EDITO

ED. La cruz

Por Zoé Valdés/El Debate.

Hace algún tiempo una persona me preguntó qué era lo que me atraía de La Pasión de Cristo, no tuve que pensar mucho para responderle que lo que encontraba realmente fascinante en el sacrificio de Cristo era la cruz, su cuerpo herido clavado en el madero, la posición de los pies, las caderas ligeramente ladeadas, sus brazos extendidos a ambos lados, los clavos en sus puños, ese rostro magnífico de la perseverancia pese a todo, tumbada la barbilla sobre el pecho debido a la fatiga provocada por el intenso dolor, la cabellera y las sienes de donde emanan gotas de sangre, y la corona de espinas que opaca cualquier luz para imponerse como un fulgurante anhelo que es el de la pasión y el ideal del apostolado. Cristo, la verdadera luz en la cruz, desde mi infancia, constituía para mí el amor eterno: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, y el Así Sea, el Amén del acuerdo imperecedero en la oración.

La cruz es el símbolo de un pacto, el pacto de Dios con David, en el reino de los cielos, descendido a la Tierra mediante el Mesías; la cruz es la continuidad del sufrimiento en la búsqueda de la verdad en Cristo, y al fin el hallazgo en el bautismo, la comunión, la confirmación, el esposado, y la espiritualidad entera tras la entrega absoluta.

Llevo tiempo en meditación, ese estado de contemplación, cuando se desea tanto algo, pensando acerca de una libertad que sé que mi país tardará en alcanzar, la libertad que jamás alcanzaré, la libertad que en Occidente perdemos a diario, que cuando la tuvimos no supimos valorarla. Mi cruz es precisamente esa conquista diaria de la libertad, semejante combate me ha fragilizado física y psíquicamente, pero me ha fortalecido el alma. El alma sostiene el resto.

En los Evangelios San Juan cuenta que la sangre se sedimentó en la herida del costado de Cristo, más tarde científicamente se ha probado que al doblarse en la cruz, el peso del dolor pasó a ser tan agudo que Jesús sufrió la doble pena: la de las heridas, la de la carga de la cruz, que podemos interpretar como una agonía que dejó de ser física para mutar en pena espiritual, al soportar el peso del mundo, la gravedad de la vida, el desasosiego de la humanidad.

Vivir en el milagro de la cruz y de la resurrección constituye el centro de la prodigiosa cultura occidental. Jesús es un verso inagotable de creación, la gran poesía que construye en la fe y el amor, frente a cualquier prueba por muy dura que sea.

Cristo es belleza, emoción, perdurabilidad de la carne en el espíritu, la cruz es pensamiento y calvario, el cumplimiento de las Escrituras. La cruz es el sudor y la sangre mezclados en la concordancia de la sábana que cubre el cuerpo que mayormente ha sido adorado en la historia de nuestra cultura, porque la desnudez estigmatizada invita a la reflexión, al enigma…

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«Zurbarán, Cristo en la Cruz (ed)» by Joaquín Martínez Rosado is licensed under CC BY 2.0
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