Por Zoé Valdés/El Debate.
Existió Escipión, el Africano, o sea, Publio Cornelio Escipión Africano con quien quizás el público no esté demasiado familiarizado, con lo cual sugiero que sin ir a la wikimierda, los que lo necesiten busquen en los libros para que vean quién fue y la importancia histórica que conlleva su nombre; y luego está «Escisión», el otro Africano, o lo que él se cree que es, una ‘placenta’ sin mayor importancia que su gigantesca egolatría, su psicopatía, y su cabeza hueca como la de un coco; no, perdón, un coco tiene más materia gris o blanca que la sesera de este esperpento.
Escisión, que ahora va de africano, como igual pudiera ir mañana —si cambiare de opinión, lo que resulta muy frecuente en él— de chino culí o de Grigori Rasputín, místico legendario «bolo» («bolo» llamamos los cubanos a los rusos), ha viajado a tres países del continente donde además de otros eventos es usual el tráfico de diamantes y marfiles, con la supuesta intención de traerse no diamantes, sino africanos a que ocupen los puestos de trabajo que según él y su gobierno sobran en España, un país que roza el 16 por ciento de desempleo.
Escisión, el rey de la fragmentación española, el que más ha divido a esta sociedad, el que más cismas y desavenencias ha creado entre comunidades y ciudadanos, ha regresado de África, sin limpiarse las manos, como hizo con una familia en las calles de Madrid, después de haber prometido a los líderes de la región, sonrisa de cráter mediante, que el problema de la emigración-inmigración se soluciona en un santiamén sumando más inmigrantes y poniéndolos a trabajar en los trabajos que debieran ocupar los ingenuos españoles (me refiero sobre todo a los que votaron por este alcornoque).
¿Imita Escisión, el neoAfricano a Fidel Castro? Seguramente no, pero al menos lo evoca aunque muy presuntamente (no hagan ninguna doble lectura, les ruego…) Castro I, fue otro que por una época, aquella en la que perseguía a los católicos, le dio por la santería, la brujería de a tres por quilo y demás africacinismos, pues su amante, Celia Sánchez Manduley, le metía a todo eso en la misma costura.
Mientras sus esbirros encarcelaban a católicos, Castro se dedicó al ocultismo oscurantista (pronúnciese «oculjtijmo ojcurantijta») y partió hacia África donde se hizo «babalawo yoruba», se ralló en palo Mayombé, por primera vez cambió su uniforme churroso militar —aunque por breve tiempo—, se envolvió en blanco-chichá de la cabeza a los pies, y de ahí a multiplicar maldades se ha dicho respaldado por Changó y la madre de los tomates…