EDITO

ED. Chichi

Por Zoé Valdés/El Debate.

Chichi (pronúnciese chichí con acento) en francés quiere decir amanerado, o recargado sin interés, rebuscado sin decir nada. Francia siempre ha sido un país bastante amanerado, forma parte de su encanto, aunque el rebuscamiento no va exento de contenido e invariablemente iba acompañado de hechizo (glamour), savoir faire, y elegancia, hasta el viernes pasado en las inauguraciones de los Juegos Olímpicos 2024. Lo chichí era lo contrario del gran estilo francés, era de lo que había que mofarse, hoy forma parte de lo bajo con lo que se abofetea y denigra una cultura que otrora simbolizó –para ellos- la Grandeur.

El espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos lo perpetró Thomas Jolly, que al parecer todos conocen, menos yo. He dejado de conocer gente porque con las grandes, medianas y pequeñas que he tenido la dicha de frecuentar da suficiente para varias vidas. No entraré en detalles de lo que salió bien y de lo que fue a peor durante esas cuatro horas que parecieron siglos bajo la Edad Media (aunque a mí la Edad Media me resulta preferible antes que la época actual); ya varios colegas lo han dicho mejor que yo, tampoco juzgaré a profundidad el tratamiento poco o nada afortunado y diplomático con países cuya religión es el cristianismo (incluyo a Francia pese a sus derivas islamistas), y frente a personalidades de la realeza europea, entre los que se encontraban nuestros Reyes. Pero, no puedo impedirme afirmar que esta no es la Francia de hace cuatro décadas a la que llegué y en la que aprendí el significado de la libertad y de la belleza. Esto es la Francia perdida, que ha ido in crescendo; hundida y fea.

El nivel tan bajo y mediocre de subcultura que se ha impuesto –fenómeno global en el que el mando es ejercido por tecnócratas– está por mucho en el tema. Nadie parece darse cuenta. Para colmo, siento decirlo, pero la Iglesia debe ponerse firme frente a los insultos y desmanes en su contra. Al menos, la Conférence des Éveques de France emitió un comunicado, descontentos con la parte del espectáculo relacionado con la mofa del cristianismo y La Última Cena, que por cierto no tuvo, nunca lo tiene, equivalente con otras religiones. Nadie se atreve a montarse algo relativo con relación al islam, al Corán, y Mahoma. No hay timbales. Si se quiere ser de verdad rompedor, ir de bacán por la vida, presiento y advierto que ya lo de serlo en una sola dirección no sólo aburre, apesta a oportunismo.

Tan grande es ese oportunismo que en cuanto se publicó el llamado de la CEF enseguida facilitaron rueda de prensa al señor Jolly, nombre de pirata; aunque sólo lleva la imaginaria pata de palo, metida hasta el tuétano. Jolly soltó una burrada de palabras huecas y wokes, aclaró que el horripilante retablo humano nada tenía que ver con La Última Cena de Jesucristo, y con Leonardo Da Vinci. Sin embargo, en un plano anterior del evento había aparecido el robo de un cuadro en el Louvre, la Gioconda de Da Vinci, para hacerlo reaparecer flotando en el Sena –vomitivo teniendo en cuenta la cochinada que hacen los ecolojetas hoy en los museos–, cualquiera habría podido pensar que se trataba de la obra de Da Vinci. Según él, no. Se trata de otra obra, dijo: el Festín de los Dioses, de Jan Harmensz van Bijlert, pintada hacia 1635, en el museo Magnin de Avignon. Googleen la obra, comprobarán que la belleza de la pintura nada tiene que ver con la mamarrachada inventada por este patético. Quiso quitar presión a la falta de respeto a Jesucristo y a los cristianos, buscó raudo otro cuadro, no menos importante que el de Da Vinci, como si faltarle el respeto al arte y a la belleza no fuese también faltárselo a Dios…

Pulse aquí para continuar leyendo en la fuente.

Compartir

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*