Por Javier García Isac/EDATV.
En política, como en la vida, hay traiciones que duelen y deslealtades que repugnan. VOX no es un partido perfecto —ninguno lo es—, pero sí es un proyecto con principios, valores y una misión: salvar a España del abismo en el que la han sumido décadas de corrupción, cobardía y entreguismo. Y por eso, VOX molesta. Porque no es domesticable. Porque no quiere ser el “PP bueno”. Porque no se vende. Porque no está en esto para colocar a mediocres, sino para plantar cara a los enemigos de España.
Llama poderosamente la atención cómo ciertos personajes que en su día fueron elegidos diputados, concejales o cargos internos de VOX, ahora se dedican a lanzar dardos envenenados contra la organización. Se les llena la boca de desilusiones, de agravios, de desencantos… ¿Por qué no los expresaron cuando estaban dentro? ¿Por qué justo ahora, cuando están fuera del cargo y fuera del sueldo?
Hay dos tipos de ex de VOX. Están aquellos, pocos pero honestos, que se alejaron por motivos personales, por desacuerdos ideológicos o por puro desencanto. Algunos llegaron pensando que la política era otra cosa, y al comprobar que en VOX no hay moqueta, ni mamandurrias, ni puertas giratorias, decidieron marcharse. Y es respetable. Uno puede discrepar sin convertirse en enemigo. Uno puede marcharse sin escupir en la mano que le dio una oportunidad…