Por Zoé Valdés/El Debate.
Una vez en el lunetario, acomodada en el puesto asignado, compruebo por mí misma que es cierto, la parte derecha del teatro se ve más llena que la de la izquierda; lo comento con quien me acompaña, pero al parecer he hablado un poco alto, o la vecina de butaca tiene las orejas afinadas, y comenta: «Es que hay filas que están reservadas a las asociaciones». Ni idea de a qué asociaciones se refiere, aunque no tardaré en enterarme al notar la entrada de grupos de gente vestida de manera bastante inadecuada para el teatro; en las solapas llevan pegadas etiquetas que no distingo bien lo que anuncian, focalizo… Ah, sí, banderitas «paleticas», con la frase que en los últimos tiempos es la prueba más flagrante de que el nazismo no murió con Hitler: «desde ahí… hasta allí». No la voy a repetir por razones obvias.
El pesado telón fue descorrido, empezó la obra, tengo que revisar en el programa si es que no me he equivocado de pieza teatral. No, no me equivoqué, sólo que no leí la letra pequeña, siempre hay que leerla, como advierten en las etiquetas de los frascos de medicamentos para no ser envenenados. De súbito, la obra, un clásico del teatro universal, ha sido rebajada, denigrada más bien, a una especie de bacanal del ridículo dedicado a la libertad de los presos políticos «paleticos» y en contra del genocidio de un país que sufrió un progrom sólo visto durante el nazismo.
Durante aquel desastroso panfleto paródico, el público se partió las manos aplaudiendo, oí exclamaciones admirativas. Con más ganas de vomitar que nunca observé el rostro de mi acompañante, pude adivinar que pasaba por lo mismo. Musité en su oído suplicándole que nos largáramos de aquel acto tan repelente, hizo un gesto negativo, entendí que debíamos esperar, debíamos comprobar hasta qué nivel podía llegar la miseria humana. Nada en aquel esperpento mejoró, el final fue apoteósico, los actores disparaban en contra del público; ahí ya no pude más, las imágenes me retrotraían a lo vivido en mi isla natal, a la destrucción del arte, a la mentira. En el momento que nos disponíamos a marcharnos, por fin la pesadilla terminó. El público ovacionó, fue entonces cuando la vecina de butaca inquirió con un tonito que conozco muy bien: «¿Qué pasa, no le agradó la obra? ¡No la vi aplaudir!». «No sólo no me gustó, me pareció un engaño, una trampa, un acto violento y agresivo contra los amantes del teatro», respondí, al instante me viré hacia la salida. No, nunca más.
Así ha sido, no me disparo nada que pretenda ser arte y no sea más que una vulgar engañifa nazi-izquierdosa. De modo que toda esta introducción es para confirmar que no vi los Premios Goya. No sólo porque la última película española que vi se remonta a una de Garci, además porque no me interesa ningún actor ni actriz que no se nutra del misterio y lo alimente.
El cine es ilusión, de ninguna manera parafernalia ideológica conducida por cotorrones a los que pareciera le hicieron una lobotomía, y sólo reaccionan del lado izquierdo del cerebro. O una trepanación del seno frontal contrario. Sólo vi en X los abucheos a pedrocastro (en minúsculas) por onanismo individual. En barrido panorámico cinematográfico a Iciar Bollaín hablando de manera indecente del genocidio en Gaza en el mismo día en que tres rehenes fueron intercambiados y volvieron con toda la pinta de haber salido de un campo de exterminio nazi; uno de ellos sin enterarse que a su mujer y a sus dos hijas adolescentes las habían quemado vivas esos mismos que la Bollaín defiende. Bollaín es tan repulsiva mujer como mediocre cineasta, algo he visto de lo que aprendió en la escuela de cine del Gabo en Cuba mientras se comía la comida que los cubanos no podíamos comer. Ella no fue la única…
Querida Zoe como siempte estas en lo cierto. Mis felicitaciones desde Miami.
Como siempre querida Zoe estas en lo cierto. Felicidades desde Miami.