Por Grethel Delgado/Diario Las Américas.
La pandemia cambió la historia. No solo sacudió el orden mundial, sino que rediseñó el mapa de salud y nos dejó varias interrogantes que aún los científicos se esfuerzan por dilucidar.
Para millones de personas, el COVID-19 no terminó cuando la prueba finalmente marcó negativo. Después de vencer la enfermedad, vemos síntomas como la falta de aire, la tos seca y la imposibilidad de recuperar la resistencia física de antes.
Y es que la pandemia dejó una realidad inesperada: pacientes que parecen haberse recuperado, pero cuya función pulmonar continúa alterada.
Entidades como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los Institutos Nacionales de la Salud de EEUU (NIH por sus siglas en inglés) coinciden en que el llamado “long COVID” o “COVID persistente” es un problema de salud pública con consecuencias respiratorias todavía poco estudiadas.
Según la definición de la OMS, la condición pos-COVID-19 aparece en personas con infección confirmada o probable por SARS-CoV-2 y cuyos síntomas duran al menos dos meses (generalmente tres meses después del inicio de la enfermedad) sin que exista otra causa que los explique. La dificultad para respirar, la fatiga y los problemas cognitivos se encuentran entre las manifestaciones más comunes…
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