Por Zoé Valdés/El Debate.
Siento pisotear sobre lo mojado, pero cada día este mentecato con ínfulas me recuerda más a Fidel Castro, y sé que me repito más que el ajo marroquí en esa salsa que de sólo verla me provoca arcadas.
La lectura de ‘El Decamerón’ me impactó profundamente, sigo sintiendo la misma sensación, porque he sabido refugiarme en los libros de antaño y continúo releyéndolos con fervor y sacerdocio, dado que las publicaciones de ahora bien poco valen, e incluyo las mías, aunque no todas, que algún aprecio por mi trabajo todavía conservo, pues me he refugiado en lo trascendental predecesor. El Decameróntrata sobre todo de la vergüenza, la vergogna, como punto extremo de fragilidad de las mujeres, porque el pudor para Bocaccio, su autor, constituía una bella entrega entre pudorosa y de verecundia honda. ‘El Decamerón’ me ha influenciado bastante como escritora, pero más que a mí a J. M. Coetzee, el premio Nobel de Literatura sudafricano, como puede probarse en su libro titulado creo que en español Desgracia, y que en Italia tradujeron como Vergogna. La traducción hace honor al libro porque Vergogna es una palabra muy hermosa, y yo me enamoro de ese tipo de palabras cuya belleza escrita antecede a su significado.
Sin embargo, (siento tener que abandonar los temas literarios para bajar a la cloaca política, no es que lo literario no tenga también sus fanguizales, pero pienso que todavía menos), he aquí que los argentinos, con su excelente sentido del humor me han echado a perder la palabra, al renombrar a la esposa del presidente no elegido, Vergogna, con su doble y estiloso significados, según me cuentan: por lo de verga, que juro que no sé a qué viene, y por el de vergüenza, que sospecho que todos los que aquí me leen saben a qué me refiero…
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Lo de verga viene por el aspecto de travelo de la imputada mujer del puto amo del esclavo con pinta de eslabón perdido.