Por Manuel C. Díaz/EL Nuevo Herald.
La literatura fantástica, como género narrativo, ha sido descrita de diferentes y confusas maneras. Sobre todo, por los académicos. Para Tzvetan Todorov, un historiador y teórico búlgaro-francés, los límites de la ficción fantástica “estarían marcados por el amplio espacio de lo maravilloso, en donde se descarta el funcionamiento racional del mundo cuando los elementos perturbadores son reducidos a meros eventos infrecuentes pero explicables”. Sin embargo, hay otras definiciones que, aunque menos académicas, son más fáciles de entender por los lectores. Escritores que cultivan el género han dicho que la literatura fantástica son textos basados en mundos de ficción en los cuales sus leyes no se corresponden con la realidad.
Que son justamente los mundos que aparecen en algunos de los cuentos de Tiempo podrido (Editorial El Ateje, 2024), el más reciente libro del escritor Nicolás Abreu. No todos sus relatos son de carácter fantástico, pero la mayoría lo son. Y es en esos donde Abreu introduce algunos de los elementos esenciales de ese género: escenarios sobrenaturales, seres imaginarios, sueños proféticos y pesadillas recurrentes.
Como en el titulado El elefante, en el cual no hay un escarabajo gigante sino un paquidermo que todas las noches duerme al pie de la cama del protagonista: “Tenía la piel muy limpia pero muy arrugada en el lomo. A veces en la oscuridad lo oía roncar feliz”. En sus segmentos descriptivos hay insinuaciones de carácter sexual relacionadas con el onanismo que complican más lo inexplicable. El elefante se marcha al amanecer sin cerrar la puerta del cuarto.
O como en La pecera, donde alguien despierta sumergido en el agua que había inundado toda la casa: “Braceando con dificultades logré levantarme un poco del colchón donde ya la sábana se abombaba como un globo. Con mucho esfuerzo llegué flotando hasta la taza del inodoro y me senté. ¿Qué coño pasa que hay tanta agua?”. En la trama, mientras los muebles de la casa tratan de escapar y su pez flota muerto en la pecera, el recuerdo de su madre regresa a salvarlo de la irrealidad en la que se ahogaba. Otros cuentos son tremendamente reales y están escritos no solo con gran atención a los detalles sino también en un tono de aguda crítica social. En El doctor chiringa, por ejemplo, Berto acude al hospital a ver a su padre enfermo: “Un tumor en el cerebro había diagnosticado el neurólogo. Al llegar, unos terapistas le imponían a su padre una jornada de ejercicios inútiles, cobrando muy bien a su vez por el martirio. Cuando su hermana llegó a relevarlo empezaba sentir el ruido de la lluvia. ¿Qué te pasa, te estás quedando dormido? ¿Y pipo está bien? Le contó lo que había pasado. Su hermana dijo: A esos terapistas no los quiero más aquí; son unos animales”. El relato cierra con un toque de humor cuando el padre, ya un poco recuperado, viendo entrar al neurólogo les dice a sus hijos: “Miren, ahí llegó el doctor Chiringa”…
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