Por Zoé Valdés/El Debate.
Mi amor por el museo de El Louvre es tal que no solo lo visito con frecuencia cada mes desde hace treinta y cinco años, además le dediqué un libro titulado «Una novelista en el Museo del Louvre», homenajeando así al novelista Manuel Mujica Lainez y su libro «Un novelista en el Museo del Prado», fuente de inspiración. Esta pasión inquebrantable ha hecho que cada rincón del museo me resulte familiar, como si formara parte de mi propia historia. A través de sus salas y obras, he forjado una relación íntima con el arte que trasciende el tiempo y el espacio.
He expresado en diversas entrevistas que me quedé en París definitivamente por el Museo del Louvre, sin este museo a tiro de mano mi exilio habría sido otro, triste, sin duda alguna. El Louvre consigue alegrarme, me ofrece vitalidad, le brinda sentido a mi vida como escritora y artista. De ahí que al enterarme del atraco que acaba de afectarlo, el suceso me haya también alterado tanto a mí. No es el primer robo de envergadura, pero lo que llama la atención es que con el increíble sistema de seguridad que posee ese museo ocurran todavía este tipo de robos.
Cuatro malhechores accedieron a una sala del museo con un montacargas, debido a trabajos en la institución podía justificarse su presencia. El establecimiento cerró inmediatamente sus puertas «por razones excepcionales». El daño está siendo evaluado. Esta situación ha generado una profunda inquietud tanto en la dirección del museo como en los visitantes habituales, quienes esperan ansiosos conocer el alcance real de las pérdidas y los posibles impactos sobre las colecciones expuestas. Acontecimiento muy negativo para esta ciudad hundida en la delincuencia y la violencia.
El plan de los delincuentes demostró un alto grado de preparación. De acuerdo con la información recabada, de las cuatro personas que participaron en el robo, dos iban en un camión equipado con un montacargas y las otras dos conducían scooters potentes. Todos llegaron frente al museo alrededor de las 9:30 de la mañana, en el muelle François Mitterrand. Utilizando el montacargas, consiguieron acceder a la galería de Apolo, ubicada en el primer piso, forzando una ventana con una sierra de disco. Posteriormente, rompieron dos vitrinas, una que resguardaba las «joyas Napoleón» y otra con las «joyas de los soberanos franceses», empleando la misma herramienta. Según fuentes policiales, sustrajeron siete joyas en total.
Tras el atraco, los cuatro descendieron nuevamente por el montacargas y huyeron a bordo de dos scooters. El golpe duró apenas siete minutos. En la escena, la policía halló dos discos de filo, un soplete, gasolina, guantes, un walkie-talkie, una manta y una joya rota en la calzada.
Unos 1354 diamantes, 1136 rosas en rubíes y 56 esmeraldas engastados en oro cincelado con ocho arcos en forma de águila o palmetas: esta es la corona de la Emperatriz Eugenia, que fue robada este domingo en el Louvre, y es la que luego fue encontrada dañada cerca del museo. Es la única corona conservada, junto con la de Luis XV, de un soberano francés. Sus arcos se unen bajo un globo terráqueo con una cruz. Para la corona de su esposo, el emperador Napoleón III, se había utilizado una gran parte de los diamantes de la Corona; para la de ella, fue menor. Las esmeraldas, en cambio, pertenecían al Emperador. Los motivos del águila y la palmeta son recurrentes en el simbolismo imperial. La corona de Napoleón III debía tener la misma forma; pero, ahora ha desaparecido…
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