Por Gloria Chávez Vásquez
Si Edgar Allan Poe hubiera escrito en esta época, en la que los derechos y el prestigio de un buen escritor están protegidos y además garantizados, de seguro nos hubiera legado una obra más extensa. No que la actual se haya quedado corta. Pero su trabajo hubiera sido mejor remunerado, aun antes de publicar sus obras; y no hubiera pasado tantas penurias; su esposa, Virginia Clemm, no hubiera muerto de tuberculosis; Edgar mismo hubiera podido tratar, medicamente, su alcoholismo y depresión. Pero en el siglo XIX ni se pagaban derechos de autor, ni ser escritor era un oficio glamoroso, a menos que se tuviera el dinero para serlo. Tampoco había cura para la mayoría de los males del cuerpo o del alma.
La vida de este icono de la literatura universal fue, de hecho, verdaderamente trágica. En 1809 cuando nace en Boston, el segundo de tres hijos, muere su madre y poco después su padre. Edgar es acogido caritativamente por la esposa de John Allan, un comerciante adinerado en Richmond, Virginia. Aunque recibe una estupenda educación y viaja, su padrastro se niega a adoptarlo. Poe fue buen estudiante, pero comienza a beber y a apostar dinero en su primer año en la universidad. Disgustado porque su padrastro no le ayuda a cubrir sus deudas, ingresa en el ejército por dos años, donde descubre que su vocación no son las armas sino la pluma. Tras la dolorosa perdida de Anne, su madrastra, a la que Edgar adoraba, Allan interviene para internarlo en la Academia de West Point, de donde el muchacho se hace expulsar, cometiendo toda clase de desacatos. De ese modo se rompen definitivamente las relaciones con su familia postiza y se ve obligado a buscarse el sustento.
Para iniciarse en el periodismo, que tampoco era un oficio lucrativo, Poe viaja a Boston en donde escribe con el seudónimo de Henri Le Rennet. Para entonces ya había publicado Tamerlane, un libro de poemas. Pronto se da cuenta de que ganarse la vida como escritor independiente es prácticamente imposible; rara vez una editorial publica obras que no sean ya populares o de autores conocidos; en su mayoría son obras pirateadas a autores europeos. Aun así, Poe se somete a una vida de estrechez para leer a los maestros y escribir sus poemas, ensayos y cuentos. Con su relato “Manuscrito en una botella” gana un premio de 50 dólares y la atención de un rico de Baltimore que lo presenta al editor del Southern Literary Messenger en Richmond. Contratado como redactor de prensa en 1835, Edgar es despedido semanas después al ser sorprendido en estado de embriaguez. El editor le da otra oportunidad y Poe se instala en Richmond con su joven esposa, y su tía que es también su suegra. El periódico aumenta la tirada debido a la fama que ha estado adquiriendo el escritor con sus poemas, reseñas de libros, críticas literarias y obras de ficción. Hervey Allen, uno de sus biógrafos, describe al Poe de ese tiempo como “un joven atractivo, inquietante y estimulante”. Su primera novia dice de él que “es apuesto, callado pero intenso”. Le gusta vestir bien, es limpio y organizado. Solo cuando bebe se vuelve hablador y pesado.
En 1837 empieza a escribir para el periódico Graham’s. Allí publica gran parte de su obra más importante, pero renuncia cuando el editor contrata a Rufus Wilmot Griswold, un viejo enemigo, que dedica su vida a destruir la reputación de Poe. De regresó a Nueva York, su esposa es diagnosticada con tuberculosis. Poe trabaja en el Evening Mirror y en el Broadway Journal del que llega a ser propietario. Su acusación de plagio a Henry Wadsworth Longfellow le granjea muchos enemigos.
Es en el Evening Mirror donde aparece por primera vez, su poema El Cuervo (1845) que se convierte en un gran éxito de la noche a la mañana, haciendo que su autor se cotice en los altos círculos sociales. Poe recibe 9 dólares por el poema.
Se sabe de la educación de Poe que fue sólida. Aprendió francés y latín y ya de joven traducía textos al inglés; leyó a los clásicos griegos así como a Boccaccio y a Chaucer. Se inspiró en la literatura gótica de ingleses y alemanes. En su país admiró a Washington Irving; entre los ingleses a Daniel Defoe y a Walter Scott. Era asiduo lector de las revistas a las que se suscribía su padrastro y luego fiel lector de Blackwood’s Magazine de Edimburgo, la que satirizó en sus relatos. Apreciaba la poesía nocturna, así como la romántica. Su poeta favorito era Lord Byron y su filósofo, Joseph Glanvill. Tenía amplio conocimiento de astronomía y ciencia en general.
