Por Gloria Chávez Vásquez.
Debido a su capacidad excepcional de autocrítica, Occidente tomó la iniciativa de abolir la esclavitud.
Ibn Warraq (1946) escritor y periodista hindú.
De acuerdo con Mark Twain, lo que hace a la república son los ciudadanos, pero son los ciudadanos responsables, los que la mantienen de pie. En nuestro repertorio de historias y leyendas, contamos con infinidad de relatos sobre héroes, científicos, artistas, inventores y hasta criminales, pero es poco o nada lo que se le reconoce, aun en tiempos modernos, al ciudadano noble, aquel individuo que forma parte de una sociedad a la que contribuye como ser libre e independiente.
En su libro más reciente La muerte del ciudadano, el historiador estadounidense y profesor en las universidades de Fresno y Stanford, Víctor David Hansen nos da una idea clara y concisa del importante papel del ciudadano en cimentar el orden y el progreso social de las naciones.
En efecto, el ciudadano es el individuo que abandona la mentalidad de la tribu al practicar la virtud de la autocrítica, para construir una mejor sociedad. El término “ciudadano” es históricamente raro —pero ha sido uno de los ideales más valiosos en el mundo civilizado (principalmente en los Estados Unidos) por más de dos siglos. Fue el buen ciudadano el encargado de propiciar el desarrollo de una clase media, como progenitor del llamado “sueño americano”. A pesar de su importancia social, Hanson nos advierte que el concepto, como lo hemos conocido hasta ahora, desaparecerá muy pronto.
En un muy bien elaborado análisis, subtitulado De cómo las élites progresistas, el tribalismo y la globalización están destruyendo la idea de América. Lo que una vez se considerara un sueño de prosperidad y libertad, admirado y ansiado en el mundo entero, ha sido demonizado gracias a la testarudez del tribalismo y a la propaganda siniestra. La muerte del ciudadano está implícita en la muerte de la democracia y su sicario es la guerra cultural dirigida hacia el cambio global.
El ser humano es una criatura tribal por naturaleza y el tribalismo es esencialmente la asociación de un grupo en busca de comodidad y seguridad. La tribu odia a sus críticos y desconoce la autocrítica. Según el autor italiano Walter Riso (1951) al miembro de la tribu le resulta imposible “examinar sus creencias, valores y comportamientos y por tanto descubrir lo inútil, lo absurdo o lo peligroso de su manera de pensar”. Las pugnas centradas alrededor de la identidad tribal son la causa de la mayoría de los conflictos humanos a gran escala. Religión, nacionalidad, raza, etnicidad, ideología, y hasta la afiliación de equipos en los deportes – son tan solo algunas de las formas que escogemos para constituir un “nosotros” contra “ellos”, señala por su parte, Hanson.
Las clasificaciones tribales son aspectos fundamentales de la identidad en la mayoría de la gente. Por lo general, esa mentalidad conduce a la inestabilidad, la pobreza, a las divisiones y a la violencia; a una sociedad fracturada y en guerra constante consigo misma. Como ejemplo tenemos al África; el Medio Oriente, Asia y en cierto grado a Suramérica. Es lo que conocemos como tercermundismo.
—Hoy en día, —nos informa Víctor D, Hanson, — tan sólo un poco más de la mitad de los siete mil millones de personas son ciudadanos de gobiernos electos y disfrutan constitucionalmente de libertades protegidas. Casi todas están en Occidente —o por lo menos residen en naciones que han sido “occidentalizadas”, esto es, han abandonado la mentalidad de tribu.
Esta realidad explica, el por qué millones de personas en el norte de África arriesgan ahogarse en el Mediterráneo para llegar a Europa y la razón por la cual millones abandonan México y Latinoamérica para cruzar la frontera hacia Estados Unidos y Canadá. Este éxodo es un esfuerzo desesperado por un mejor ingreso, libertad o seguridad —o simplemente la oportunidad de vivir más dignamente en otra parte.
El problema migratorio internacional es que los miembros de las sociedades tribales no están capacitados para funcionar como ciudadanos. Cuando emigran, tienden a explotar esa debilidad para beneficiarse del país que los recibe y de los ciudadanos contribuyentes sin llegar a obtener la disciplina y los valores que conducen a esos beneficios.
Debemos recordar que, en las primeras civilizaciones modernas, como Grecia y Roma, se buscó eliminar el tribalismo con la idea de una sociedad con leyes, donde se promovían los valores éticos y morales. Esta iniciativa condujo, inevitablemente a la proliferación de ideas, inventos, arte y prosperidad nunca vistos. Al principio, convertirse en ciudadano en Roma era todo un honor. El caos llegó cuando se eliminaron los requisitos imprescindibles, se abrieron las fronteras y se produjeron las invasiones, conduciendo a la eventual decadencia romana.
El primer país de América en fundarse como una república cuya Constitución estaba basada en la libertad, el orden y la razón, fueron los Estados Unidos. Aquí, una vez más, la ciudadanía suplantó al tribalismo. Igual sucedió en Europa y otros lugares en diferentes formas. Lo cierto es que la mayoría de las sociedades han sido tribales y para llegar a ser prósperas y que el individuo pudiera elevarse socialmente, había que abandonar la mentalidad de la tribu.
Algunos países del Medio Oriente fueron tribus hasta mediados del siglo XX, cuando el descubrimiento de petróleo en la región enriqueció rápidamente a sus habitantes. Aun así, mantienen su naturaleza tribal en sus leyes, así como en sus costumbres y estilos de vida. Otro caso es el de la China, que se abrió al capitalismo a finales de siglo, pero mantiene un régimen comunista, alérgico a la autocrítica. Como potencia mundial, es de esperar que en un futuro se imponga al resto del planeta.
Es un hecho que, en la actualidad, los jóvenes del mundo no tienes ni idea de lo que significa una constitución, dan por sentada la libertad y desconocen cómo funcionan sus gobiernos o quienes son las figuras claves en la historia. Esa es la consecuencia de una sociedad complaciente y protectora donde los ciudadanos se sienten que no deben preocuparse por su futuro. Ahora empiezan a darse cuenta de la nueva amenaza que se cierne en su existencia: el globalismo, empujado por una élite de tecnócratas, multimillonarios y políticos, manipuladores de minorías, que buscan imponer un “nuevo orden” mundial y con ello centralizar el poder en un solo gobierno. Una de sus tácticas es horadar y deformar activamente los valores forjados por sociedades libres y prósperas. Para ello se valen, indiscriminadamente, de ideologías, de regímenes y dictaduras, subvencionando, además, el vandalismo y el terrorismo, para crear un caos urbano que propicie sus propósitos.
Quienes conocemos la Historia, hemos aprendido que eventualmente, esta fórmula de tribalismo y globalismo, conducirá a un choque de civilizaciones, ya que uno de los requisitos irrenunciables del éxito en una sociedad moderna, son las estructuras libres y sin jerarquías, el intercambio de ideas y el conocimiento, que resultan vitales para el desarrollo social y espiritual del individuo.
Gloria Chávez Vásquez es escritora, periodista y educadora residente en Estados Unidos.