Por Lucimey Lima Pérez.
Los avances en la atención médica primaria (primer contacto ante una dolencia) más los progresos tecnológicos en diagnóstico y tratamiento, han resultado en una más larga expectativa de vida. Sin embargo, ¿esto significa que vivir más tiempo aumenta la calidad de vida? Obviamente cada caso es particular y existen muchas condiciones médicas que pueden ser resueltas sin afectar el desarrollo personal, aunque otras no. Por ejemplo, un hipertenso de gran intensidad y difícil de controlar, podría tener eventos cardiovasculares adversos con la consecuente disminución de su actuar, sentir y pensar. Sin embargo, cuántos hipertensos controlados existen y llevan una vida dentro de los niveles funcionales estándares y, además, de calidad.
Cuando has cumplido 45, y confieso no sé si los cumplí o me los adjudicaron… piensas que el doble es 90. Luego puede que se esté enfrentando a la mitad de la vida, que puede dividirse, el 50-70% de alto desempeño y el resto, pues la preparación para el inevitable final. ¡Qué este sea hermoso!
Mente y cuerpo no pueden disociarse, porque son parte del mismo sistema integral. Luego existen varias condiciones llamadas físicas, recalco, porque para mí y en base a todo lo demostrado, lo mental es biológico también.
Las personas que cursan con una enfermedad crónica deben hacer ajustes en su cotidianidad, tales como el tipo de trabajo a realizar, el estilo de vida, sus hábitos, sus relaciones interpersonales, y sus expectativas.
Muchos estudios son muestras evidentes de la relación entre enfermedad crónica y depresión, así como con ansiedad. Es claro y evidente que condiciones como la diabetes, el dolor crónico, los infartos del miocardio, las arritmias cardíacas, el cáncer, múltiples alteraciones del sistema inmunológico, afecciones neurológicas, trastornos neuromusculares, entre tantos, desencadenan sentimientos de pérdida y minusvalía, cambios que hay que enfrentar reconociendo que afecta la salud mental, pero que por la interacción mente-cuerpo, la fuerza del pensar ayuda a vivir los hechos con coraje y valentía, y, muy especialmente con una calidad de vida que si bien es diferente al antes, es posible, disfrutar. Muchos casos han pasado por mis manos, en hospitales y consultas externas, ejemplos de valientes personas que no han abandonado su existir ni su entorno.
Claro está que la tristeza aparece, lo cual debe diferenciarse de la depresión mayor, tanto por su curso de más de dos semanas como por las características y la intensidad de los síntomas. Honestamente quisiera tener una varita mágica. Pero no todo se pierde, no todo se depaupera, aprender a vivir en forma diferente puede ser un gran reto y un inmenso logro para el enfermo crónico.
La experiencia nos muestra, así como la siempre válida Medicina basada en la evidencia, que un enfermo crónico con síntomas de depresión y de ansiedad, presenta exacerbación de todos ellos. Luego el tratamiento oportuno y adecuado favorece el bienestar individual y colectivo. Además, de la enfermedad que curse y del trastorno que no aqueje, cuerpo y mente, un todo armónico o no…
La aceptación consciente del estado físico es elemental, negarlo es ocultarse en el déficit y no enfrentar con nuevas herramientas la situación que se presenta. Comprendo inmensamente que tener salud es un deseo extenso y válido, pero en ocasiones no se mantiene como quisiera el paciente.
Me permito destacar el aspecto existencial de la salud mental, lo cual se basa en las creencias individuales y es parte de nuestra naturaleza. Un buen Psicoterapeuta debe explorar este componente y favorecer su desarrollo sin necesariamente tener un vínculo con la posición en sí del paciente, lo que su fe le provea es el meollo.
Confieso que me cuesta enfrentar estos casos en los que no hay vuelta atrás, sin embargo, me sustenta el hecho de poder trabajar con un sufriente que desea y se propone disfrutar de 2, 10, 20 años o unas semanas más. Lo inevitable no tiene por qué ser catastrófico.
Caso 1. Inés, 65 años, sin hijos, segundas nupcias y una personalidad arrolladora, una triunfadora. Dinámica, inteligente, activa. Diagnóstico de cáncer de mama, devastador. Su esposo, Mauricio, un hombre extraordinario, muy introvertido, pero siempre presente, no parecía que se afectó, pero lo estaba. Pues quimioterapia, caída de cabello, nueva cabellera, y siempre mucha energía y lindas reuniones familiares. Solo verla era destello de vida. Siguió… Mauricio falleció de un infarto cardíaco. Inés lo sintió, pero viajó, visitó familiares de él, algunos suyos. Cinco años más tarde partió en paz luego de repartir sus pertenencias a la familia. Nunca la vi triste, sé que buscaba respuestas, sé que se instruía, pero sobre todo sé que disfrutaba.
Caso 2. Carmen, una chica de 32 años, muy linda y dispuesta. Trabajaba en una tienda y le gustaba, en una zona de movimiento turístico. Hace 7 años que comenzó a independizarse, pero tuvo que volver a casa de sus padres. Presenta una enfermedad autoinmune de frecuencia 1-2 en un millón. La atiendo cada 15 días, me trae buenas nuevas de su familia, nació su primer sobrino. Muchas veces me dice que se siente ¨frustrada¨. Hemos encontrado la manera de disfrutar, dibuja muy bien y tiene unos diseños particulares que ha colocado como tarjetas en una galería. Son originales, ninguna repetida. A veces las trae, otras es el bosquejo, y también fotos. Sigo su tratamiento médico por el especialista apropiado. La acompaño y me enseña…
Para ambas mi gran respeto.
Lucimey Lima Pérez es Psiquiatra, Psicoterapeuta, Máster y PhD en Neuroquímica. Investigador Emérito del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC).
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