.
“El exiliado, aunque regrese, nunca podrá volver del todo”, dice, pero al final, establecido en esa nacionalidad de exiliado, se convierte en un ser libre, dispuesto al escarnio, al desprecio, a la crítica, a la censura y a todo lo que le lancen, para seguir defendiendo su concepto personal de libertad. Desde esta postura libre, Zoé Valdés (La Habana, 1959) escribe y defiende lo que le preocupa, la acongoja, la entristece y a veces la deprime. Y no siempre el dolor es por Cuba, a veces es por las víctimas del ataque terrorista de Hamás en octubre del 2023, los bebés israelíes acuchillados en el vientre de su madre o quemados vivos, las mujeres violadas, o quizás algo en apariencia más simple, la culpa de los rehenes que son liberados al azar, y que no pueden alegrarse de su liberación porque cargan con las imágenes del horror de quienes dejan atrás. Para las atrocidades y sus perpetradores la escritora no tiene palabras amables. No puede ser menos, porque Valdés está hablando fuerte desde la novela que la convirtió en una celebridad en las letras hispanas, La nada cotidiana (1995). Entre la dureza y la honestidad, aflora la madre y la mujer que cree que el futuro de la civilización está en “la aceptación del prójimo tal como es, y no imponiendo modelos de ideologías, religiones y actuaciones”…
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