Por El Debate/RZP.
La división de masajes tailandeses para Sánchez, siempre con final feliz, ha puesto a bailar las manos para aplaudir la agenda internacional del presidente, que busca en el extranjero el calor, o al menos el silencio, que no encuentra en la España del abucheo y el silbido, los dos sonidos que le acompañan en sus salidas a la calle cuando no le recrean un parque temático artificial en una pista de petanca o en un cafelito adolescente en Parla.
De entre todas las paradas de la gira, que se presenta como la de Kennedy en Berlín pero es la del bombero torero en su despedida, el orfeón sanchista ha puesto especial acento en la que le llevará a Pekín, narrada por María Jesús Montero con la misma falta de alipori desplegada por Leire Pajín, allá por 2009, para glosar el encuentro interestelar entre Zapatero y Obama, al final convertido en un plagio de la historia de los amantes de Teruel.
Pero más allá de la agotadora fanfarria de Sánchez, que va haciendo historia cada cinco minutos como un churrrero hace churros, el rollito primavera en cuestión deja en el aire algunas preguntas de cierta enjundia que, sin tener las respuestas, uno se atreve a formular, vistos los escandalosos antecedentes marroquíes del personaje, aún pendientes de aclarar.
Porque si a Rabat fue a entregarles el Sáhara, sin apoyo alguno de las instituciones del Estado, tras ser espiado su teléfono móvil personal y con la sensación de que pagaba con intereses nacionales sus facturas individuales, pegando un volantazo incomprensible a favor de quienes, según Europa, le investigaron, ¿no es legítimo temer que su agenda china encierre también algún objetivo inconfesable?
Para empezar, no es compatible derretirse ante Xi Jinping una semana después de que los Estados Unidos ataquen sin piedad el plan chino de supuesta pacificación en Ucrania, salvo que acuda allí con una misión encomendada por la Casa Blanca de la que nadie tiene constancia….
Caricatura Xi Jiping, por Luant.