Por Marino Berigüete/El Nuevo Diario.
Leo un párrafo de Don Quijote y me detengo. La ironía de Cervantes se me antoja un eco lejano en un país donde el hábito de la lectura parece desvanecerse. Me asaltan preguntas que no hallan respuesta: ¿cuándo fue la última vez que se inauguró una biblioteca pública en una provincia en el país? ¿En qué momento dejamos de concebir la lectura como una urgencia nacional y la convertimos en una mera formalidad académica? Me esfuerzo en recordar un presidente que haya encabezado una campaña seria de promoción de la lectura, una que no se limite a discursos de ocasión o a festivales que mueren en el acto de clausura. Busco en mi memoria la imagen de un ministro de Educación recomendando un libro con genuino entusiasmo, no como parte de un programa institucional, sino como una invitación personal a la exploración. Y no la encuentro.
Más allá del deber burocrático, ¿en qué momento la política dejó de entender que la lectura es un acto de resistencia, de pensamiento crítico, de libertad? Imagino un país en el que un senador de la República, en lugar de repartir promesas de campaña, entregue libros a jóvenes que nunca han tenido acceso a uno. O un síndico que, en vez de invertir en propaganda, construya espacios de lectura en los barrios, lugares donde la imaginación tenga un respiro entre el cemento y el ruido de la calle. Pero eso no sucede. Aquí, la literatura se ha convertido en un adorno: se celebra la obra de nuestros escritores con discursos rimbombantes, pero su impacto se diluye en una sociedad que lee cada vez menos.
La urgencia es evidente. La promoción de la lectura debería ser un eje central en la agenda nacional, un compromiso que trascienda gestos simbólicos y se convierta en una política de Estado. Leer no es solo un acto individual, sino una herramienta colectiva de transformación. Sin lectura, no hay pensamiento crítico; sin pensamiento crítico, la democracia se erosiona. Un país que no lee es un país más fácil de manipular, más propenso a la corrupción, más vulnerable a las narrativas huecas que se propagan en redes sociales con la velocidad de un virus. En este tiempo de algoritmos y desinformación, la lectura es nuestra única defensa…