Por Zoé Valdés.
Tomo el tren, no está tan abarrotado como habitualmente lo estaría, es tiempo de vacaciones, París refulge de belleza en su temporal abandono…
De súbito, en el vagón, dirección Gare du Nord, a toda mecha, ‘une prière’, un rezo, desde un móvil… Viene de una muchacha, cubierta por el velo musulmán, ojos hermosos, muy maquillados, perfume fuerte, que se sienta frente a mí, y ha puesto “la prière” a todo lo que da el audio de su móvil, no sé si para ‘épater les bourgeois’ o para darse placer a sí misma. Será para lo segundo, porque burgueses reales quedan bien pocos. Muchos bobos sí que hay, burgueses intelectuales.
El tema es que aquí nadie se siente ya concernido, y no es porque la sordera les haya convertido en impedidos mentales, sino porque el miedo los ha anestesiado, el miedo, la desidia, o ambas cosas. Nadie dice ni esta boca es mía. De hecho, yo tampoco, yo siempre tan lengua suelta normalmente, tampoco emito ni una palabra.
Pero, como no decir nada no es razón para callarse, y de un tiempo a esta parte yo también me he vuelto muy cínica, busco mi móvil en el fondo de mi bolso. Una vez que encuentro mi Spotify, intento hallar aquel disco, tan bonito de la monja libanesa, Soeur Marie; sin embargo, la conexión wifi es mediocre, y no consigo cargar su bellísimo Ave María… ‘Dommage!’, musito para mis adentros.
Entre tanto, la gente ha empezado a incomodarse con la interminable oración que emana del móvil de la joven, quien cada vez se muestra más orgullosa de lo que ella cree es un acto de desobediencia, de rebeldía… Pensar que en una época de mi vida podía costar la prisión oír a los Beatles, ahora puede costar la cabeza revelarte contra la ‘prière’ a toda voz, como si estuvieras en Estambul, frente a un minarete.
Voy contando las paradas que quedan para bajarme y liberarme, todavía siete. Ya varias personas con toda evidencia muy molestas se levantan de sus asientos y se cambian de vagón, o se bajan directamente camino a las reverberantes calles en este fogoso verano parisino.
Dios mío, quedan siete paradas, y no tengo ganas de llamar la atención pidiéndole a esta maleducada que se ponga los audífonos o que apague el móvil. Lo hice una vez en el pasado, y en lugar de agradecérmelo el rebaño se viró en mi contra: con qué derecho iba yo a prohibir algo que incluso les molestaba más a ellos que a mí.
Otra parada menos, de momento recuerdo que en los archivos de mi teléfono tengo varias canciones guardadas: el último disco de Bob Dylan, el último de Tool, y el Himno Nacional cubano.
Sin pensarlo demasiado manipulo el teléfono y suena a candela viva: “¡Al combate, corred, bayameses, que la patria os contempla orgullosa…!”
La chica sentada frente a mi da un salto en el asiento, mi himno ha acallado su musiquita religiosa… Trata de subir el tono, yo también lo hago de mi parte. Gano yo, el himno es potente.
Los viajeros empiezan a escasear frente al mano a mano que se está teniendo que zumbar el personal en el vagón. Si los dejaran algunos saltarían hacia el andén con el tren en marcha, pero en lugar de hacerlo huyen despavoridos de nosotras.
Cuando quedamos pocos dentro, sabiéndose vencida me pregunta desafiante: ‘C’est quoi ça?!’. Respondo tranquila y sonriente: ‘Rien, chérie, c’est ma prière à moi…”. Entonces, desconcertada, es ella quien decide fugarse de un gesto airado quizás hacia otros mundanales ruidos.
Zoé Valdés. Escritora y artista cubana e hispano-francesa. Nacida en La Habana, Cuba, 1959. Caballero de las Artes y Letras en Francia, Medalla Vérmeil de la Ciudad de París. Fundadora de ZoePost.com y de Fundación Libertad de Prensa. Fundadora y Voz Delegada del MRLM. Ha recibido numerosos reconocimientos literarios y por su defensa de los Derechos Humanos.
Muy bueno…asi nos va !
Muchas gracias.
Buenísimo! Con lo que hay que lidiar…