Por Carlos Manuel Estefanía.
Es fascinante y a la vez revelador cómo dos personas que comparten un mismo apellido — Huntington — pueden encarnar dos miradas radicalmente distintas hacia la cultura hispana en Estados Unidos. La historia de estos dos hombres no solo refleja debates intelectuales, sino que también nos invita a reflexionar sobre cómo enfrentamos la diversidad y el cambio en nuestras sociedades.
Por un lado está Archer Milton Huntington, un hombre nacido en 1870, hijo de un poderoso magnate ferroviario. Desde muy joven, Archer Milton desarrolló una pasión profunda por la cultura española y latinoamericana, un amor que creció al leer a escritores clásicos y recorrer España, dejando una huella imborrable en su vida. Para él, el apellido Huntington se asoció con la admiración y el respeto hacia una cultura que, aunque diferente a la suya, merecía ser valorada y preservada. Su pasión lo llevó a fundar en 1904 la Hispanic Society of America, en Nueva York, una institución que hasta hoy es un faro que ilumina la riqueza, la belleza y la historia del mundo hispánico. En ese museo se conservan obras de grandes maestros como Velázquez, Goya o Sorolla, así como libros y manuscritos que son verdaderas joyas culturales. Archer Milton no solo coleccionaba objetos, sino que también construía puentes; su legado es un llamado a entender y a celebrar la herencia hispana como parte esencial del entramado cultural americano.
En un contraste marcado está Samuel P. Huntington, un politólogo del siglo XX que, a pesar de compartir el apellido y la prominencia académica, tomó una dirección muy distinta. En su libro Who Are We? y otros escritos, Samuel P. advirtió sobre lo que llamó “la amenaza hispana” para la identidad cultural de Estados Unidos. Según su visión, la inmigración masiva desde Latinoamérica, con su idioma y costumbres propias, ponía en peligro la cohesión y la unidad del país, construida — en su opinión — sobre valores anglosajones y protestantes. Esta postura, que muchos han calificado de hispanofobia intelectual, causó un gran debate: mientras algunos defendían la necesidad de preservar una identidad nacional unificada, otros denunciaron en sus palabras prejuicios, estereotipos y una visión excluyente que no reconocía la complejidad ni la riqueza que los inmigrantes hispanos aportan a Estados Unidos.
Lo que estos dos Huntington nos enseñan va más allá de la simple comparación de sus ideas. Nos hablan del poder del apellido, de cómo puede cargar con distintos significados según quién lo lleve y qué camino elija. Archer Milton personifica el amor por la diversidad, la curiosidad intelectual y la voluntad de acercarse al otro con respeto y admiración. Samuel P., por el contrario, representa el miedo al cambio, la desconfianza ante lo diferente y el deseo de proteger una identidad entendida como homogénea y excluyente.
Esta dicotomía no es solo histórica o académica. Refleja una realidad que millones de personas viven hoy en Estados Unidos y en muchas otras partes del mundo: el choque entre el temor a perder lo conocido y la posibilidad de enriquecerse con lo nuevo. La historia de los Huntington nos invita a cuestionarnos qué papel queremos jugar. ¿Seremos aquellos que cierran puertas y levantan muros, o quienes abren ventanas y construyen puentes?
En última instancia, el legado más valioso que puede dejarnos esta reflexión es que la identidad no es un dato fijo ni un territorio cerrado, sino un diálogo constante. La cultura hispana en Estados Unidos no es ni amenaza ni simple decoración; es una fuerza viva que ha moldeado y seguirá moldeando la nación. Como nos mostró Archer Milton, amarla y entenderla es abrazar una parte esencial de nuestra humanidad compartida.
Y aunque Samuel P. Huntington nos recuerde que el miedo existe, también nos desafía a superarlo, a mirar más allá de nuestras diferencias y reconocer que, en la diversidad, reside la verdadera fortaleza de una sociedad.
Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.
Foto: Archer Milton Huntington.