Por ACOM.
En la historia de España ha habido reyes que supieron unir al país, representarlo con dignidad y ser símbolo de nuestros valores y de nuestra convivencia. También los hubo nefastos, que actuaron con miopía, al servicio de su propio interés y del de su entorno, sin altura de miras.
A España y a los judíos españoles nos bendijo el reinado de don Juan Carlos I. Fue pilar de la Transición, de la convivencia democrática y de la construcción de unas instituciones sólidas y constitucionales. Para los judíos, además, fue un aliado leal y un amigo sincero en un momento histórico decisivo. Por ello le estaremos siempre agradecidos y, por eso, su reinado es recordado con cariño; en nuestras oraciones rogamos por su buena salud.
Muy distinto es el legado de su hijo, el actual rey Felipe VI. Hoy ha consumado un punto de no retorno con un escandaloso discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. En él repitió libelos de odio, mentiras y bulos dictados por un gobierno radical y profundamente hostil a los judíos. La criminalización del Estado de Israel, de sus instituciones, de su gobierno, de su ejército y de sus ciudadanos constituye una vergüenza histórica que jamás se borrará.
Aludir para ello a la memoria sefardí —la lealtad de los judíos españoles a su país y a su Corona— y utilizarla como látigo para fustigar y demonizar hoy al judío colectivo es un acto difícil de describir sin recurrir a expresiones muy gruesas, algo que no haremos por respeto a una institución que sus propios representantes se empeñan en degradar.
El rey de España ya no es amigo de los judíos. Y los judíos que amamos a Israel nunca más lo reconoceremos como tal…
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