Por Manuel C. Díaz.
En los primeros años de exilio, los cubanos, mientras se aprestaban a comenzar una nueva vida en libertad, trataban de preservar su identidad aferrándose a sus costumbres.
Y lo hacían, principalmente, a través de la comida y la música. Pero también, de la literatura. Así fue como nacieron las librerías cubanas en Miami.
No eran muchas, pero las pocas que había servían como un refugio para los amantes de los libros que acudían a ellas en busca de su autor favorito.
Pero todo eso ha cambiado. Hoy día, muchas librerías de Miami, no solo las cubanas, han cerrado sus puertas.
En una memorable escena de la película You got mail, Meg Ryan, en el papel de la dueña de una pequeña librería de Manhattan que se ve obligada a cerrar el negocio familiar por la apertura de una supertienda en su vecindario, apaga las luces del local y con lágrimas en los ojos coloca en la puerta un letrero: «Closed»
El filme, estrenado en 1998, fue como la crónica de una muerte anunciada: la de las librerías.
Apenas unos años después, con el aumento en las ventas de libros en Amazon y la creciente popularidad de los Ebooks, su suerte quedó sellada.
Sin embargo, todavía hay quienes a pesar de esos ominosos signos siguen afirmando que las librerías no desaparecerán.
Es posible; pero yo no estoy tan seguro. Quizás no desaparezcan en la ciudad de Madrid, donde aun se pueden encontrar algunas con pisos de mármol, escaleras de caracol, paredes de madera oscura y lámparas antiguas, como las emblemáticas Miguel Miranda y la Desnivel, con más de un siglo de existencia.
O en la ciudad de Buenos Aires, donde decenas de ellas siguen abiertas, como El Ateneo Grand Splendid, la más grande de América Latina; o como la mítica Librería de Ávila, lugar de reunión de los grandes escritores argentinos Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges y Bioy Cáceres y en la que recuerdo, no solo haber comprado algunos libros sino también haber escuchado, en un tocadiscos que estaba casi oculto en un rincón, viejos tangos de Gardel.
Pero Miami no es Madrid ni Buenos Aires. Aquí la tecnología sí ha hecho estragos. Una prueba de ello es que Borders quebró, Barnes & Noble se balancea peligrosamente por sus pobres rendimientos y la emblemática Books & Books de Lincoln Road, en Miami Beach, desapareció para siempre.
A las librerías en español no les ha ido mejor. Primero cerró sus puertas La Moderna Poesía, tan orientada a la docencia y en la que muchos padres cubanos pudieron encontrar para sus hijos, con sus portadas originales, los libros de algebra y trigonometría de Aurelio Baldor, asi como antiguos mapas de la ciudad de La Habana.
Le siguió la Universal, tan vinculada al exilio cubano y en la que podíamos encontrar, si teníamos tiempo para rebuscar en sus estantes, las obras completas de José Martí, una edición original de Maneras de Contar, de Lino Novás Calvo o Los cuentos de Pepito, de José Sánchez Boudy.
La última en cerrar fue Altamira, moderna y sofisticada y que durante un tiempo logró llenar el vacío que había dejado el cierre de las anteriores.
Desafortunadamente no pudo sobrevivir. La interminable reparación de Miracle Mile y el desbocado aumento de los alquileres terminaron por ahogarla.
Es verdad que todavía quedan, contra toda esperanza, las librerías Impacto y Revistas y Periódicos, ambas especializadas en libros en español y que se han ido convirtiendo en una suerte de necesitado refugio para los amantes de la literatura. Pero ¿hasta cuándo? Ojalá que hasta siempre. Sería terrible ver a sus dueños, al igual que Meg Ryan en You got mail, colocar ese fatídico letrero: «Closed.»
Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario.
Pingback: El fin de las librerías de Miami -Desde Borders hasta la Universal- – Zoé Valdés
Al desaparecer las librerías , eventualmente pueden desaparecer los libros impresos, las imprentas y las casas editoras y dar paso «en exclusiva» al «libro digital» (que No es, propiamente dicho , un libro ni nada que lo parezca). Si esto llegase a suceder, la censura podría practicarse del modo más abyecto e impune, pues no se respetarían los «derechos de autor» y «cualquier censor» se arrogaría la potestad de «cambiar o sustituir el texto original» por aquel otro que sea de su interés o conveniencia, «deformando y ahormando» el tema que el escritor haya querido tratar en su obra.
En la «nueva normalidad», privan al ciudadano del placer de ir a por un libro, paseando y respirando libremente por las, cada vez más vacías calles. Entre las muchas cosas de la que nos privan, está la del «contacto humano» (no es igual hablar por una pantalla que la emoción de tener a la persona frente a uno, tocar su mano, dar un beso y un abrazo). No es igual leer un libro «físico» que uno «virtual».
Me gustaría que un asteroide dejase los satélites de «comunicación» como una nubecilla de un invisible polvo de micro millonésimas de sub-partículas sub-atómicas, de tal modo que todos los que pretenden destruir paso a paso a esta humanidad, se vieran vil, absoluta y totalmente burlados en sus propósitos, y que no pudiesen continuar con sus diabólicos planes de destruir todo lo que con amor y esfuerzo y excelencia han construido los hombres de bien a través de milenios.
Pura pena.
Soy amante de los libros y de la sabiduría que nos dejan al leerlos por lo que siento pena por lo que les ha ocurrido y les ocurre a las librerías. Sin embargo, ante una crisis siempre existen alternativas. Vender por correo on line y, si el problema se agudizará, Amazon compra libros de todo tipo. Por otro lado, la promoción de la lectura por radio, por TV y por correo a domicilio podría dar resultados, mostrando precios módicos por ejemplar, además de la promoción de círculos de lectores. La gente no ha parado de leer ni lo hará nunca. Tengo contacto con cientos de personas que así lo testifican.
En resumen, no esperes por la montaña: ve a ella, sube y conquístala.
Bendiciones!