Por Félix Antonio Rojas.
En un extraño amanecer después de una pesadilla estremecedora, el pueblo cubano se despertó sudoroso y espantado al ver reflejada su realidad decadente en lo único que les quedaba sin grilletes: Los Sueños.
Pero de manera aterradora no pudo levantarse como Gregorio Samsa. Y en su inmovilismo, advirtió que en la madrugada eterna de la revolución, se había convertido en una Blattodea del socialismo. No podía moverse, miraba el cielo gris de la Isla, sentía cómo la brisa con olor a lluvia inundaba su habitación descolorida y monocromática, intentaba erguirse una vez más, pero el caparazón cómplice del colectivismo no lo dejaba elevarse del camastro mugriento. Mientras afuera un aguacero matinal recibía el nuevo día de la patria.
Cuando me movía entre las tinieblas de un Luyanó oscuro e inhabitable, en un pasado olvidado, donde el olor intenso a miel de pulga y el humo de la destilería salía como un volcán por las alcantarillas de la calzada, la sangre, el excremento y las vísceras sobrantes del matadero flotaban en las aguas tranquilas del río Pastrana, rodeado por entidades que se movían como autómatas detrás de la última consigna; siempre fui atraído al individualismo y a la soledad, lejos de las reuniones o agrupaciones de cucarachas, de los viejos y nuevos Gregorio Samsa de la sociedad cubana. Amaba a esos personajes del barrio que no salían en los días soleados, blanquecinos, casi todos con rostros misteriosos y europeos, sin vestir a la moda, pero con una sabiduría muy lejana de las comparsas, las rumbas y congas de las entusiastas insectos. Cultos, nihilistas, filósofos de las verdes colinas de Lawton que se extendían hasta la comarca vecina de la Víbora, sentados en el último banquillo en la misa de los Domingos a las 9 de la mañana, y entre el repique de campanas que comenzaba a despertar a los soñolientos bichos. Después saludaban al Fraile ofm de ojos azules, se decían en baja voz mensajes herméticos y se perdían como fantasmas, sin dejar huellas por esas calles agrietadas donde en casi todas las casas, un Gregorio Samsa daba espasmos y saltos en su camastro, tratando de darse la vuelta porque el enorme caparazón de Blattodea les impedía levantarse en un nuevo día que le exigía la patria.
El mundo debería tener solo a numerosos Frank Zappas y japonesas; qué genio irrepetible e inigualable el Frank, con una sabiduría nivel Dios y una ironía grandiosa digna de antologías y estudios para las futuras generaciones. Y los Japos, qué pueblo tan culto, higiénico y adelantado.
El cubano del futuro tendría que ser una mezcla de un Zappa con una japonesa, sería maravilloso, una obra maestra inigualable.
Zappa les dejó este pensamiento a todos los regguetoneros del mundo, y a los Gregorios Samsa de Cuba también:
“La sociedad paga para tener un sistema educativo de mierda, porque mientras más idiotas salgan, es más fácil venderles algo, hacerlos dóciles consumidores, o empleaduchos. Graduados con sus títulos y el vacío en sus cabezas, que creen saber algo, pero no saben nada. ¿Qué música escuchan? Mis discos seguro que no”.
Gregorio, Gregorio, despierta, no escuches reguettón, despréndete de tu cuerpo de cucaracha definitivamente.
“Muchas cosas erróneas de la sociedad deben ser atribuidas a que la gente que hizo las leyes tenía un mal ajuste sexual”.
Félix Antonio Rojas es friki freelancer.
Félix me ha gustado especialmente este artículo. Esta genial. Muy bueno esa justificación Freudiana de que la porquería dictatorial es producto de malos palos hay que estudiarla. Te mando un abrazo.
Gracias Máster L🇨🇺L
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