Por Alfonso Ussía/El Debate.
Lo ha confesado el niño: «Mi papá ganó las elecciones a la presidencia de Colombia con el dinero del narcotráfico». La mujer del niño lo reconoció: «Ahí robábamos todos». Para mí, que la Casa de S.M el Rey, el Congreso de los Diputados, el Senado y Ayuntamiento de Madrid deben exigirle al Cacas, Gustavo Petro, terrorista del M-19 y narcotraficante, que devuelva la colección de condecoraciones que recibió durante su vergonzoso viaje a Madrid, invitado por Sánchez, Yoli, la Montero, y demás favorecidos por su amistad con el forajido, que para colmo, es más cursi que un álbum de firmas que contenga en su interior pétalos secos de rosas de pitiminí. Petro, el Cacas en su denominación terrorista, no ha tenido tiempo para desmontar las garantías democráticas de Colombia. Y han detenido unas horas al niño, que no parece tener vocación de resistente. Su socio Rodríguez Zapatero se muestra consternado por las acusaciones que el niño ha desmigado ante los jueces, que por otra parte, han quedado sorprendidos por la sinceridad del joven heredero del sinvergüenza de su padre. Papá ya ha elegido un abogado, y ese detalle es señal inequívoca de preocupación. Colombia, además de una prodigiosa nación en la que se habla el mejor español del mundo, anclado en nuestro Siglo de Oro, es un Estado democrático que ha resistido hasta ahora las dentelladas del Cacas a su libertad. Resistió al ejército narcoterrorista más poderoso y cruel del mundo. A su lado, los asesinos peruanos de Sendero Luminoso y los montoneros argentinos y uruguayos, eran afiliadas a la agrupación iberoamericana de Amas de Casa.
Su visita a España resultó vergonzosa, infame, humillante y grosera. Sucede que, probablemente, alguno de sus anfitriones socialistas y comunistas, esté en deuda con él. Pero Colombia no es Venezuela, ni Cuba, ni Ecuador. Perú, Colombia y Chile mantienen aún la independencia de los tres poderes de la democracia. En España, el poder judicial ya está en manos del turista en Marruecos. Y Colombia, todavía, amnistiado el terrorismo, puede meter en la cárcel a un presidente de la República por robar, por ladrón.
Con riesgos humanos e institucionales, pero aún puede.
Y sus hablares. En las extensiones cafeteras de Pereira y Armenia, no los catedráticos y universitarios, sino el pueblo llano, andariego y campesino, nos alecciona con su español perfecto. El español, que no el castellano, como pretenden imponer los que niegan el supremacismo sobre las lenguas locales del idioma que usan, para entenderse en el mundo, seiscientos millones de personas. El castellano, como apuntó don Camilo José, es «el bellísimo español que se habla en Castilla». Así que un amigo español alojado en un hotel de Pereira tuvo que regresar urgentemente a España. Para embarcar en el vuelo que le llevaría a Bogotá tenía que madrugar. Y le rogó al conserje del hotel que le despertara a las 4 de la mañana. Mientras el conserje apuntaba el número de la habitación y la hora, le regaló este comentario. «Descanse tranquilo, que a las cuatro en punto llamaré a Vuesa Merced». De golpe, el Siglo de Oro entre los cafetales. Se han perdido en el uso del lenguaje muchas voces antiguas. Forajido, maleante, malhechor, bandido… Sea añadido un calificativo al uso para definir a Petro. Narcoterrorista, y por ende, criminal. Además de ladrón, claro está. Y no puedo alejar de mi pensamiento la idea de que, quizá, ójala no, pero quizá sí, la última campaña electoral en España haya sido financiada en beneficio de un sector, por el narcotráfico del padre del niño de papá…