Cultura/Educación

Encuentros cercanos de Cine de Tercera Clase. Santiago Rodríguez

Por Redacción ZoePost.

Entrar al mundo de la películas es entrar al ficticio remanso, siempre desapacible, de un laberinto. Un inquieto quehacer donde la fantasía azuzada por cúmulos de imaginación devenidos en azoros heredados de ir a cines de barrio hace estragos de felicidad o de espanto en el adulto insatisfecho de lo que es o se idealiza por ser, pero más sobre todo en el niño por crecer al asomo de esperanzas trocadas en cantos inconclusos de sirenas, animales inconcebibles, piratas y espadachines o alfombras mágicas sin rumbo alguno. Qué despabilo, supimos entrar con soltura, pero ahora no se puede acertar con la salida, estamos ligeramente perdidos y no nos importa si afuera, de regreso a casa, nos recibe un aprensivo aguacero de mayo que nos lava la cara de lo tanto que hemos llorado porque en la pantalla la protagonista ha muerto de neumonía y el marido desconsolado y culpable por no haberla entendido no sabe ni sabrá qué hacer con una niña entre sus brazos, como si revisitara a Babilonia, la plebeya. De la A a la B, de la B hasta la P y de la P ¿intentamos regresar a la intermedia letra G o nos aventuramos hacia las ignotas X, Y y Z, las tres juntas en sustituta función de omega, para comenzar de nuevo con la A? ¿En qué punto del dilema de Erasmo, el anabaptista de Rotterdam, estamos? ¿Acaso es necesario saberlo? Con todas las vueltas que se han dado, escondrijos inesperados en acecho, linderos que se bifurcan, centros circulares cósmicos en la América mesopotámica entre el rio Grande y el Amazonas, parece que siempre y aconsejable, lo mejor es empezar por el final a dónde hemos llegado creyendo haber roto la línea amarilla de arranque, haciendo alardes de una nariz de más como suele suceder con los atletas de olimpiada por alcanzar una medalla. Los invito a seguir. O lo que es lo mismo, los invito a soñar despierto. Calmaos, no tengáis miedo, homenajeando al español antiguo, el bufón del rey siempre hace de las suyas en la corte de los eruditos del séptimo arte, la edulcorada escenografía de fondo. Ponderemos el siguiente ejemplo: ¡Lo tengo! ¡Lo tengo! La bolita con el veneno está en el recipiente con el mortero; ¡El cáliz del palacio tiene el brebaje de la verdad! ¿Bien? Cierto. Pero ha habido un cambio: ¡Rompieron el cáliz del palacio! ¿ “Rompieron” el cáliz del palacio? Y lo reemplazaron con una jarra. ¿Una jarra…? Con figura de dragón. Una jarra con un dragón. Cierto. ¿Pero pusiste la bolita con el veneno en el recipiente con el mortero? ¡No! ¡La bolita con el veneno está en la jarra del dragón! ¡El recipiente con el mortero tiene el brebaje de la verdad! Ah, la bolita con el veneno está en la jarra con el dragón; el recipiente con el mortero tiene el brebaje de la verdad. Sólo recuerda eso. ¿Entonces? Si la historia no les parece larga, volveremos, volveremos a empezar con el juego de los laberintos del cine, esos afortunados encuentros de salud de tercera clase. Son las honestas siete de la mañana sin aún haber echado tan siquiera un solo pestañazo, a pulso en un raro invierno miamense que por lo general entra un viernes y se marcha bastante agachado el domingo por la tarde.

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