Cultura/Educación

Diego Luis Ramírez: El color de la memoria

Por Juan Villa.

En mil novecientos ochenta y tres, Diego y Ana, su mujer –siempre los hemos nombrado así los amigos: vamos a casa de Diego y Ana, van a venir Diego y Ana…– estrenaron una casa en la aldea del Rocío, en la calle Sanlúcar, al pie de la madre de la marisma. Diego, aficionado desde siempre a la pintura, hizo un cuadro de la Virgen para presidir el comedor de esa casa.

Se dice que Picasso, al pintar Las señoritas de Avignon, encontró –“no se busca, se encuentra”, se dice también que dijo el pintor malagueño– un lenguaje, el del cubismo; pues algo así le vino a pasar a Diego al pintar aquella Virgen: dio con un lenguaje propio que le habría de acompañar a lo largo de toda su producción pictórica.

Poner un adjetivo a ese lenguaje sería una simplificación. Se trata ese cuadro primordial de un óleo sobre tela de 65×54 en el que aparece la Virgen del Rocío centrada y la ermita detrás a su izquierda, ambos elementos definidos con una clara línea de dibujo y alojados en un paisaje desvaído de tonos tierra. La figura de la Virgen está inspirada en representaciones antiguas de la imagen, igual que la ermita, lo que le da al cuadro una impronta cercana a la pintura de exvotos o a la pintura naif, hijas ambas del autodidactismo, de contornos muy definidos, perspectiva engañosa, colores vivos…y de una extraordinaria potencia expresiva…

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