Su único rival como prosista y cuentista, según Van Wyck Brooks, fue Nathaniel Hawthorne. Marshall McLuhan escribe en su ensayo Edgar Poe’s Tradition: “Poe nunca perdió contacto con el terrible pathos de su tiempo. Antes que Conrad y Eliot, Poe exploró, con Baudelaire, el corazón de las tinieblas”. Mallarmé lo consideraba «el dios intelectual» de su siglo, mientras que el crítico estadounidense, Harold Bloom, lo coloca dentro de los escritores fundamentales de la edad literaria llamada “democrática” aunque observa que “la fantasmagoría de Poe rara vez encontró un lenguaje adecuado para sus intensidades”.
Uno de sus críticos más severos, Robert Louis Stevenson propone la «poco menos que inverosímil agudeza en el resbaladizo terreno entre la cordura y la demencia» de Poe; El escritor irlandés. Pedraic Colum, destaca su gran fuerza dramática y lamenta que Poe no hubiera escrito teatro pues era un gran sicólogo y tenía un profundo conocimiento de los recovecos mentales del miedo.[ No es casualidad que fascinara a escritores y artistas como Quiroga, Borges, Cortázar, Manet, Doré y Beardley. El Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle y el Poirot de Agatha Christie aprendieron el proceso detectivesco del personaje de Poe, Auguste Dupin, en Los crímenes de la calle Morgue. Como pionero de la ciencia ficción, Poe avivó la llama en la imaginación de visionarios como Julio Verne y H.G. Wells. Los escritores de novelas de horror beben de su tinta color sangre: H.P. Lovecraft dice que los personajes del escritor maldito “son todos vampiros, incluyendo el mismo Poe”.
Con La caída de la casa de Usher Poe inventa el tema de la casa embrujada, una enorme mansión, tenebrosa, de estilo gótico, que cobra vida como en una pesadilla. El escritor se interna en el mundo oscuro tratando de despojarlo de sus misterios. En El Corazón delator, uno de sus cuentos de horror más famosos, Poe penetra en la mente del asesino en serie por primera vez en la literatura. En El Cuervo, Poe recrea el sentimiento de dolor profundo, como en La fosa y el péndulo el sentido de horror ante la cercanía de la muerte.
En carta dirigida a su amigo James R. Lowell en 1844, cinco años antes de su muerte, Poe confiesa que su vida “ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro”. Un día después de su muerte, (7 de octubre, 1849), apareció un obituario en el New York Tribune firmado con el seudónimo de “Ludwig”. La esquela fue reproducida por los periódicos de todo el país y describía a Edgar Allan Poe como “un ser depravado, borracho, drogadicto y perturbado”. Era la venganza de Rufus Wilmot Griswold, editor y crítico que odiaba a Poe desde 1842 cuando el escritor lo descartó por mediocre. Más incomprensible aun es que Griswold se convirtiera en el albacea literario de Poe y por ende en su biógrafo oficial. Los amigos del escritor lo denunciaron pero no pudieron evitar que la infamia se aceptara como verdad. Por fortuna, con el tiempo, la malicia se ha ido esclareciendo y la reputación de Poe ha cobrado merecida altura.
En 1954, la sociedad Mystery Writers of America, creó el Edgar Award, honrando así, el nombre del pionero de ese género literario. El premio se otorga anualmente al autor de la mejor obra de misterio (ficción o no ficción), producida o publicada en televisión, cine y teatro. Su obra es lectura obligada en las clases universitarias en donde se estudia cada palabra, cada frase, cada párrafo.
Edgar Allan Poe dejó a lectores y admiradores, aparte de su legado literario, una apasionante tarea: La de hurgar en las vicisitudes de su vida y descifrar el misterio de su muerte, cuyos detalles nunca han sido esclarecidos. Como en sus escritos, Edgar ilumina gradualmente la sombra de su existencia, y en ese claroscuro nos envuelve, en un enigma que nunca se revela, porque sus posibilidades son infinitas.
Gloria Chávez Vasquez es escritora y periodista colombiana.
Me leí las traducciones de Cortazar, y luego tropecé con los poemas de Borges a su obra. Pero llegué a USA y casi nadie se acuerda de ese escritor maravillosa. Cuando más el Cuervo. Los americanos están olvidando su gran literatura.