Relato Social

El culto desmesurado a la belleza postiza

Por María Victoria Olavarrieta. 

Hoy me llegó a clases una estudiante de 8 años con las uñas acrílicas. “Mañana es mi cumpleaños, y este fue el regalo de mi mamá. Mi hermana de 12 años siempre se  las pone, así que le dije a mi madre que si ella podía  ¿por qué yo no ?

       En mis clases desde sexto a octavo grados incluyo debates sobre el abuso del alcohol, implantes, cirugías estéticas, tatuajes, etcétera. Al inicio dudé si a estas edades no sería demasiado fuerte abordar estos temas; los comentarios de mis estudiantes me confirmaron la urgencia de informarlos. 

         _Mi mamá tiene implantes de glúteos y no le ha pasado nada, si eso fuera riesgoso, los médicos  te lo tendrían que decir _ me comentaban.

Tendré que empezar a hablar del respeto al cuerpo desde Kindergarten. Todo niño tiene derecho a la educación estética. El gusto se puede educar para que no sean títeres de la moda de turno. Tengo una amiga que se redujo los senos hace 20 años en Cuba, y ahora en Miami acaba de implantarse unos enormes.

El que a su gusto muere, la muerte le sabe a gloria, me respondió un famoso peluquero de Miami cuando le pregunté si había leído sobre los efectos nocivos de los tratamientos para alisar el cabello.

El personal que pone uñas postizas no suele advertir a sus clientes de la toxicidad del metacrilato de metilo, compuesto químico usado frecuentemente como pegamento, cuya inhalación puede afectar los pulmones. Entre la uña natural y la plástica, suelen quedar espacios donde se acumulan suciedad y bacterias que propician las infecciones por hongos. Curar las uñas infectadas requiere tratamientos largos, costosos y no siempre exitosos.

Cada vez con más frecuencia, me encuentro con mujeres de cejas tatuadas, trazos obscuros que le confieren al rostro una dureza de máscara. El tatuaje de los párpados, un lugar tan sensible, también se ha hecho muy popular. Ya veremos los efectos cuando pasen unos años y esa piel envejezca y se arrugue.

El maquillaje es como el vestuario, habla de ti. Una vez que te has tatuado el delineador del párpado ya tienes que estar así para hacer deporte o ir a la ópera. Tremendamente aburrido estar maquillada igual por el resto de tu vida. Amén de los riesgos, resulta insólito que alguien renuncie a la frescura de un rostro natural que puedes maquillar según la ocasión.

La persona que se tatúa está enviando un mensaje muy claro: “Mírame, estoy aquí”, le escuché decir a un psicólogo hace unos días. Cuando yo era niña el tatuaje era un signo de marginalidad y mal gusto. Según este especialista ahora tiene mucho que ver con un reclamo de atención, rebeldía e inconformismo.

Mi antiguo compañero de la escuela secundaria se las daba de Don Juan. Era de los pocos en el aula que tenía vello en el pecho. Solía dejarse desabotonado el primer botón de la camisa para que todas nos enteráramos que él era un hombre de pelo en pecho; sus cejas y brazos velludos eran su signo de identidad.

Me encontré con él en una de las playas de Key Biscayne, Miami. La primera impresión fue pensar que estaba enfermo, alopecia quizás. Su piel me recordó la de los pollos criollos que mi madre mataba en la casa de Gaspar, en Cuba. Les retorcía el pescuezo y los metía en agua hirviendo para después desplumarlos; ella me dejaba quitarle los cañones cuando ya perdían el calor.

Lo que yo tenía delante era un pollo desplumado. No pude contener el comentario._ ¿Estás enfermo?  El machote del grupo, con tono de víctima, explicó: _ Me casé con una muchacha 14 años más joven que yo. Tengo que depilarme, me dice que le dan asco mis pelos, ¿qué quieres que haga? No tengo opción.

        _ ¡Pero te depilas todo! ¡Pecho, brazos, hasta las cejas! ¿No te duele?

       _ El pecho es lo más doloroso, pero sabes, te acostumbras.

Yo fui noviecita del “Kike”. Llegué a casa, revolqué las fotos viejas y encontré una de cuando este pollo era un hombre.

El culto desmesurado no a la belleza genuina, sino al patrón de belleza que se ha impuesto en estos últimos años, tiene mucho de tortura. Tatuajes, cirugías, implantes, depilaciones… implican riesgo, dolor físico, largas recuperaciones y muertes. La cultura de la muerte no ha dejado campo que no penetre.

Si mañana amaneciera la Mona Lisa con un aro colgante en la nariz, el personal a cargo del Louvre pediría a la policía una investigación para encontrar al profanador de una obra de arte así. ¿Cómo verá Dios lo que estamos haciendo con la mayor obra de su creación?

María Victoria Olavarrieta es Profesora de Español y Literatura.

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7 Comments

  1. Roberto Pedreiturria

    La mediocridad siempre va dos pasos por delante de la sensatez.

    • Maria Ramos

      Woow
      Me encanto desde el principio hasta el final.
      Le doy la razón absoluta en todo y como siempre su redacción es fantástica

  2. Pingback: El culto desmesurado a la belleza postiza – – Zoé Valdés

  3. idd00jea

    Esto no lo trajo el barco (Zoè dixit), pero lo han traído quienes desean distinguirse de los demás, o las madres (y padres) que transigen ante los caprichos de los hijos (e hijas).

  4. Maria Elena Enriquez

    Esto es el lavado de cerebro a los seres humanos desde que nacen, están expuestos a todo lo que les meten en la cabeza los anuncios, las “celebrities, etc.” para así controlar a la humanidad hasta convertirlos en robots, todos con el mismo cuerpo, cara y un cerebro de mosquito. Muy buen articulo, gracias.

  5. quiero besar a daniel en el cvlit0

  6. fue flido

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